Luis Le¨®n, con dos pedaladas
El espa?ol del Rabobank gana con clase una etapa marcada por el atropello de Flecha y Hoogerland
Iban seis en fuga, pero a la meta solo llegaron tres. A dos se los llev¨® por delante un coche y otro confes¨® que se escap¨® por escaparse, pero que solo en el intento se qued¨® seco. Todo llegando a la ciudad antigua de Saint Flour, en el macizo del Cantal, por carreteras estrechas y valles frondosos buc¨®licos contaminados por el aire envenenado del Tour desorbitado, que ensucia todo lo que toca.
Pudo m¨¢s su efecto negativo que el sentido l¨®gico del ciclismo, que el Tour hab¨ªa convertido en una rutina: el d¨ªa fue un s¨ªntoma y una se?al de que lo excepcional se ha instalado en medio de la desmesura y el gigantismo de la carrera, aunque el resultado inscrito en las hojas de clasificaci¨®n -etapa para Luis Le¨®n S¨¢nchez, amarillo para Thomas Voeckler- parezca una conclusi¨®n t¨ªpica para una etapa t¨ªpica de media monta?a -accidentada, dice el libro de ruta del Tour, que no conoce la iron¨ªa-, de transici¨®n y alegr¨ªa.
Era una fuga de sospechosos habituales. De un par de corredores franceses, de Voeckler y Casar, que en estas etapas, y en el campeonato nacional, encuentran una justificaci¨®n a toda una carrera profesional, el sentido de su vida; de un escalador holand¨¦s, Hoogerland, del que dicen que est¨¢ un poco zumbado y que est¨¢ loco por el jersey de la monta?a; de dos ciclistas espa?oles.
De Flecha, que la v¨ªspera dec¨ªa que se estaba divirtiendo como nunca, un discurso ¨²nico en una carrera en la que los corredores se han acostumbrado a contar solo miserias; de Luis Le¨®n S¨¢nchez, que se hab¨ªa escapado para darle moral a su equipo, el Rabobank, y a su l¨ªder, el sobrio Gesink, que anda hecho unos zorros por las ca¨ªdas. De ellos cinco, cuatro, todos menos Hoogerland, que debuta en el Tour a los 28 a?os, ya hab¨ªan ganado etapas similares en fugas parecidas con compa?eros del mismo tipo. De hecho, hace un a?o, a Luis Le¨®n le bati¨® Casar al final de una fuga.
Como en una pel¨ªcula de terror psicol¨®gico, de esas en las que en mitad de una vida id¨ªlica, la semilla del mal, la insidia, empieza a crecer de una manera inadvertida hasta que todo lo destruye, as¨ª pas¨®.
Primero de manera imperceptible, cuando la terrible ca¨ªda en cabeza del pelot¨®n en el descenso peligroso del Pas de Peyrol, el primer puerto duro de todo el Tour, a m¨¢s de 100 kil¨®metros de meta, les dio a los fugados tres minutos m¨¢s inesperados de ventaja.
Despu¨¦s, de manera brutal, el mal estall¨® en las carnes de Flecha, que cay¨® al suelo de espaldas, y de Hoogerland, que vol¨® hasta acabar aterrizando, figura pat¨¦tica, descompuesta, piernas arriba en una alambrada erizada de espinas que se clavaron en sus piernas, las de un ecce homo entonces. A los dos les atropell¨® un coche asesino que se dio a la fuga. Su conductor, nervioso, apresurado, mientras los adelantaba, para evitar un ¨¢rbol dio un volantazo contra los ciclistas.
El accidente no inmut¨® a Voeckler lo m¨¢s m¨ªnimo -"solo pensaba en el maillot amarillo, que le esperaba en la meta", dijo Luis Le¨®n-, quien sigui¨® como si nada, sin mirar para atr¨¢s, forzando a sus compa?eros de fuga a seguir -"ha sido terrible", dijo Voeckler, "me pod¨ªa haber pasado a m¨ª, de hecho me roz¨® la ca¨ªda"- so pena de regalarle todo al peque?o franc¨¦s.
En la cuesta final fue f¨¢cil para Luis Le¨®n S¨¢nchez, simplemente con dos pedaladas de clase, desembarazarse de los dos franceses y ganar su tercera etapa en el Tour.
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