Alma Mahler, un ¨®leo expresionista de Kokoschka
Todos sus maridos y amantes fueron d¨®ciles, los tuvo encelados a sus pies, a todos excepto al pintor expresionista Oskar Kokoschka, en quien esta mujer encontr¨® un alma gemela, tan destructiva como la de ella. Hab¨ªa nacido en Viena, en 1879. Se llamaba Alma Marie y era hija de un pintor adinerado y mediocre, el jud¨ªo Emil Jakob Schindler. Por su mansi¨®n, decorada a la manera oriental con jarrones japoneses, plumas de pavo real y tapices persas, desfilaban entonces muchas celebridades, y la adolescente Alma Marie las iba escogiendo al gusto. Comenz¨® desde muy alto, puesto que el primero que la bes¨®, la desnud¨®, la dibuj¨® y la conoci¨® b¨ªblicamente sobre un div¨¢n bajo un ¨®leo de Delacroix fue el pintor Gustav Klimt. Despu¨¦s de Klimt vino el director teatral Burkhardt, a este le sigui¨® el profesor de piano Alexander von Zemlinsky y luego pasaron por su cuerpo otros amores vol¨¢tiles. Finalmente se dispuso a ensayar la caza mayor y la primera pieza cobrada fue el compositor Gustav Mahler, de quien tom¨® el sacramento, el nombre y la fama. A este hombre, 20 a?os mayor que ella, le inspir¨®, le excit¨®, le sac¨® toda la creaci¨®n hasta dejarlo exhausto y destruido por los celos con los primeros escarceos que tuvo en su presencia con el arquitecto Walter Gropius, fundador de la escuela de Bauhaus. Para remediarle la melancol¨ªa su mujer lo mand¨® al div¨¢n de Freud. Le a?adi¨® un tormento a otro. Cuando el psicoanalista le pas¨® la minuta de los honorarios de la primera sesi¨®n Gustav Mahler ya estaba en el pante¨®n.
Fue la primera vez que ella se sinti¨® dominada. La pasi¨®n le llenaba la vida, pero al mismo tiempo le cerraba cualquier horizonte
Despu¨¦s de la muerte del compositor, Alma Mahler desapareci¨® de escena durante un tiempo, pero era una de esas criaturas que no puede vivir sin respirar el ox¨ªgeno de la fama. Sigui¨® coqueteando con Gropius, pero un d¨ªa el pintor Kokoschka fue llamado a la mansi¨®n de Schindler para pintar el retrato y all¨ª se encontr¨® con la viuda de Mahler, joven, bella y enlutada, dispuesta otra vez a la guerra. Alma ten¨ªa 30 a?os y la primera v¨ªctima ya estaba en el mausoleo de los grandes hombres. Tras el almuerzo llev¨® al pintor a su gabinete privado, toc¨® al piano solo para ¨¦l, seg¨²n le dijo, la Muerte de Amor de Isolda y all¨ª mismo iniciaron una relaci¨®n atormentada que durar¨ªa tres a?os hasta que sonaron los ca?ones de la Gran Guerra. Kokoschka era un joven pobre e inmaduro frente a una mujer acostumbrada al lujo, a vivir en palacios, a flotar por los salones, rodeada de servidumbre, pero dispuesta a servir de mecenas a un artista que estaba pintando con desgarro los aires premonitorios de la tragedia europea que se avecinaba. Acuchillar damas de la alta sociedad en los ¨®leos y convertirlas en prostitutas pintarrajeadas con la boca rasgada por la depravaci¨®n era la est¨¦tica de aquellos expresionistas alemanes. Kokoschka se pint¨® a s¨ª mismo abrazado a Alma Mahler, los dos ardiendo en el interior de una bola de fuego. De las mansiones a la sucia buhardilla del bohemio, ese era el destino que le propuso el artista. Fue la primera vez que ella se sinti¨® dominada. La pasi¨®n le llenaba la vida, pero al mismo tiempo le cortaba las alas, la destru¨ªa por dentro, le cerraba cualquier horizonte. Los viajes al sur, a N¨¢poles, a las Dolomitas eran seguidos por largos encierros. Alma quedaba sola en casa y ¨¦l se paseaba nocturnamente bajo la ventana como un perro guardi¨¢n para impedir que se fugara.
Para salvarse del primer naufragio decidieron construirse con las propias manos una casita humilde en Semmering, en las afueras de Viena, pero la soledad empeor¨® las cosas. Alma no pod¨ªa evitar los sue?os de gloria, de elogios y miradas que hab¨ªa vivido en los teatros ni el sonido esfumado del c¨²mulo de aplausos que recib¨ªa despu¨¦s de los conciertos junto al compositor Mahler, su marido, incluso echaba de menos los comentarios venenosos de los salones de Viena. En cambio Kokoschka, un tipo duro, solitario y atormentado, necesitaba el silencio para crear. Odiaba a la sociedad, y celoso del mundo exterior trataba de aislar a su amante encadenada. Incluso se neg¨® a que llevara a la nueva casa ning¨²n recuerdo de Mahler, ni la escultura de Rodin, ni tampoco la mascarilla del compositor, que un d¨ªa al descubrirla envuelta en un papel arroj¨® por la ventana. Mientras constru¨ªan la casa Alma qued¨® embarazada. Tom¨® este hecho como una atadura a?adida. Un lance expresionista acab¨® con la tregua furiosa que manten¨ªa en vilo a la pareja. Un amigo de Alma Mahler, famoso bi¨®logo, cuando solo faltaba un d¨ªa para que los amantes inauguraran la casa llen¨® un terrario con sapos escogidos del suelo h¨²medo de la nueva vivienda y del terreno pantanoso que la rodeaba. Lo instal¨® en el cuarto de ba?o para llev¨¢rselo al d¨ªa siguiente al instituto de Viena, cerca del Prater. Kokoschka sac¨® furtivamente aquella noche la caja de vidrio y arroj¨® el contenido a un arroyuelo cercano. A la ma?ana siguiente, cuando Alma embarazada se asom¨® por primera vez a la ventana para contemplar el nuevo y espl¨¦ndido paisaje vio el espantoso espect¨¢culo de los batracios apare¨¢ndose, los sapos unidos con sus ventosas gelatinosas a las hembras y todos acerc¨¢ndose a la casa en una imp¨²dica comitiva.
Alma Mahler huy¨® llena de terror. Ingres¨® en una cl¨ªnica de Viena y mand¨® que extirparan al hijo que llevaba en las entra?as. Fue el momento en que sucedi¨® el atentado de Sarajevo y comenzaron a conmoverse los cimientos del imperio austroh¨²ngaro. El trauma del aborto les forz¨® a la separaci¨®n. Kokoschka se fue voluntario a la guerra y pronto cay¨® herido. Incluso cundi¨® la noticia de que hab¨ªa muerto. Cuando el rumor fat¨ªdico lleg¨® a sus o¨ªdos, Alma fue al estudio, recuper¨® todas sus cartas de amor y se llev¨® tambi¨¦n un mont¨®n de dibujos, bocetos y cuadros del artista, que regal¨® despu¨¦s a unos j¨®venes amigos. En 1915 Kokoschka se recuperaba de sus graves heridas en el hospital cuando se enter¨® de que su amante se hab¨ªa casado con Walter Gropius y que estaba de nuevo embarazada. Solo as¨ª se puede ser pintor expresionista sin faltar a la est¨¦tica.
Regresado a casa, finalizada la guerra, Alma Mahler ensay¨® algunas maniobras de aproximaci¨®n hacia su antiguo amante. Fue la madre de Kokoschka la que reaccion¨® ante esta amenaza y se pase¨® con un supuesto rev¨®lver bajo la ventana de la diva. Unos la encontraban fascinante, otros como su hija Anna, dec¨ªa que desnuda parec¨ªa un saco de patatas. Vol¨® muy alto. Con el compositor Mahler atraves¨® la m¨²sica, con Walter Gropius sobrevol¨® la arquitectura, finalmente desemboc¨® en el escritor Franz Werfel, con quien acab¨® fundida en la literatura. Tres maridos que le dieron v¨¢stagos, algunos de los cuales murieron tr¨¢gicamente. Comparados con ella, todos sus hombres fueron almas elevadas, sensibles pero d¨¦biles y esta dominatriz se complaci¨® en verles atormentados por los celos, a todos excepto a Kokoschka, que fue el ¨²nico que consigui¨® a su vez destruirla por dentro, acuchillada en los ¨®leos, quemada con un viento de fuego. Era esa clase de mujer que fecunda a los hombres, una mantis religiosa que luego se los come, con el mismo ah¨ªnco furioso con que la rusa Lou Andreas-Salom¨¦ devor¨® a Rilke, a Nietzsche, a Freud y a otras piezas de semejante calibre. Las dos mujeres llevaron vidas cruzadas.
Alma Mahler huy¨® de los nazis con su ¨²ltimo marido el escritor Franz Werfel y se establecieron en Nueva York, donde ella sigui¨® reflej¨¢ndose en todos los espejos hasta que muri¨® clandestinamente en 1964. Alma Mahler entr¨® en el consumo del supermercado cultural por la pel¨ªcula Muerte en Venecia cuya banda sonora esta pose¨ªda por el adaggieto de la Quinta Sinfon¨ªa de Mahler que el m¨²sico compuso bajo la melanc¨®lica pasi¨®n que esta mujer le hab¨ªa provocado. -
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.