El espantoso futuro del h¨¦roe
Por mucho que algunos optimistas se empe?en en hablar, cada cierto n¨²mero de a?os, de unas posibles vigencia o resurrecci¨®n del western, me temo -y bien que lo lamento- que se trata de un g¨¦nero casi muerto y enterrado, perteneciente a otros tiempos m¨¢s cr¨¦dulos, m¨¢s inocentes, m¨¢s emotivos y menos aplastados o sofocados por la plaga atroz de lo pol¨ªticamente correcto. Cada vez que se estrena una nueva pel¨ªcula del Oeste, con todo, voy a verla, aunque ya con poca esperanza. En el ¨²ltimo decenio recuerdo tres in¨²tiles remakes muy inferiores a sus modelos, cuando adem¨¢s ¨¦stos no eran precisamente obras maestras: El tren de las 3:10, de James Mangold; El ?lamo, de John Lee Hancock, y Valor de ley, de los hermanos Coen, todos ellos hechos rutinariamente y sin convencimiento, mucho menos inspirados que los ya irregulares originales de Delmer Daves, John Wayne y Henry Hathaway, respectivamente. Tambi¨¦n recuerdo la interesante pero mortecina El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, de Andrew Dominik, la sos¨ªsima y carente de alma Appaloosa, de Ed Harris, la insoportable Enfrentados, de David von Ancken, y la australiana La propuesta, de John Hillcoat, de la que mi memoria no ha guardado una imagen. Los ¨²nicos westerns recientes que han logrado entusiasmarme han sido televisivos: Los protectores, de Walter Hill, y la serie Deadwood, cuya tercera y ¨²ltima temporada nadie se ha dignado publicar en DVD en Espa?a, lo cual da idea del escaso ¨¦xito que en ese mercado debieron de cosechar las dos magn¨ªficas primeras. Un poco m¨¢s antigua que todas estas producciones, Open Range, de Kevin Costner, es el ¨²ltimo western realizado para la gran pantalla que a mi modo de ver vali¨® la pena, pese a que est¨¦ de moda, desde hace lustros, poner por los suelos cuanto hace ese estimable actor y director.
'Liberty Valance' contiene una disertaci¨®n shakespeareana sobre la libertad de expresi¨®n y de elecci¨®n y un dilema ¨¦tico expl¨ªcito
En el 'western' el odio no est¨¢ mal visto, ni el af¨¢n de venganza, ni la b¨²squeda de reparaci¨®n a un agravio, tambi¨¦n la de justicia a veces
Los ¨²nicos 'westerns' recientes que han logrado entusiasmarme han sido televisivos: 'Los protectores', de Walter Hill, y la serie 'Deadwood'
?Qu¨¦ ha sucedido, para que un g¨¦nero que dio en el pasado incontables obras maestras y a¨²n m¨¢s incontables pel¨ªculas estupendas, o por lo menos dignas, languidezca de forma harto penosa? Quienes hoy lo abordan ocasionalmente lo hacen por capricho y con amaneramiento en el mejor de los casos, si es que no con ampulosidad y con esp¨ªritu arqueol¨®gico. Lo que nunca tienen es naturalidad ni frescura ni algo de ingenuidad, elemento este ¨²ltimo imprescindible. Dicho de otro modo: no se creen lo que cuentan y muestran, no se atreven a cre¨¦rselo, la ¨¦pica les parece anticuada, rid¨ªcula cuando no vergonzosa, y, absurdamente, desconf¨ªan de la posible complejidad de sus personajes y de sus historias. Si digo "absurdamente" es porque el western ha ofrecido algunos de los personajes e historias m¨¢s complejos del arte cinematogr¨¢fico. John Ford no es menos profundo que Orson Welles -era ¨¦ste quien admiraba a aqu¨¦l-, ni Anthony Mann que Bergman, ni por supuesto Peckinpah que tantos charlatanes hoy venerados como Von Trier o Gonz¨¢lez I?¨¢rritu.
Quiz¨¢ algo tenga que ver lo siguiente: el western ha sido un g¨¦nero que tradicionalmente ha expuesto como aceptables -en serio, y no como caricatura- sentimientos y conductas que hoy escandalizan a la hip¨®crita masa mundial de biempensantes voluntariosos; es decir, de aquellos que se esfuerzan con ah¨ªnco por apartar de s¨ª, y adem¨¢s condenan, una serie de pasiones connaturales a la humanidad de todas las ¨¦pocas. En el western el odio no est¨¢ mal visto, ni el af¨¢n de venganza, ni la ambici¨®n, ni la obstinaci¨®n infinita en la persecuci¨®n de un enemigo, el deseo de hacerle da?o o matarlo, ni la b¨²squeda de reparaci¨®n a un agravio, tambi¨¦n la de justicia a veces. Los personajes interpretados por James Stewart en Winchester 73 y El hombre de Laramie, ambas de Anthony Mann (por ejemplo, y por recurrir a dos pel¨ªculas no especialmente violentas ni despiadadas), son capaces de abandonarlo todo y dedicarse en cuerpo y alma a la caza de quienes acabaron con la vida de su padre y su hermano menor, respectivamente. El primero, Lin McAdam, no tiene otra ocupaci¨®n que la de perseguir por medio Oeste a un individuo llamado Dutch Henry Brown, que no es sino su propio hermano y que asesin¨® al padre de ambos por la espalda. El segundo, Will Lockhart, se instala en un absurdo pueblo en el que nada se le ha perdido, Coronado, porque all¨ª se lo ha maltratado y arrastrado con un lazo y porque se malicia que alg¨²n individuo del lugar vendi¨® a los apaches los rifles de repetici¨®n con los que ¨¦stos emboscaron y mataron a su joven hermano, soldado de Caballer¨ªa. Por as¨ª decir, nada m¨¢s cuenta para McAdam y Lockhart, el resto de su existencia -si hay resto- est¨¢ a la espera, indeterminado, suspendido por la ¨²nica tarea que les importa. Los personajes del Oeste a menudo carecen deliberadamente de futuro, o es m¨¢s: temen que, una vez concluida la misi¨®n que se han impuesto, se les aparezca esa noci¨®n inc¨®moda, la de futuro, sin la que la humanidad de nuestros d¨ªas es en cambio incapaz de vivir y por la que andamos todos endeudados y esclavizados. Tal vez por eso en los westerns se nos suele hurtar o escamotear esa fase: las pel¨ªculas terminan casi siempre cuando el protagonista ha hecho lo que sent¨ªa que deb¨ªa hacer; se nos suele evitar ese momento horrible en el que levanta la cabeza, mira a su alrededor y, como si saliera de un sue?o, ya apaciguado, ha de preguntarse: "?Y ahora qu¨¦? No he muerto en este empe?o. ?Qu¨¦ me toca hacer ahora con esta vida que he conservado?".
Una de las mejores pel¨ªculas de la historia del cine, El hombre que mat¨® a Liberty Valance, de Ford, no nos muestra tampoco esa vida, pero nos obliga a imagin¨¢rnosla. Es ¨¦ste, en verdad, un western que marca un antes y un despu¨¦s en la historia del g¨¦nero, por varios motivos, no s¨®lo por el apuntado, del que me ocupar¨¦ m¨¢s tarde. Contiene un breve tratado de pol¨ªtica, una disertaci¨®n shakespeareana sobre la libertad de expresi¨®n y de elecci¨®n y un dilema ¨¦tico expl¨ªcito. El personaje de nuevo interpretado por James Stewart, Ransom Stoddard, viene del Este, es abogado, se sorprende y espanta ante la brutalidad del bandido Liberty Valance y la impunidad de que goza, amparado por los grandes rancheros que lo contratan de vez en cuando y por el miedo que siembra entre la poblaci¨®n de Shinbone, otro pueblo perdido en el que Stewart decide asentarse porque s¨ª, porque all¨ª ha sido afrentado y tundido con el mango de un l¨¢tigo. Pero pretende imponer la ley y llevar a Valance a juicio y a la c¨¢rcel, ante la irrisi¨®n o el pavor generalizados. (La historia es bien conocida a estas alturas; quien se la sepa, que me disculpe). El personaje que encarna John Wayne, Tom Doniphon (que tiene una de las historias m¨¢s tristes que yo he conocido), le advierte desde el primer momento que deber¨¢ procurarse un arma y aprender a usarla, que all¨ª no hay ley ni juicios que valgan. Stewart se resiste, pero al final no le quedar¨¢ m¨¢s remedio y, contra toda verosimilitud y pron¨®stico, mata a Liberty Valance en un aparente duelo desigual: el pistolero experto, jactancioso y temido cae ante un hombre vestido con un delantal de cocina y que jam¨¢s hab¨ªa disparado contra nadie. M¨¢s adelante, cuando Stewart se niega a aceptar un nombramiento pol¨ªtico -con el que iniciar¨¢ una larga carrera que lo llevar¨¢ hasta el Senado- por estar su prestigio basado en un hecho de sangre que contraviene todos sus principios, John Wayne le explica lo sucedido: fue ¨¦l, y no Stewart, quien, oculto en un callej¨®n, mat¨® a Valance con una escopeta que dispar¨® a la vez que Stewart disparaba su ¨²nico y atolondrado tiro. Ante la sorpresa may¨²scula de ¨¦ste, que le pregunta por qu¨¦ lo hizo, por qu¨¦ le salv¨® la vida conden¨¢ndose as¨ª a perder a la mujer que amaba, Hallie, que aquella misma noche descubri¨® o reconoci¨® su amor por Stewart al verlo al borde de la muerte, Wayne responde con sobriedad (ning¨²n otro actor ha sido capaz de expresar tantas cosas con una sola mirada, en ¨¦sta y en otras pel¨ªculas): "Asesinato a sangre fr¨ªa. Pero yo puedo vivir con eso". No puede resumirse mejor en tan pocas palabras la profundidad y la complejidad frecuentes en los westerns: en ellos se tiene en cuenta que no todos los hombres son iguales, que unos son capaces de arrostrar ciertos hechos, ajenos o propios, y otros no (Stewart no habr¨ªa sido capaz, desde luego); que a algunos el futuro no les importa nada, aunque exista, como en el caso de Tom Doniphon, que por encima de todo deseaba la felicidad de Hallie aunque eso supusiera su propia desdicha, y que para conseguir aqu¨¦lla cometi¨® un asesinato a sangre fr¨ªa con el que permiti¨® que viviera el hombre a cuyo lado se quedar¨ªa ella (dicho sea de paso, uno de los personajes, en la memorable interpretaci¨®n de Vera Miles, m¨¢s conmovedores de John Ford, y eso es decir mucho).
La pel¨ªcula empieza y termina con el entierro de Wayne, al que acuden desde Washington el ahora senador Stoddard y su mujer, Hallie, envejecidos, muchos a?os despu¨¦s de los hechos. Los periodistas de Shinbone, que desean saber por qu¨¦ tan importante pol¨ªtico se ha desplazado tan lejos, hasta un lugar perdido del Oeste, s¨®lo para asistir a un entierro, se preguntan al principio: "?Qui¨¦n ha muerto en el pueblo?". Ni se han enterado. Y cuando se les dice el nombre, Tom Doniphon, ni siquiera saben de qui¨¦n se trata. El espectador atento se ve obligado, como dije antes, a imaginarse los largos a?os de soledad y ostracismo y olvido del personaje de John Wayne, aislado en su peque?o rancho de las afueras junto con su fiel criado negro Pompey, viendo pasar los decenios sin esperanza ni cambios -su suerte echada para siempre-, probablemente abismado en el recuerdo de aquella lejana noche en la que cometi¨® un asesinato a sangre fr¨ªa (de un individuo bestial, bien es cierto; "Un asesinato. No m¨¢s", como dijo una vez el mosquetero Athos), que en modo alguno le conven¨ªa. Es uno de los pocos westerns en que, si no asistimos a ¨¦l, s¨ª nos vemos forzados a figurarnos el espantoso futuro del h¨¦roe, una vez que ha cumplido con su cometido. Una vez que ha llevado su elecci¨®n a cabo.
Nuestra sociedad no admite que todos los hombres no son iguales, como tampoco lo son las mujeres. No admite que unos se horrorizan de lo que se ven obligados a hacer, o acaso lo escogen, y otros no tanto, los que est¨¢n dispuestos a asumir su responsabilidad o su condena y a soportarlo. Sino que cree que todos han de pensar lo mismo y abstenerse, en todo caso, de hacer lo que la mayor¨ªa juzga condenable. No acepta que algunos cr¨ªmenes son menos cr¨ªmenes, seg¨²n qui¨¦n y contra qui¨¦n los cometa, seg¨²n tambi¨¦n por qu¨¦ causa. Conoce el odio, la codicia y el af¨¢n de venganza, ya lo creo, pero finge no conocerlos en su gran virtud, y por supuesto abomina de quienes no lo fingen y le recuerdan a esa sociedad su verdad y su pasado; no digamos de quienes abrigan un odio imperecedero o se toman la justicia por su mano. Con raz¨®n, no lo niego. "No estamos en el salvaje Oeste", se oye o se lee a menudo. Y as¨ª es, por suerte. Pero tal vez ha llegado una ¨¦poca tan pusil¨¢nime que ni siquiera tolera ya bien las historias serias de otros tiempos, cuando los hombres eran menos respetuosos de la ley y menos obedientes y justos, pero tambi¨¦n m¨¢s complejos, m¨¢s contradictorios y m¨¢s profundos.
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