A?oranzas del pasado
Esto de alcanzar altas edades tiene sus interpretaciones, generalmente subjetivas y, afortunadamente, breves. Es nuestro ¨²nico patrimonio, pues el presente y el futuro est¨¢n autom¨¢ticamente amortizados. Lo asombroso es la osad¨ªa con que autores j¨®venes analizan con asnal seriedad, acontecimientos que solo el largo paso del tiempo llega a devastar lo suficiente para darle cierto aire de verosimilitud. A lo m¨¢s que deber¨ªamos aspirar es a contar, incluso por lo menudo, los avatares pintorescos de la existencia que vivimos, por si alguna mente clara pudiera encontrarles sentido o sinsentido, encadenados a la historia general y peque?a.
El per¨ªodo del que fuimos testigos, aunque no tom¨¢ramos las previsoras notas, dar¨ªan una idea cercana de lo que fue una guerra civil y las secuelas, zarandeada cuesti¨®n con interpretaciones partidistas o transportadas a un espacio diferente. El ser humano rara vez es consciente de la magnitud de ciertos hechos que se producen ante sus narices, incluso siendo protagonista, como una providencia consoladora, hace que olvidemos los dolores f¨ªsicos agudos pasados. Ser¨ªa insoportable evocar un c¨®lico renal o la inflamaci¨®n de una enc¨ªa en torno a la muela da?ada. Por esa desmemoria el ser humano se libra a tan feroces actos inhumanos, en estado de inconsciente enervamiento.
El ser humano rara vez es consciente de la magnitud de ciertos hechos que se producen ante sus narices A ratos, intento recordar la vida pasada y veo muchas de sus vicisitudes como si les hubieran ocurrido a otros
Como compensaci¨®n, tampoco nos es dado recrear la felicidad, el goce, el disfrute de un amor, una amistad o una lubina fresca bien aderezada.
Para ello es ¨²til el recuerdo inmediato de los protagonistas, que pueden describir las sensaciones fuertes antes de que se difuminen y huyan con letra g¨®tica en los relojes de p¨¦ndulo. Algo que cambia, hist¨®ricamente, es el ritmo, la cadencia con que se suceden las variaciones en la existencia humana. Fuimos hijos de nuestros padres, de sus costumbres y convenciones sociales. Hoy se est¨¢ produciendo una imparable fractura en el n¨²cleo de la familia que condiciona la vida futura. Mejoramos en lo cercano, en la comodidad, el confort, en lo que se ha llamado estado de bienestar, aunque hoy est¨¦ nublado.
A ratos, intento recordar la vida pasada y veo muchas de sus vicisitudes como si les hubieran ocurrido a otras personas. Desde la cobertura indumentaria a los alimentos consumidos, el concepto del trabajo y la estimaci¨®n del ocio, lo que esperamos de los dem¨¢s y lo que estamos dispuestos a dar, la inconmensurable revoluci¨®n de las comunicaciones, desde el tartamudeante tel¨¦grafo hasta la videoconferencia con las ant¨ªpodas, las propias relaciones personales, entre las que sobreviven, tal que algo ya demod¨¦ el estado civil, soltero, viudo o casado con alguien del otro o del mismo sexo.
?Qu¨¦ persona joven puede evaluar lo que fueron las tertulias literarias en Madrid? Es como si invoc¨¢ramos el esp¨ªritu de Larra y le solicit¨¢ramos su parecer sobre el botell¨®n. Fueron las arterias por donde circulaba parte de la sangre del pa¨ªs, convertida en venas de casino en los pueblos.
?C¨®mo explicar la urgencia, la prisa con la que termin¨¢bamos el almuerzo casero y el espoleado deseo de llegar cuanto antes a sentarnos en unas sillas poco c¨®modas para permanecer cuatro o cinco horas hablando, raramente de pol¨ªtica mucho de chismes literarios, algo de poes¨ªa y poco, de virtud? Con puntualidad ocup¨¢bamos nuestro espacio, dispuestos a estirar lo indecible el vaso de caf¨¦ que apenas pod¨ªamos pagar, pues nadie ten¨ªa un duro, que no era un capital, pero algo respetable para llevar en el bolsillo.
Aunque frecuent¨¦ ocasionalmente otras, la del caf¨¦ Gij¨®n fue la m¨¢s perdurable, donde acat¨¢bamos la innominada capitan¨ªa de Jos¨¦ Garc¨ªa Nieto, persona de gran calidad y mejor poeta de lo que la envidia de guardia estaba dispuesta a otorgar. Hab¨ªa personas mayores, procedentes del mundo anterior a la Guerra Civil, pero la juventud letrada se impon¨ªa en el torneo diario, la edici¨®n de un librito y la escolta de los pintores, que hablaban poco y admiraban m¨¢s al poeta que este a su arte pl¨¢stica.
Hab¨ªa celos, zancadillas, lealtades, admiraci¨®n la justa y una generalizada fe en la genialidad de cada uno. Aunque se me tache de fabulador e incluso embustero, puedo garantizar que aquel foro espont¨¢neo, no recibi¨® jam¨¢s una subvenci¨®n ni a nadie se le hubiera ocurrido solicitarla. ?En qu¨¦ estar¨ªamos pensando?
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