Profetas y maestros
Durante los tiempos de euforia, antes de que estallara la crisis econ¨®mica, el ¨¦xito se representaba en la figura de un joven que amasaba inmensas fortunas tecleando apresuradamente ante una pantalla. Como la mayor parte de las representaciones, tambi¨¦n esta era un se?uelo: por cada joven que realizaba el ideal, millones de ellos se enfrentaban a una realidad cada d¨ªa m¨¢s precaria y en la que se les iban cerrando poco a poco todas las puertas. Algunos se sobrepon¨ªan aferr¨¢ndose a la esperanza de que, si hubo quienes consiguieron triunfar, nada podr¨ªa imped¨ªrselo a ellos. Otros, en cambio, se dejaban arrastrar a una de las formas m¨¢s arteras de la resignaci¨®n, e imaginaban que la condici¨®n de joven era un valor sin fecha de caducidad. No advert¨ªan que, por m¨¢s que lo fuera en el plano social, en el individual distaba de serlo: mientras que el culto a la juventud se perpetuaba a fuerza de mensajes propagand¨ªsticos que anegaban el espacio p¨²blico, ellos irremisiblemente envejec¨ªan, y se ve¨ªan poco a poco desalojados del lugar que imaginaban haber ocupado de una vez y para siempre.
De la globalizaci¨®n a las revueltas ¨¢rabes, las nuevas tecnolog¨ªas se utilizaron como explicaci¨®n de cualquier acontecimiento
El relato de la decepci¨®n, del brusco despertar individual del ensue?o social que domin¨® durante los tiempos de euforia, antes de que estallara la crisis, importa menos que las ideas inspiradas por el culto a la juventud que se pusieron en pr¨¢ctica, tom¨¢ndolas por revelaciones que, esta vez s¨ª, cambiar¨ªan el curso de la historia. De la figura del joven que representaba el ¨¦xito se destac¨®, sobre todo, el instrumento que le ayud¨® a alcanzarlo: la pantalla ante la que tecleaba. Por este camino, el culto a la juventud se hizo inseparable de otro culto, casi de otra idolatr¨ªa: las nuevas tecnolog¨ªas dejaron de ser consideradas como lo que eran, un simple aunque poderos¨ªsimo instrumento, y se convirtieron en el motor del primer motor que lo mov¨ªa todo, seg¨²n la met¨¢fora con la que los te¨®logos pretend¨ªan demostrar la existencia de un ser supremo. Desde la globalizaci¨®n a las revueltas ¨¢rabes, pasando por las acampadas en las plazas espa?olas, las nuevas tecnolog¨ªas se utilizaron como explicaci¨®n de cualquier acontecimiento, sustituyendo el an¨¢lisis de las causas sociales, econ¨®micas, pol¨ªticas o de cualquier otra naturaleza por un discurso que m¨¢s parec¨ªa una reiterativa oraci¨®n ante una nueva divinidad que la tentativa, siempre incierta, de comprender racionalmente los fen¨®menos.
De la misma manera que la invocaci¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas exim¨ªa de cualquier reflexi¨®n sobre las causas de los fen¨®menos, tambi¨¦n ahorraba el an¨¢lisis de sus efectos. A un prodigio supuestamente provocado por Internet y las redes sociales le suced¨ªa otro, y a este un tercero, y as¨ª indefinidamente, de manera que, al final, las nuevas tecnolog¨ªas parec¨ªan haber precipitado al mundo en una trepidante carrera cuyo ¨²nico y no min¨²sculo problema era que se ignoraba por completo su direcci¨®n. Pero no porque, regularmente, el curso de los acontecimientos no lanzase se?ales, la mayor¨ªa de alarma, sino porque, boquiabiertos todos ante los prodigios de las nuevas tecnolog¨ªas, ante los milagros de la nueva divinidad, no hab¨ªa nadie en el puente de mando para interpretarlas. La crisis, se dijo, cogi¨® a los gobiernos por sorpresa, cuando, como luego se advirti¨®, era inveros¨ªmil que el volumen de las transacciones financieras multiplicase por cifras astron¨®micas el de los intercambios de la econom¨ªa real. Las revueltas ¨¢rabes, se dijo tambi¨¦n, estallaron de improviso y, sin embargo, hab¨ªa sido una temeridad desentenderse de la ignominiosa tiran¨ªa que padec¨ªan millones de ciudadanos, sacrificados al espantajo del miedo. Las plazas espa?olas se llenaron de un d¨ªa para otro de ciudadanos de toda condici¨®n, no solo j¨®venes, gritando "lo llaman democracia y no lo es", sin que, hasta entonces, se hubiera advertido la humillaci¨®n a la que se les somet¨ªa forz¨¢ndoles a escoger entre partidos que no pod¨ªan ganar y partidos que no lo merec¨ªan, mientras, de nuevo, se esgrim¨ªa el socorrido espantajo del miedo.
Referirse en pasado a esta situaci¨®n es, en realidad, el ¨²nico resquicio para una d¨¦bil esperanza: la esperanza de que se haya aprendido. Esto es, la esperanza de que, ante el horizonte de dificultades que se dibuja, regrese aquella cordura elemental que aconsejaba no sacrificar la experiencia a los pron¨®sticos, no escuchar a los profetas sino a los maestros. Nada de lo vivido durante los tiempos de euforia, antes de que estallara la crisis, es enteramente in¨¦dito, en el sentido de que, tambi¨¦n en el pasado, se adoptaron cultos arbitrarios e idolatr¨ªas que s¨®lo revelaron su verdadero rostro despu¨¦s de una cat¨¢strofe. La ventaja de los profetas sobre los maestros es que parecen hablar para su tiempo, y la cercan¨ªa produce el mismo encanto que la flauta sobre las serpientes, en tanto que los maestros lo hacen sobre ¨¦pocas remotas, despertando una equ¨ªvoca impresi¨®n de lejan¨ªa. Podr¨¢n ser, sin duda, distantes las ¨¦pocas sobre las que hablan los maestros, pero el fondo de los problemas humanos evoluciona con menos rapidez que la forma bajo la que se presentan. Haciendo de la forma un absoluto se llega de inmediato a la conclusi¨®n de estar asom¨¢ndose a un mundo desconocido, donde los profetas gustan de situar su reino. Atendiendo al fondo, sin embargo, estremece descubrir que la condici¨®n del ser humano tal vez no resida en otra cosa que en tropezar dos, tres, mil, infinitas veces en la misma piedra. Exactamente como lo recuerdan los maestros.
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