"No hice nada en 12 a?os, solo temer que me matasen"
El general Luis Herlindo Mendieta pas¨® "congelado" 4.152 d¨ªas de su vida. Once a?os y medio cautivo de las FARC, "escuchando los sonidos de la selva, las chicharras, las aves de colores". Le sujetaban el cuello con una argolla y las mu?ecas con grilletes. Viv¨ªa en una jaula con otros compa?eros, "sin intimidad", y com¨ªa todos los d¨ªas lo mismo: arroz con lentejas, arroz con frijoles o arroz con guisantes. Ahora ni siquiera posa la vista, aunque sea por curiosidad, en el apartado de arroces de la carta.
El general Mendieta -traje oscuro, mirada lejana- lleva seis meses en Madrid "tomando tapas, vinos, paseando y disfrutando". Le dijeron que se marchase, que respirase sin escoltas. Sin miedo. Es agregado policial de la Embajada de Colombia, pero no tiene muchas obligaciones laborales, confiesa. Su tarea es vivir: "La gente no lo puede entender. Yo no hice nada en 12 a?os. Solo pensar cada d¨ªa en que me pod¨ªan matar". Tiene 52 a?os.
El militar intenta huir en Madrid de su secuestro en la selva colombiana
El general cay¨® en Mit¨² el primero de noviembre de 1998. El pueblo desapareci¨® en cinco horas. Lo defend¨ªan 106 polic¨ªas frente a 2.000 guerrilleros. Cuando lo liberaron, en 2010, le cost¨® regresar "al ruido, la gente". Ten¨ªa secuelas y se someti¨® a terapia. Tambi¨¦n le quedaron "las piernas negras, como gangrenadas", despu¨¦s de estar tres meses caminando por "saltaperritos" [subidas y bajadas continuas]. Un largo "paseo" que se llam¨® "la marcha de la muerte". Tiene problemas de audici¨®n y de vista por la espesura de la jungla y las explosiones.
Lo m¨¢s duro, dice, no es el dolor del cuerpo. "Es dif¨ªcil adaptarse a la mujer y los hijos tanto tiempo despu¨¦s. Uno sue?a con ellos todo el tiempo, pero en los sue?os no pasa el tiempo, no crecen, no envejecen". Ahora le sucede lo contrario y sue?a todos los d¨ªas con el cautiverio: "Misterios de la mente humana".
Su misi¨®n autoimpuesta es recordar a los que siguen secuestrados: "Yo estoy comiendo un cebiche, estoy en ¨¦xtasis, pero ?qu¨¦ estar¨¢n sufriendo mis amigos?". Tantos a?os de cautiverio "dan para muchas experiencias de convivencia". A veces discut¨ªan. Recuerda, por ejemplo, un d¨ªa que trajeron una gaseosa para 28. O cuando peleaban por el mejor trozo de carne de animales salvajes, "danta, saino, cachufe".
Tambi¨¦n aprend¨ªan cosas. "Un compa?ero mont¨® la escuelita de la selva", recuerda con una risilla casi en sordina. Les daba ingl¨¦s y ruso. Lo malo era la conversaci¨®n porque "no hab¨ªa con quien platicar", pero aprendieron mucha gram¨¢tica. Mendieta rezaba la novena mientras otros o¨ªan vallenatos. Jugaban al parch¨ªs con dados hechos con velas y a veces se re¨ªan: "La alegr¨ªa del payaso, que llora por dentro".
El general, de repente, levanta la vista y pregunta: "?Qu¨¦ d¨ªa es hoy?". En la selva "todo es lo mismo: lunes o domingo". Se deja servir el pescado sin darse cuenta de lo que sucede en la mesa. Eso s¨ª, pregunta si tiene espinas. A veces, en la jungla, les daban espinosas pira?as para comer.
Quiere volver a escribir. Alg¨²n d¨ªa contar¨¢ su historia. "Me he matriculado en la Complutense. Tengo que obligarme a leer y reeducarme". Es importante que las cosas se sepan. Pero a¨²n no. ?Duele recordar? Calla. Despu¨¦s, con el plato vac¨ªo, responde: "As¨ª es".
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