Son unos monstruos
Un hito. En el futuro, nos preguntar¨¢n y todos podremos contar exactamente lo que hac¨ªamos cuando supimos que la Guardia Civil registraba la SGAE. O quiz¨¢ no todos: los m¨²sicos no parecen darse por enterados. A estas alturas, el principal colectivo de socios de la SGAE todav¨ªa no se ha manifestado: ni apoyo al actual r¨¦gimen ni propuesta de transformaci¨®n. Como si confiaran en que todo sea una tormenta de verano.
Nada que deba sorprendernos. Cuanto m¨¢s trato con los artistas, m¨¢s compruebo que se trata de una raza aparte. Permitan que comparta algunas historias de artistas. Hablo de artistas for¨¢neos, ya que sus tropel¨ªas son mayores... y se difunden.
Leo que Morrissey impone su vegetarianismo al festival belga Lokerse Feesten. El 4 de agosto, d¨ªa que act¨²a el excantante de los Smiths, nadie vender¨¢ carne en los puestos del festival, que se desarrolla en una regi¨®n de Flandes conocida por sus salchichas de carne equina. Ya saben del odio de Morrissey por los carn¨ªvoros. En un concierto californiano al aire libre, lanz¨® una de sus frases lapidarias: "Huelo a carne quemada y espero que sea humana". Puro matonismo: Morrissey aprieta a los m¨¢s d¨¦biles. Hace 15 d¨ªas, cantaba en Glastonbury, donde puedes comprar todas las hamburguesas, salchichas y costillas de barbacoa que desees. Pero uno no pone pegas gastron¨®micas al mayor festival del mundo.
A estas alturas, los m¨²sicos, el principal colectivo de socios de la SGAE, todav¨ªa no se han manifestado
Detesto a esos mitos vivientes con la sensibilidad a flor de piel. No necesariamente son superestrellas: un Ry Cooder se enfada si el entrevistador no ha le¨ªdo la novelita que te¨®ricamente acompa?a a su disco I, flathead. Lo absurdo es que ese texto -100 p¨¢ginas- solo aparece en una edici¨®n de lujo estadounidense que no est¨¢ disponible en Espa?a.
As¨ª que los dioses del rock incitan a la lectura. La lectura r¨¢pida. Pienso en Keith Richards: antes de su publicaci¨®n, si quer¨ªas comentar su autobiograf¨ªa, Vida, deb¨ªas leer las 500 p¨¢ginas en su editorial londinense. Ten¨ªas seis horas para hacerlo (y un vigilante encima, por si se te ocurr¨ªa algo).
Urge desconfiar tambi¨¦n de los simp¨¢ticos profesionales. Paul McCartney convoca una rueda de prensa con una docena de medios europeos. Sus esbirros anuncian que no firmar¨¢ ning¨²n aut¨®grafo ni se fotografiar¨¢ con los plumillas. Un minuto despu¨¦s entra Paul y asistimos a un recital de bromas y respuestas ingeniosas. Tan buen rollo que, cuando termina, pregunto la raz¨®n de las advertencias iniciales. Me ofrecen un argumento miserable: "Paul sabe que cualquier libro o disco que firme multiplica su precio y detesta ver esos objetos en eBay". Imagino al multimillonario McCartney pegado al ordenador, observando codiciosamente la valoraci¨®n de su firma...
Y otra historia extravagante: a mediados de los noventa, el Artista Anteriormente Conocido como Prince pasaba temporadas en Espa?a. Surgi¨® la posibilidad de una entrevista. Parec¨ªa ir en serio: preguntaron por la talla del entrevistador (no admite periodistas demasiado altos). Llegaron luego nuevas condiciones: se prohib¨ªan las grabadoras y tomar notas. Tampoco se pod¨ªa hacer preguntas; ¨¦l guiar¨ªa la conversaci¨®n.
Hubo incluso una entrevista de prueba, con su entonces esposa, Mayte Garc¨ªa. Ella result¨® cordial pero tambi¨¦n se sent¨ªa inc¨®moda al no poder pronunciar su nombre. Finalmente, harta de tanta tontuna, Mayte habl¨® de Prince esto y Prince lo otro. Cada vez que lo escuchaba, el guardaespaldas -una monta?a samoana de m¨²sculos- se sobresaltaba. Supongo que dio malos informes: no hubo encuentro con el Chico P¨²rpura.
Babelia
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