T¨¦ y recuerdos del Holocausto
Un centro instalado en Londres ayuda a los supervivientes de la Shoah a convivir con un trauma incurable. Temen que la muerte sepulte para siempre sus terribles historias
Mi vida no ha sido normal", recapitula Henrietta Kelly, de 75 a?os. Est¨¢ sentada con la cabeza baja y los ojos entornados. Por la puerta entreabierta se filtran voces animadas y un olor intenso a comida. La vida de Henrietta Kelly no ha sido normal, ni es normal el lugar donde nos encontramos, aparentemente un centro social para ancianos, pero en realidad, un punto de encuentro, un techo seguro para los que sufrieron la persecuci¨®n nazi. El Centro para Supervivientes del Holocausto (HSC, en sus siglas en ingl¨¦s) es tan anodino por fuera como as¨¦ptico por dentro. Se alza, sin letreros externos, sin se?as de identificaci¨®n, en un cruce de calles en Barnet, en el noroeste de Londres, en mitad de un barrio jud¨ªo de clase media.
Tras 19 meses en el campo de Bergen-Belsen, Henrietta perdi¨® la fe en la gente: "Ni siquiera me fiaba de mi marido"
"All¨ª colgaban a los jud¨ªos por cualquier cosa", recuerda Janine, de 78 a?os, sobre la vida en el gueto
La experiencia con los que sobrevivieron al Holocausto es aplicable a los de otras tragedias, afirma la directora
Henrietta Kelly (de soltera Steinberg) es asidua del centro desde que empez¨® a funcionar a principios de los a?os noventa. Aqu¨ª se siente protegida y acompa?ada, porque la mayor¨ªa de las 300 personas que lo frecuentan han tenido como ella una vida anormal, marcada por los horrores de la II Guerra Mundial y el genocidio de los jud¨ªos. El HSC es ¨²nico en su g¨¦nero, si se except¨²a el que existe en Israel, y pretende ayudar a estos supervivientes a manejar el da?o sufrido. "No podemos curar ese trauma, pero s¨ª conseguir que vivan con ¨¦l una vida lo m¨¢s plena posible", dice su directora, Judith Hassan, psic¨®loga y soci¨®loga. Hassan puso en marcha el centro cuando se dio cuenta de que las dificultades cotidianas eran una prueba insalvable para muchos supervivientes del Holocausto. "Un cambio de casa, un traslado, les paralizaba, porque desencadenaba en ellos recuerdos horribles de la deportaci¨®n", dice.
El centro, dependiente financiera y estructuralmente del Jewish Care (la principal asociaci¨®n asistencial jud¨ªa de Londres) y de aportaciones voluntarias (los socios pagan cantidades testimoniales), funciona como el hogar que les falt¨® en la infancia, e intenta alejar del horizonte de sus vidas los fantasmas del pasado: el hambre end¨¦mica y el horror a la autoridad. Por eso hay siempre bollos de pan en el comedor, t¨¦, dulces, y por eso, asegura Hassan, ella se mantiene siempre en un segundo plano, m¨¢s como una testigo, una mano a la que aferrarse, que como la directora de la instituci¨®n.
Henrietta Kelly parece, en cambio, necesitada de alguna autoridad benigna. Naci¨® en Oswiezim (Polonia) -Auschwitz, en alem¨¢n, donde se instalar¨ªa el campo de exterminio que ha llegado a simbolizar el Holocausto- tres a?os antes del estallido de la II Guerra Mundial. Su padre logr¨® huir a Palestina. Su madre y ella intentaron sortear la persecuci¨®n, pero acabaron en el campo de concentraci¨®n de Bergen-Belsen (en la Baja Sajonia), el mismo donde muri¨® de tifus Ana Frank. "Mi padre nos envi¨® documentaci¨®n para viajar a Suiza. Mi madre fue a la oficina de la Gestapo y logr¨® incluir en los papeles a mi t¨ªo Jacob. Pero nunca llegamos a Suiza, nos deportaron a los tres a ese campo", cuenta.
Henrietta cierra los ojos, inclina la cabeza, y golpea la mesa r¨ªtmicamente con la mano izquierda, como si fuera una m¨¦dium convocando a los esp¨ªritus. Hija de rabino y de una jud¨ªa ortodoxa, era demasiado peque?a para saber lo que ocurr¨ªa a su alrededor. Del campo de Belsen recuerda: "Era grande y estaba dividido en peque?os campos. Nosotros est¨¢bamos todos juntos. Hab¨ªa bastantes rencillas, y hasta una interna que dec¨ªan que robaba cosas. Yo me pregunto: ?qu¨¦ pod¨ªa robar si ninguno ten¨ªamos nada?". Recuerda la espantosa sopa l¨ªquida que les daban para comer, cocinada con restos de verduras. Y el orden jer¨¢rquico en el que se distribu¨ªa. "Mi madre, como esposa de rabino, era una de las primeras en la fila". Dice que los alemanes los sacaron del campo al final de la guerra, rumbo a alg¨²n lugar de Alemania, pero los rusos, ya vencedores, los rescataron, y los enviaron de regreso a su ciudad. "Mi madre estaba muy enferma, ten¨ªa la peste bub¨®nica, pero se cur¨®. Ella no se daba nunca por vencida. '?Sobrevivir¨¦!', dec¨ªa siempre. Era una hero¨ªna". Y sobrevivi¨®. La familia entera se salv¨® de la cat¨¢strofe y se instal¨® en Escocia, donde Henrietta reh¨ªzo su vida.
Pero el final feliz no la ha librado de sus fantasmas. "La gente no quer¨ªa o¨ªr nuestras historias", dice. Y ella hab¨ªa perdido la fe en el ser humano. "Al principio, ni siquiera confiaba en mi marido". Por eso se aferr¨® al centro donde se reun¨ªan otros supervivientes. "Era como encontrar a una segunda familia. Aqu¨ª uno habla con quien le parece; hay gente que te quiere y otra que te evita. Igual que una familia".
Una de las funciones del centro es sacar a la luz los recuerdos anteriores y posteriores al Holocausto. La memoria es fundamental. Pero los recuerdos vuelven una y otra vez a los mismos episodios traum¨¢ticos. "Yo los escucho y anoto todo lo que me cuentan", dice Hassan para quien el centro pretende ser, sobre todo, un lugar de encuentro y una experiencia de felicidad. Se organizan visitas a exposiciones, se va a conciertos, se hacen peque?as excursiones y se imparten clases de y¨ªdish, porque la mayor¨ªa de los asociados son jud¨ªos de la Europa del Este, de Alemania o Austria. Entre los supervivientes que acuden, muchos pertenecen a una segunda generaci¨®n de v¨ªctimas del Holocausto. La guerra y las deportaciones los cogi¨® de ni?os. Ni?os jud¨ªos escondidos por sus padres en hogares cat¨®licos, atendidos por otras familias o instituciones en las que no siempre recibieron buen trato.
Aqu¨ª han coincidido Jack Bild, de 68 a?os, uno de los m¨¢s j¨®venes del centro, y Marcel Ladenheim, de 72 a?os. Ambos de padres jud¨ªos austr¨ªacos que buscaron refugio en B¨¦lgica en un caso, y en Francia, en el otro. Bild es un hombre alto, delgado, de rostro impenetrable, que naci¨® con la guerra ya avanzada. Su madre pas¨® el embarazo escondida en una localidad pr¨®xima a Bruselas. Perdi¨® al padre en la guerra, y al terminar el conflicto su madre se volvi¨® a casar y se traslad¨® con ¨¦l, su hermano mayor y su nuevo marido a Canad¨¢. "Creo que lo que me marc¨® m¨¢s fue la convivencia con mi padrastro, superviviente de Auschwitz, donde hab¨ªa perdido a toda su familia. Era un hombre tir¨¢nico. Terrible". El centro le ayud¨® a superar, en parte, la ansiedad que le consume desde que tiene uso de raz¨®n.
Marcel Ladenheim no tiene, en cambio, malos recuerdos de aquella etapa. La pas¨®, oculta su identidad jud¨ªa, acogido en una localidad al norte de Par¨ªs, "con una gente que se port¨® muy bien conmigo". Su madre, con graves problemas mentales, intent¨® recuperarlo, pero su estado no le permiti¨® atenderlo y regres¨® al mismo sitio. "?Qu¨¦ infancia hemos pasado! Yo no he tenido a nadie que me abrazara y me besara", dice Dani Jeffrey, de 75 a?os, de padres rusos refugiados en Par¨ªs. Dani, cabello blanco corto, blusa blanca y pantalones oscuros, aparece temblorosa. "No s¨¦ lo que habr¨ªa sido de m¨ª sin este centro. Me ha ayudado a encontrar una identidad, a encontrarme a m¨ª misma", dice, todav¨ªa incapaz de superar las carencias de su infancia. Hasta donde recuerda, sus padres la escondieron en un pueblecito, al cuidado de una mujer, y la visitaban con frecuencia. Pero a partir de un momento no volvieron. "Me sent¨ª abandonada. No comprend¨ªa nada. Yo no ten¨ªa otra familia en Francia, aparte de ellos. Luego me enter¨¦ de que en septiembre de 1942 hab¨ªan concentrado a miles de jud¨ªos en Par¨ªs, y los hab¨ªan deportado a Auschwitz. En Yad Vashem
[instituci¨®n israel¨ª dedicada a las v¨ªctimas del Holocausto] encontr¨¦ el n¨²mero del convoy en el que hab¨ªa sido deportada mi madre. Nunca volvi¨®".
"?Ten¨ªa dos o tres d¨ªgitos?", pregunta, de pronto, Marcel, que ha estado escuchando en silencio el relato de Dani. Marcel viene poco al centro, porque vive demasiado lejos. "Creo haber conseguido lo que pretend¨ªa en los 10 o 12 a?os que he estado viniendo asiduamente". Dentista jubilado, tiene tres hijos y cinco nietos, y conserva un fuerte acento franc¨¦s. Reconoce que un instinto de supervivencia lo llev¨® a olvidar selectivamente las experiencias m¨¢s amargas de su vida de ni?o jud¨ªo fugitivo. "A?os despu¨¦s encontr¨¦ a una persona que me conoci¨® en aquellos tiempos. 'Hay que ver, Marcel, lo que llorabas entonces', me dijo. Y me dej¨® sorprendido porque yo no lo recordaba en absoluto".
Otros, entre los socios del centro, necesitan hablar. Viven obsesionados con el miedo de que, al morir, sus historias se olviden. Y van de escuela en escuela contando lo que sufrieron. Harry Fox, de 90 a?os, superviviente de Auschwitz, y uno de los m¨¢s veteranos, se encuentra esta ma?ana en una escuela londinense, explicando c¨®mo era aquel lugar de horror.
Janine Webber, pelo oscuro, aspecto juvenil pese a tener 78 a?os, recorre tambi¨¦n las escuelas contando su experiencia que se parece casi a un relato de aventuras. Nacida en Lvov, tercera ciudad de Polonia entonces, hoy parte de Ucrania, de la que fueron exterminados la mayor¨ªa de los 136.000 miembros de la comunidad jud¨ªa, cuenta con todo lujo de detalles las peripecias vividas durante la ocupaci¨®n nazi. Los fusilamientos masivos llevados a cabo por los ucranianos. La muerte de su hermano y de su padre, la huida con su madre, la ayuda providencial de una t¨ªa materna. El tiempo que pas¨® oculta en un cobertizo, con solo nueve a?os. "Tengo intacto el recuerdo de las botas brillantes de los soldados alemanes que nos buscaban. Todav¨ªa las veo en las pesadillas". Finalmente fue internada en el gueto con otros parientes. "All¨ª colgaban a los jud¨ªos por cualquier cosa. Las calles estaban llenas de cad¨¢veres". Su madre muri¨® de tifus, una epidemia que diezm¨® las poblaciones de los guetos y de los campos de concentraci¨®n. "Pese a los a?os que han pasado, no puedo perdonarme no haberla abrazado, no haberme despedido de ella. La vi con tan mal aspecto que me asust¨®, no quise acercarme a ella", cuenta Janine, que consigui¨® sobrevivir gracias a la ayuda de un polaco que ocult¨® en su casa a 13 jud¨ªos. Seis meses despu¨¦s de terminar la guerra, su t¨ªa se la llev¨® con ella a Francia.
"Me eduqu¨¦ en Francia, y all¨ª aprend¨ª un poco de espa?ol. Me encanta", dice, probando t¨ªmidamente con alguna palabra. "Hola, ?c¨®mo est¨¢?", dice. Viste rebeca estampada, pantalones claros, y hay una sorprendente vivacidad en sus ojos. Suena m¨²sica israel¨ª y, en la habitaci¨®n de al lado, un grupo de ancianas baila. Judith Hassan muestra, orgullosa, los dibujos que adornan una de las paredes. "Los han hecho gente del centro, algunos no hab¨ªan dibujado en su vida. Y jam¨¢s dibujan nada que tenga que ver con el Holocausto", dice.
Janine ha hecho amigas en el centro. Una de ellas es Wlodka Robertson (de soltera Blit), de 79 a?os, polaca como ella, pero de Varsovia. Wlodka, pelo rubio, blusa de raso color crema, falda estampada azul, es peque?ita, y habla de forma reposada. Sus padres, cuenta, estaban muy comprometidos pol¨ªticamente. "Mi padre huy¨® y se uni¨® a la resistencia polaca". El resto de la familia fue recluida en aquel gueto superpoblado -lleg¨® a tener cerca de 400.000 habitantes, hacinados en un territorio min¨²sculo dentro de Varsovia-. "A la gente la disparaban por la calle, era muy peligroso salir. Hab¨ªa ni?os fam¨¦licos con el vientre hinchado. Pero todo el mundo se esforzaba en llevar una vida lo m¨¢s normal posible. Hab¨ªa una librer¨ªa, y sinagogas, recuerdo tambi¨¦n que hab¨ªa un tel¨¦fono. F¨ªjese qu¨¦ cosas". Ellos tuvieron suerte. Alguien les avis¨® de lo que se preparaba y consiguieron abandonar el gueto tres meses antes del levantamiento. Luego, con ayuda econ¨®mica de alguna organizaci¨®n internacional que Wlodka no recuerda, lograron llegar a Londres. All¨ª se reunieron todos: su padre, su madre, su hermana gemela.
?Qu¨¦ busca Wlodka en este centro? "Desde que se abri¨® vengo asiduamente. Necesito venir, no puedo estar mucho tiempo sin aparecer. Y aunque falte algunas veces, me da tranquilidad saber que sigue aqu¨ª".
Judith Hassan dice que su experiencia aqu¨ª puede ser valiosa porque es aplicable a los supervivientes de otras tragedias. Por ejemplo, a las v¨ªctimas de las guerras en la ex Yugoslavia. "Tenemos un cocinero refugiado que viene de Bosnia". Pero ?es bueno vivir toda la vida como v¨ªctimas? "Ellos no se sienten v¨ªctimas. Claro, tienen que pasar el examen de un psiquiatra para obtener la ayuda que da Alemania. Son unos 3.000 euros, no crea que es mucho. Y ah¨ª el diagn¨®stico siempre habla de s¨ªndrome postraum¨¢tico". Pero ella sabe que los supervivientes del Holocausto no son enfermos mentales. Aunque les quede el trauma, la p¨¦rdida, el dolor de lo vivido y esa certeza, imposible de erradicar, de que son, y ser¨¢n siempre, fugitivos.
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