El sucesor del Papa
El nombramiento del cardenal Angelo Scola como arzobispo de Mil¨¢n es tan incre¨ªblemente at¨ªpico que exige una explicaci¨®n razonable. El cargo de Patriarca de Venecia es uno de los m¨¢s prestigiosos de la Iglesia. Es m¨¢s, el traslado a Mil¨¢n constituye, desde un punto de vista protocolario, una suerte de retroceso, porque el de Patriarca de Venecia es t¨ªtulo superior al de cardenal y arzobispo. En definitiva, nadie se "muda" de tan venerable sede hacia otra, por importante y grande que sea, a menos que no se trate de la de Roma, para convertirse en sumo pont¨ªfice, algo que en el siglo XX solo ha ocurrido en tres ocasiones (con P¨ªo X, Juan XXIII y Juan Pablo I).
No se sostiene la explicaci¨®n de que Ratzinger pretend¨ªa cerrar radicalmente el ¨²ltimo reducto del catolicismo democr¨¢tico, la Mil¨¢n de Martini y Tettamanzi, de las ACLI (Asociaciones Cristianas de los Trabajadores Italianos), a trav¨¦s de un gesto "brutal" de discontinuidad. O mejor dicho, para ponerla en pr¨¢ctica Scola no era la ¨²nica personalidad relevante de la que Ratzinger dispon¨ªa. Es cierto que en su nombramiento confluye un elemento de "afrenta" hacia el catolicismo ambrosiano del que carecer¨ªan otros candidatos (a Scola le fue negado el sacerdocio en el seminario diocesano lombardo de Venegono, de modo que para ordenarse tuvo que trasladarse a Teramo: ahora vuelve como arzobispo), pero es altamente improbable que la voluntad de Ratzinger de subrayar que en Mil¨¢n ha de cambiar el viento tuviera la apremiante necesidad de un ingrediente tan "venenoso".
Al nombrarle arzobispo de Mil¨¢n, el Papa designa a Angelo Scola como su heredero favorito
As¨ª pues, semejante mudanza hacia una ostentosa normalizaci¨®n pod¨ªa llevarse a cabo sin esa inaudita novedad del desplazamiento desde Venecia a Mil¨¢n. Si para Benedicto XVI Angelo Scola resulta por lo tanto "¨²nico", debe haber alguna causa m¨¢s, una causa realmente excepcional que justifique el car¨¢cter at¨ªpico e ineludible de semejante decisi¨®n. Causa que tiene que ver con la sucesi¨®n. Tal nombramiento posee el significado de una investidura: Benedicto XVI est¨¢ se?alando a los cardenales que como sucesor suyo quiere a Angelo Scola. Una atipicidad que explica la atipicidad.
Por lo dem¨¢s, tambi¨¦n Karol Wojtyla realiz¨® un gesto at¨ªpico que evidenciaba su propensi¨®n hacia Ratzinger como sucesor, dedicando un libro "al amigo de confianza" y promoviendo que se difundiera en los sagrados palacios tan notablemente ins¨®lito e hiperlisonjero "t¨ªtulo". Cada c¨®nclave, naturalmente, decide al final como prefiere, en la convicci¨®n de que quien elige es en realidad el Esp¨ªritu Santo, "viento" de Dios que, como es sabido, "sopla por donde quiere". Pero el sentido profundo y perentorio de investidura y testamento, por parte de Benedicto XVI, del nombramiento de Scola para la c¨¢tedra de Ambrosio no se le habr¨¢ escapado desde luego a ninguno de los purpurados que forman el Sacro Colegio. Porque, repit¨¢moslo, otra explicaci¨®n no cabe, a menos que llamemos en causa categor¨ªas inadmisibles para un pont¨ªfice como el capricho y el ultraje.
Tal vez otra raz¨®n por la que Ratzinger haya sentido la necesidad de hacer tan teatral la investidura de Scola sea el handicap que actualmente -tras siglos de predominio de la situaci¨®n opuesta- representa para todo papable el ser italiano. En el (casi ex) Patriarca de Venecia, Benedicto XVI ve la m¨¢s firme (y a sus ojos inigualable) garant¨ªa de continuidad con su propio pontificado bajo dos aspectos por lo menos: el creciente relieve asegurado a movimientos "carism¨¢ticos" como Comuni¨®n y Liberaci¨®n (CL) en detrimento del asociacionismo tradicional unido a di¨®cesis y parroquias, y el privilegio del di¨¢logo con Oriente, en el doble sentido de cristiandad ortodoxa y del islam. Si el primer tema lo subrayan todos los observadores, el segundo se descuida m¨¢s a menudo, por mucho que resulte m¨¢s influyente incluso. El hilo conductor del papado de Ratzinger es, en efecto, la oferta a los dem¨¢s monote¨ªsmos, y al de Mahoma de manera especial, de una Santa Alianza contra la modernidad atea y esc¨¦ptica. Ese era el sentido del desafortunado discurso de Ratisbona, que a causa de una torpe cita acad¨¦mica provoc¨®, por el contrario, resentimiento y des¨®rdenes.
Di¨¢logo con el islam, pero bajo el signo del anatema com¨²n contra el desencanto de la ilustraci¨®n, del pensamiento cr¨ªtico, de la democracia consecuente, y como alternativa a la apertura hacia "lo diverso" del catolicismo democr¨¢tico de signo conciliar. La Fundaci¨®n y la revista Oasis, promovidas en Venecia por Scola, son el eficac¨ªsimo instrumento de esta l¨ªnea ideol¨®gica-pastoral de aliento "global" pero de evidentes implicaciones europeas, dada la presencia del islam como segunda religi¨®n (en galopante expansi¨®n demogr¨¢fica) por las grandes metr¨®polis del viejo continente. Solo con una ¨®ptica m¨¢s "angosta" puede pensarse que con la investidura de Scola Ratzinger pague la deuda de gratitud hacia CL, lobby que tan pujante se mostr¨® para su propia elecci¨®n. En realidad, Ratzinger ve en Scola a un sucesor capaz de proseguir con m¨¢s coherencia y ¨¦xito que los dem¨¢s papables el desaf¨ªo oscurantista de la revancha de Dios sobre las luces que caracterizan su pontificado: intransigencia dogm¨¢tica, "frente integrista" con el islam, presencia decisiva de la fe cat¨®lica en la legislaci¨®n civil, falta de prejuicios en la confrontaci¨®n p¨²blica con el ate¨ªsmo, todo ello acompa?ado por una afabilidad pastoral superior a la suya.
Paolo Flores d'Arcais es fil¨®sofo y editor de la revista MicroMega. Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
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