Fresas con nata
Es tentador ponerse moralista ante las pr¨¢cticas de los tabloides ingleses. El consenso, incluidos los lectores del 'News of the World', es que se ha cruzado una l¨ªnea. Pero la verdad es que se cruz¨® al pagar por la informaci¨®n
Tuve mi primer contacto con el mundo del periodismo ingl¨¦s cuando ten¨ªa 19 a?os, mucho antes de que se me ocurriera que alg¨²n d¨ªa acabar¨ªa gan¨¢ndome la vida vendiendo palabras a los diarios. Me contact¨® un reportero de un tabloide londinense y me dijo que si le consegu¨ªa determinada informaci¨®n, a la que yo ten¨ªa acceso privilegiado, me pagar¨ªa 10 libras. Me dio un poco de yuyu la propuesta, pero el imperativo econ¨®mico venci¨® mis escr¨²pulos. Le dije que s¨ª.
Estaba trabajando en Wimbledon, donde ese mismo d¨ªa arrancaba el famoso campeonato de tenis, como parte de un equipo de j¨®venes cuya tarea diaria consistir¨ªa en recoger la basura abandonada por el p¨²blico que acud¨ªa al venerable torneo. Ten¨ªa que ganar dinero para poder pagar la universidad y, para m¨ª, 10 libras era una suma importante. En aquel d¨ªa inaugural el gran tema para los tabloides no era si Bjorn Borg saldr¨ªa campe¨®n una vez m¨¢s, o si le superar¨ªa John McEnroe, sino cu¨¢l ser¨ªa el precio que cobrar¨ªa la empresa que ten¨ªa el monopolio del catering en Wimbledon por un plato de fresas con nata. Cada a?o la historia era la misma. "?Qu¨¦ verg¨¹enza! Una vez m¨¢s suben el precio. ?C¨®mo abusan de la gente!". La indignaci¨®n vende, no solo en Espa?a, y generarla es uno de los objetivos primordiales de la prensa tabloide inglesa.
La sociedad inglesa ha sido c¨®mplice de lo que en otras culturas se ver¨ªa como inaceptables excesos
El tabloide es la expresi¨®n visible de una democracia fuerte y sana. Compran, pero no son comprados
El objetivo espec¨ªfico de mi amigo el reportero, un antiguo compa?ero de secundaria, era averiguar el precio de las fresas antes que el resto de la competencia. Como yo estaba dentro del recinto de Wimbledon antes de que se abrieran las puertas al p¨²blico, el plan era que me acercar¨ªa a los puestos donde se iba a vender el plato insignia del torneo, ver¨ªa lo que cobraban y le llamar¨ªa con la informaci¨®n desde un tel¨¦fono p¨²blico. Todo fue como la seda. ?l consigui¨® su exclusiva y unas horas despu¨¦s nos encontramos detr¨¢s de un ¨¢rbol donde, como buen gentleman, me pas¨® el prometido billete.
Pasar¨ªan seis a?os hasta que iniciara yo mi carrera en el periodismo y descubriera que pagar por informaci¨®n no era la ¨²nica manera de conseguir buenas historias. Aunque tampoco pasar¨ªa mucho tiempo para que me diera cuenta de que para vender gigantescas cantidades de peri¨®dicos, para conseguir las historias m¨¢s jugosas, de mayor inter¨¦s para el mayor n¨²mero de personas, no hab¨ªa m¨¢s remedio que recurrir a la antigua pr¨¢ctica conocida en Inglaterra como chequebook journalism, periodismo de talonario. He aqu¨ª la ra¨ªz del esc¨¢ndalo que ha sacudido la prensa inglesa, e impactado en el mundo pol¨ªtico brit¨¢nico en general, y cuyo desenlace ha sido la extraordinaria decisi¨®n del magnate Rupert Murdoch de cerrar el News of the World, tabloide sensacionalista por excelencia.
El detonador fue la noticia de que el News of the World, la primera adquisici¨®n de varias que ha hecho Murdoch en la prensa inglesa (siguieron The Sun, The Times y Sunday Times), hab¨ªa interceptado ilegalmente los tel¨¦fonos de unos 4.000 individuos -no solo de famosos, sino de parientes de soldados muertos en Afganist¨¢n o de v¨ªctimas de cr¨ªmenes c¨¦lebres- con el fin de lograr exclusivas. Para lograrlo pagaron sustanciales sumas de dinero a detectives privados. Se alega tambi¨¦n que consiguieron informaci¨®n confidencial pagando a polic¨ªas. Ha habido detenciones y habr¨¢ m¨¢s. Todo esto es la consecuencia l¨®gica de considerar aceptable la premisa de pagar por informaci¨®n en un mercado medi¨¢tico ferozmente competitivo en el que, hace tiempo -concretamente desde que Murdoch compr¨® el News of the World en 1969- pr¨¢cticamente todo vale.
Ahora, se?alar solo a Murdoch, que tantos enemigos tiene, ser¨ªa hip¨®crita y oportunista. ?Qui¨¦n sabe cu¨¢l ser¨¢ el siguiente diario nacional ingl¨¦s en caer en desgracia? El Mirror, el Express, el Daily Mail y, por supuesto, The Sun tambi¨¦n practican, y con igual descaro, el periodismo de talonario. Me dec¨ªa un amigo que trabaja para el Mail esta semana que los due?os del diario, rival a muerte de Murdoch, estaban "me¨¢ndose los pantalones" ante la posibilidad de que ellos tambi¨¦n sean se?alados. Todos, independientemente de sus predilecciones pol¨ªticas, participan en el juego. No existe ninguna agenda secreta, propia de Murdoch, detr¨¢s de este l¨ªo. No es que los due?os de estos diarios o sus periodistas sean racistas o derechistas o antigais, o incluso unos s¨¢tiros a lo Dominique Strauss-Kahn. Son lobos de la informaci¨®n que operan en un entorno en el que la ¨²nica ley que rige es la de la selva. Los periodistas de la cultura tabloide utilizan todos los m¨¦todos a su disposici¨®n con el fin ¨²nico y exclusivo de obtener, lo m¨¢s r¨¢pido posible, informaci¨®n que venda, y la que m¨¢s vende es casi siempre la que est¨¢ relacionada con el sexo, el denominador com¨²n universal, y particularmente con las vidas sexuales de los famosos; o con casos criminales que despiertan el inter¨¦s de toda la naci¨®n, como el de Madeleine McCann, la ni?a desaparecida hace cuatro a?os en un balneario portugu¨¦s.
Las recompensas econ¨®micas para estos diarios, que venden cinco, seis o siete veces m¨¢s ejemplares que el diario de m¨¢s venta en Espa?a, EL PA?S, son enormes. Y para los periodistas tambi¨¦n. Ganan mucho m¨¢s que los que trabajan para la prensa seria inglesa, la que no paga por la informaci¨®n. Lo curioso, visto desde fuera, es que los periodistas de los diarios The Guardian, The Independent, The Times, Telegraph o Financial Times est¨¢n m¨¢s preparados. La mayor¨ªa tiene t¨ªtulos universitarios. Saben redactar historias complejas. Muchos de los que reciben grandes sueldos de The Sun, por ejemplo, no son capaces de escribir un primer p¨¢rrafo publicable, mucho menos una historia de principio a fin. Consiguen la materia prima y se la pasan un nutrido grupo de profesionales de la palabra -conocedores del estilo sensacionalista, exprimidores de indignaci¨®n- en la mesa de redacci¨®n.
Las dos culturas period¨ªsticas inglesas reflejan la marcada divisi¨®n de clases sociales en Inglaterra, tanto en cuanto a los lectores de los diarios como a los que trabajan en ellos. Mi amigo de secundaria triunf¨® en el mundo tabloide a una temprana edad. Poco despu¨¦s de la historia de las fresas dio el salto a los esc¨¢ndalos sexuales de la familia real y de otros famosos, como el caso de un c¨¦lebre actor de cine casado al que pill¨® in fraganti con una jovenzuela tras irrumpir sin permiso en su chalet caribe?o. De 120 chicos que hab¨ªa en mi a?o en el colegio ¨¦l sac¨® las peores notas. Abandon¨® sus estudios con 16 a?os, se meti¨® en el periodismo, accedi¨® al Daily Mirror y con 22 a?os, mientras yo estudiaba en la Universidad y segu¨ªa cada verano recogiendo basura en Wimbledon, se compr¨® una casa de cuatro pisos en un lujoso barrio de Londres.
Los incentivos para los periodistas son considerables y los fondos de los que disponen los tabloides para comprar historias casi no tienen l¨ªmite. Por elegir un caso entre miles, el News of the World le pag¨® medio mill¨®n de libras a Rebecca Loos en 2004 para que le contara los pormenores de su affaire (salaces mensajes de texto incluidos) con David Beckham cuando el entonces personaje m¨¢s famoso de Inglaterra, casado con la casi igual de famosa Posh de las Spice Girls, jugaba en el Real Madrid. La inversi¨®n le result¨® rentable al diario. Nadie (ning¨²n ingl¨¦s, al menos) que hubiera pasado por un quiosco de peri¨®dicos aquel domingo por la ma?ana y hubiera visto el titular del News of the World podr¨ªa haberse resistido a comprarlo.
Es tentador ponerse solemne y moralista ante estas pr¨¢cticas de los tabloides ingleses, y sin duda es la ¨²nica reacci¨®n posible a la barbaridad reci¨¦n destapada -principalmente por el impoluto The Guardian- de los tel¨¦fonos interceptados. El consenso, desde el primer ministro brit¨¢nico hasta los lectores del News of the World, es que se ha cruzado una l¨ªnea. Pero la verdad es que se cruz¨® hace mucho tiempo, cuando pagar por informaci¨®n -tr¨¢tese del precio de las fresas con nata o de los amor¨ªos de Beckham o la princesa Diana- se convirti¨® en rutina. Todos los lectores de los tabloides saben por d¨®nde van los tiros y nunca les ha impedido comprarlos. La sociedad inglesa ha sido c¨®mplice de lo que en otras culturas se ver¨ªan como inaceptables excesos.
La consecuencia de la actual tormenta es que la prensa inglesa se civilizar¨¢ un poco. Pero no tanto. Seguir¨¢n pagando por historias y los diarios ingleses seguir¨¢n siendo los m¨¢s irreverentes, m¨¢s salvajes y -s¨ª- m¨¢s entretenidos del mundo; y tambi¨¦n, tanto los diarios serios como los tabloides, los m¨¢s independientes. Son la expresi¨®n m¨¢s visible de una democracia fuerte y sana. Compran, pero no son comprados. Para bien, aunque a veces para mal, que siga la juerga.
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