La raz¨®n autom¨¢tica
Habr¨ªa que hacer la cr¨ªtica de la raz¨®n autom¨¢tica.
Levantas la voz, te indignas, lo inundas todo de tu iracundia y ya parece que tienes raz¨®n.
Y o te la dan o insultas. Rompes la baraja, amenazas, qu¨¦ se han cre¨ªdo, es indignante. Claro, como no oyes sino lo que se dice a tu lado (para favorecer tu lado), lo de los dem¨¢s no importa, ya tienes raz¨®n. La ejerces, los dem¨¢s que guarden silencio. La discrepancia no es virtuosa, perseguimos la unanimidad.
Esa es la raz¨®n autom¨¢tica. O te la dan o te la tomas. Ya la consecuencia ha de ser un¨¢nime.
Hace rato que estamos en eso, pero como todas las cosas que empiezan, estas tienen un pico. ?Hasta que bajan? Lo cierto es que ahora estamos en el pico de la raz¨®n autom¨¢tica.
?Razones para la indignaci¨®n? Miles. ?Todas verificables, todas justas? Todo es una palabra grande, de modo que cabr¨ªa plantear algunas dudas, digamos, razonables. Frente a la raz¨®n autom¨¢tica es mejor no plantear dudas razonables, porque esos resquicios denuncian al reaccionario. ?Pregunta, ese pregunta? Pues desconfiemos de ¨¦l.
Momentos raros para razonar, y sin embargo habr¨ªa que o¨ªr. Julio Llamazares escribi¨® un libro, Nadie escucha, que entonces, principios de los noventa del siglo pasado, alud¨ªa al ruido en el que se meti¨® la sociedad espa?ola, animada desde ciertos medios a dar trastazos a los que se atrevieran a discrepar del pensamiento vigente, que era tambi¨¦n el de la raz¨®n autom¨¢tica. Ten¨ªan tanta raz¨®n que trataron de conducir a la c¨¢rcel a aquellos que les pusieron sombras a su raz¨®n gritada.
Es un ecosistema de dif¨ªcil digesti¨®n pues impide la discrepancia, que es como el omeprazol de las discusiones. Estamos en tiempos revueltos; no se ve ni un resquicio de cierto sosiego. Pero lo hay, lo hubo; es un instante tan raro que se vio por televisi¨®n; fue en los minutos basura del debate sobre el estado de la naci¨®n. Zapatero se hab¨ªa quedado solo, frente a los minoritarios.
Entonces Zapatero baj¨® la voz y se puso a hablar con los otros (con Llamazares, Gaspar, con Ridao, Joan, que todos tienen nombres de escritores) como si viniera de un largo viaje oscuro y tuviera una confesi¨®n que hacerles. "Yo estar¨ªa m¨¢s c¨®modo ah¨ª abajo". Las c¨¢maras enfocaban a los contertulios, que dec¨ªan s¨ª, no o tal vez, y por un momento pens¨¦ que ese tono no era el de la raz¨®n autom¨¢tica, como si de pronto ese sitio en el que tanto ruido se hab¨ªa perpetrado minutos antes hubiera recuperado zonas de sosiego ins¨®litas en el pa¨ªs grit¨®n.
Fue, quiz¨¢, un espejismo, pero ese momento existi¨®. Claro, Zapatero se est¨¢ despidiendo, y lo hace como lo hac¨ªa Bryce Echenique, y¨¦ndose de a poquito, y le despiden como si solo quisieran o¨ªrle el lamento. A Bryce le cantaban "Y te vas y te vas, y te vas, y no te has ido". Se lo cantar¨¢n a Zapatero, se lo est¨¢n cantando; aquel rato me parece que le cantaban eso.
Por lo menos en este rato no gritaban para alimentar la raz¨®n autom¨¢tica. Por un d¨ªa sin gritos: esa no ser¨ªa una mala pancarta. Pero a ver qui¨¦n la saca tal como est¨¢ el patio. -
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