Identidades, imposturas e Internet
Ahora lo s¨¦ porque lo he vivido, y por eso puedo decir que hay pocas experiencias tan intensas como la primera vez que alguien se hace pasar por uno. El a?o pasado, mientras yo asist¨ªa con fascinaci¨®n a las artes que se da Dick Whitman para robar la identidad de Don Draper en Mad Men, un agente comercial de Iberdrola llenaba un contrato a mi nombre, inventaba mi fecha de nacimiento, firmaba con firma inventada ese contrato y firmaba adem¨¢s dos cartas en las que yo anunciaba a mis proveedores de servicios que me daba de baja con ellos para, por supuesto, irme con Iberdrola.
Mucho despu¨¦s, cuando me di cuenta del fraude, ped¨ª que me enviaran prueba de mi consentimiento, y recib¨ª el contrato con mi firma falsa y con los datos biogr¨¢ficos inventados (y con el alegato insolente de que todo se "ha hecho de forma correcta"). Y aunque s¨¦ bien que la prosaica realidad de un comercial corrupto y de la guerra sucia entre proveedores tiene poco que ver con la dignidad de las grandes imposturas -el conde de Montecristo, el talentoso Mr. Ripley-, la situaci¨®n me ha impresionado de una forma que no hab¨ªa previsto, y he llegado a pensar que lo ¨²nico comparable a la primera vez que te roban la identidad es el descubrimiento de la muerte que hace un ni?o: la misma sensaci¨®n de vulnerabilidad y de impotencia, de que all¨¢ fuera hay poderes que no controlamos y que nos pueden da?ar en cualquier momento. Y esa epifan¨ªa, qui¨¦n lo iba a decir, se la debo a Iberdrola.
Internet, que favorece el anonimato y la cobard¨ªa, pasa a ser el h¨¢bitat natural de las suplantaciones
La identidad ha sido siempre nuestra posesi¨®n m¨¢s fr¨¢gil, pero en estos tiempos su fragilidad se ha acentuado, quiz¨¢s porque tambi¨¦n se ha acentuado su importancia: mucho depende en el curso de un d¨ªa cualquiera de que podamos probar -con un carnet, con una tarjeta de la Seguridad Social- que somos quienes decimos ser. Es en este sentido que Internet se ha vuelto la encarnaci¨®n de nuestros peores miedos, el lugar donde nuestra vulnerabilidad es total y es total nuestra impotencia.
Hace unos meses, el escritor argentino Rodrigo Fres¨¢n recibi¨® la noticia de que Rodrigo Fres¨¢n estaba en Twitter. Ante el primer amigo que le habl¨® de sus opiniones en 140 caracteres, Fres¨¢n neg¨® cualquier autor¨ªa. "Pero ah¨ª dice que eres t¨²", le dijo el amigo. "Y hasta tiene tu foto". Y Fres¨¢n: "No soy yo". Y el amigo: "Pues ya me parec¨ªa. Es que dices cosas tan absurdas...". Relatando el episodio en su columna de P¨¢gina 12, escribe Fres¨¢n: "Y yo me quedo pensando por qu¨¦ ser¨¢ que los impostores y los falsificadores siempre son peores que el original". (Tambi¨¦n la firma que el agente comercial de Iberdrola hab¨ªa inventado para m¨ª era de una simpleza tosca: "Juan G", escribi¨® el majadero).
El escritor colombiano H¨¦ctor Abad es otra de las v¨ªctimas de la impostura en Internet. "Hace unos a?os", contaba recientemente en su columna de El Espectador, "el escritor Efra¨ªm Medina suplant¨® las identidades de otros j¨®venes escritores colombianos y empez¨® a mandar, a nombre de ellos, ataques contra m¨ª a varios medios colombianos. Yo estaba bastante asombrado por estos ataques emprendidos por personas que consideraba, incluso, buenos amigos". Al cabo de los d¨ªas, Medina se vio obligado a reconocer la grosera suplantaci¨®n; pero sigui¨® insultando a Abad -llam¨¢ndolo, por ejemplo, "mediocre escritora"-, y la sutil represalia de Abad, contada como la cuenta en la columna, es la otra cara de la impostura, o bien la impostura puesta a servicio de un objetivo noble como es noble derrotar con sus propias armas a un ladr¨®n de identidades: Abad se hizo pasar por una joven escritora residente en Canad¨¢ y comenz¨® a escribirle a Medina seductores correos, con el resultado de que Medina le declar¨® su amor y Abad tuvo que darle a su personaje ficticio un final inesperado. "Al cabo del tiempo, y mir¨¢ndolo con cabeza fr¨ªa", escribe Abad, "yo creo que uno tiene derecho a hacerse pasar por otro que no existe, pero hacerse pasar por otro que vive, y escribir a nombre de ¨¦l, es un delito".
Lo cual no quiere decir, desde luego, que los perpetradores de las imposturas respondan como deber¨ªan responder, y as¨ª el car¨¢cter de Internet, que favorece el anonimato y la arbitrariedad y la impunidad y la cobard¨ªa, ha convertido la Red en el h¨¢bitat natural de los ladrones de identidades.
Hace poco un lector se me acerc¨® a felicitarme por las valientes denuncias que hab¨ªa hecho en una serie de correos colectivos. El objeto era alguno de los ej¨¦rcitos ilegales que pululan en mi pa¨ªs, no recuerdo cu¨¢l, pero s¨ª recuerdo que aquel hombre se decepcion¨® cuando supo que no era yo el osado escritor de esos e-mails. Le dije que yo, cuando quer¨ªa meterme en problemas, lo hac¨ªa en mi propia columna, y en todo caso en un medio impreso, pero no dej¨® de sorprenderme la facilidad con que alguien puede estar usurpando mi nombre y mi cara en cualquier momento: esos rasgos que yo, con imperdonable inocencia, hab¨ªa cre¨ªdo intransferibles.
Juan Gabriel V¨¢squez es escritor. Su novela El ruido de las cosas al caer ha ganado el Premio Alfaguara 2011.
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