La pelota de trapo
Ha llegado el verano. Los dimes y diretes, las agrias controversias, las infamias y calumnias del f¨²tbol profesional ya son cosa del pasado. La Rojilla ha puesto la guinda al pastel que La Roja ya hab¨ªa degustado. Todav¨ªa se relame el marqu¨¦s de Del Bosque mientras, p¨¦talo a p¨¦talo, deshoja la margarita de la pr¨®xima contienda europea y, en los recovecos de la apodada eurozona, pululan ratas y mercachifles del callej¨®n de atr¨¢s a la espera de que, emulando al flautista de Hamel¨ªn, la robusta canciller Merkel toque la travesera y nos saque a bailar un sirtaki verbenero. Por cierto, ?qui¨¦n ha pagado el pl¨¢tano que le tiraron en Rusia a Roberto Carlos? ?Y la cabeza de cerdo con la que, en su d¨ªa, obsequiaron a Figo? ?Qui¨¦n cambia de jugadores como de corbata? ?Qui¨¦n se pavonea en ¨¦poca de recortes con provocativa petulancia? Hubo tiempos en los que el f¨²tbol no era solo escaparate de vanidades, sino, ante todo, tapadera de la miseria circundante y, si bien algo ol¨ªa a podrido en Dinamarca, la corrupci¨®n no gozaba tan imp¨²dicamente como ahora de la aquiescencia popular. No eran tiempos mejores, pero la piadosa memoria diluye el contexto y adecua la mirada a una copa de Campari en la galer¨ªa Vittorio Emanuele de Mil¨¢n. Entre nubes y lluvia, sonrisa al viento y palo de escoba voladora en la entrepierna, la bruja pelirroja de cabello rizado, Mar, Marejada o Maremoto, surca el aire sobre las cinco naves y cuarenta pilares del Duomo y se desvanece en los confines del cielo. Estoy solo. Bebo. El hielo se ha derretido y un h¨¢lito fr¨ªo recorre la galer¨ªa.
Hubo tiempos en los que el f¨²tbol era tapadera de la miseria, pero la corrupci¨®n no gozaba de aquiescencia
Helenio Herrera, que, en el cap¨ªtulo pasado, hab¨ªa comenzado a dictarme sus memorias, ha regresado a su residencia en el cementerio veneciano de la isla de San Michele. Recuerdo que, cuando se interrumpi¨® el dictado y detuve la escritura, contaba H. H. c¨®mo, a los tres a?os, su madre le hab¨ªa salvado la vida en un hospital de Casablanca. Por su madre era capaz de matar. En una ocasi¨®n, en el transcurso de un partido, uno de esos malhadados forofos que confunden el f¨²tbol con la guerra, la patria con el color de una camiseta y las gradas con su cloaca personal tuvo la inoportuna ocurrencia de mencionarle la madre d¨ªas despu¨¦s de que esta hubiera muerto. "Todav¨ªa no hab¨ªa aprendido a controlarme", se justificar¨ªa Herrera; "indagu¨¦ qui¨¦n era aquel individuo y fui a buscarle a los locales del club que, seg¨²n me dijeron, frecuentaba. Apenas verle, empec¨¦ a propinarle pu?etazos, testarazos y puntapi¨¦s. Retroced¨ªa aterrorizado, protegi¨¦ndose con sillas y tir¨¢ndome a la cabeza lo que encontraba a su paso. Nada pod¨ªa detenerme y, cosa curiosa, antes de matarle, mi prop¨®sito era incrustarle en la boca una bola de billar como, a?os despu¨¦s, ver¨ªa hacer a Jack Lemmon en Irma, la dulce. Por fortuna, tropezando y rodando, consigui¨® huir escaleras abajo. As¨ª salv¨® la vida o, por lo menos, la dentadura". Mientras imagino la escena, la afilada voz de H. H. me retrotrae a su infancia para seguir habl¨¢ndome de su madre, cuyas medias negras de algod¨®n, rellenas de trapos y papeles, cortadas y cosidas, aventajaban con creces a las pelotas de papel, que se romp¨ªan con facilidad, y a las piedras y latas, que destrozaban las alpargatas. En aquel entonces, Casablanca era una ciudad sin luces en las calles o, para ser m¨¢s exactos, sin calles. Los camellos desfilaban majestuosos y despectivos esparciendo a su paso un olor acre que todo lo impregnaba. "Viv¨ªamos en una barraca de las afueras y, cuando mi padre sal¨ªa a trabajar, era de noche. Llevaba un farol para no pisar a los que dorm¨ªan en el suelo. De madrugada, pasaba un carro para recoger a los que hab¨ªan muerto. Toda la ropa que yo ten¨ªa me la hab¨ªa hecho mi madre. Incluso un abrigo con la manta que nos hab¨ªan regalado unos soldados y que, m¨¢s que abrigar, picaba. Hasta los cartabones que llevaba a la escuela me los hab¨ªa hecho mam¨¢. Adem¨¢s, cuando no ten¨ªa con qu¨¦, guisaba a la andaluza, se disculpaba ella. Pero hab¨ªa algo que yo deseaba m¨¢s que vestir y comer: tener una pelota de verdad".
Esa fue la pelota que, rodando, le dio fama, dinero y gloria y esta es una historia por las que el f¨²tbol, pelota mediante, es algo m¨¢s que un duelo de fatuidades y una feria de traficantes.
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