La frontera donde vive la muerte
Familias de somal¨ªes abandonan pueblos enteros y recorren un largo camino a pie por territorio des¨¦rtico en direcci¨®n al campo de refugiados de Kenia
"Llevamos 16 d¨ªas caminando y hace media hora que salimos de Somalia". Has¨¢n Ali y sus siete compa?eros se sientan en la tierra al borde del camino. El paraje es semides¨¦rtico, ¨¢rboles grises quemados por el sol se mezclan con unos pocos a¨²n verdes. El viento levanta el polvo y alivia algo el calor de un sol que cae a plomo sobre los ocho hombres.
Estamos en territorio de Kenia, apenas a dos kil¨®metros de la frontera con Somalia. Se oye ruido de disparos. Ali se toca los pies y muestra uno de ellos hinchado. "Nuestras familias est¨¢n ya en Dadaab [el mayor campo de refugiados del mundo, en Kenia]. Somos los ¨²ltimos, no queda nadie en Dinsor", cuenta. Detr¨¢s de ¨¦l, el m¨¢s joven del grupo, Madowa Abdulahi, de 15 a?os, se dibuja figuras en la piel seca de sus piernas.
"No nos queda comida. Estamos muy cansados", dice un padre de familia
Cien kil¨®metros de hambre y peligros para huir de los disparos en Somalia
Ali era pastor y granjero. Ten¨ªa 20 vacas y cinco cabras, pero los animales murieron en marzo debido a la sequ¨ªa que afecta al Cuerno de ?frica, la peor en los ¨²ltimos 60 a?os. "Cuando nos acabamos la poca comida que nos quedaba, decidimos irnos. Vend¨ª mi granja para pagar el transporte de mi familia y nosotros empezamos a andar".
La mujer y los cinco hijos de Ali compartieron con m¨¢s refugiados un cami¨®n desde Dinsor a Dadaab. Ellos forman parte de las m¨¢s de 380.000 personas que ocupan un campo construido en 1992 para 90.000 refugiados.
Dinsor, como gran parte de Somalia, se encuentra bajo el control de la milicia islamista Al Shabab. Este grupo, que se considera la rama de Al Qaeda en ?frica oriental, lucha contra el Gobierno somal¨ª para imponer un r¨¦gimen isl¨¢mico radical.
El pasado viernes, Al Shabab neg¨® que haya hambruna en dos regiones de Somalia bajo su control, Bakool y Lower Shabelle, pese a lo anunciado por la ONU el 20 de julio.
"?Al Shabab miente!", dice Ali, exaltado. "Quieren que la gente se quede all¨ª, quieren que nos muramos de hambre en Somalia. Nosotros intentamos huir de Dinsor hace dos meses pero no nos dejaron, dec¨ªan que nadie pod¨ªa abandonar el pa¨ªs, pero ahora ya no impiden a la gente marcharse".
Entonces todos se vuelven a poner las gastadas chanclas que las dos semanas de marcha han reducido a finas l¨¢minas de pl¨¢stico. "No s¨¦ cu¨¢ndo llegaremos a Dadaab, pero quiero quedarme en Kenia, no quiero volver a Somalia". Ali y sus compa?eros empiezan de nuevo a caminar por el polvo. Aunque no lo saben, a¨²n deben recorrer unos 100 kil¨®metros antes de llegar al campo de refugiados.
Cerca de all¨ª, un destacamento de soldados kenianos custodia el puesto fronterizo. Un tabl¨®n con pinchos y una barrera hecha con ramas de ¨¢rboles separan Kenia de la tierra de nadie. Y 800 metros m¨¢s all¨¢, empieza Somalia.
Marube Daudi, el oficial keniano al cargo del puesto, explica en su caba?a que apenas pasan refugiados por este punto. "Hemos visto muy pocos somal¨ªes por aqu¨ª, deben de evitar este puesto y usar otros caminos". Mientras habla, de nuevo se escucha ruido de disparos. "No sabemos qui¨¦n dispara a qui¨¦n".
Otro de los grupos que han conseguido cruzar la frontera es el de Ali Hajir, que se dirige a Dadaab junto a su mujer, sus seis hijos y otras seis personas. Llevan 15 d¨ªas caminando, aunque ellos cuentan al menos con tres carros tirados por burros.
"A finales del a?o pasado, mi ganado empez¨® a morir. Hace unas semanas vend¨ª mis tres ¨²ltimas cabras y decidimos huir", cuenta Hajir, de 55 a?os. Su mujer lleva encima al ni?o m¨¢s peque?o, Sadiya, de tres a?os, pero que aparenta tener menos de un a?o de edad. Las duras condiciones de vida conllevan que muchos adultos parezcan m¨¢s viejos de lo que son, mientras que la falta de alimentos hace que los ni?os parezcan m¨¢s peque?os.
"Dinsor es peor que esto", dice Hajir mirando a su alrededor, "aqu¨ª al menos hay algunos ¨¢rboles verdes. En Dinsor no queda ninguno y tenemos que excavar hondo para encontrar agua, que adem¨¢s es salada".
"Ya no nos queda comida, cuando vemos alg¨²n coche por el camino lo paramos y la gente nos ayuda con agua y algo de comida, pero estamos muy cansados y todos los ni?os tienen hambre", relata Hajir mientras sus hijos miran en silencio con ojos enormes.
Hajir golpea a su burro. Lentamente, con crujidos, el carro empieza a moverse y el grupo se pone de nuevo en marcha por el camino de tierra y polvo en el que esqueletos y cuerpos descompuestos de vacas son testigos de su viaje a Dadaab.
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