La primera vez que vi un muerto
Los brazos llenos de muerte blanda / ¨¦l no es m¨¢s que uno de esos / cuerpos que el mar escupe de los esteros, / tronco de ¨¢rbol, animal u hombre / y baila en una playa remota / una danza con el tiempo que transcurre / de las olas a la arena. / El cuerpo sin rostro enfrenta el infinito / y del cielo ni siquiera un gesto /
de bendecida amargura".
Albis Torres Los ni?os hablaban de la rigidez que no permite arrastrar los muertos, traerlos desde el r¨ªo como trofeo de guerra, los adolescentes de las apariciones en los campamentos, y un novio me coment¨® del rictus de la muerte, ese gesto que aparece en la cara de quien la pelona lo est¨¢ llamando.
En mi casa habl¨¢bamos con Erculano, el muerto que cuidaba la familia, ven¨ªa en las noches, nos consultaba mes por mes. Sin su anuencia no pod¨ªamos operarnos, ni divorciarnos, ni dejar el pa¨ªs. Era un muerto invisible. ?l lo predijo: cuando mi madre cumple 48 a?os, pierde la memoria. Olvid¨® las palabras, los nombres, escribir, fumar, llorar. Me olvid¨® y se olvid¨® a s¨ª misma. Fue tachando asuntos en su mente hasta quedarse en blanco (in albis).
Albis Torres: su cuerpo era tan joven y bello, pero el vac¨ªo la ven¨ªa habitando hasta sacarla de su vida. Dej¨® de pensar, caminar, tragar, y una ma?ana ya no supo inhalar-exhalar.
La primera vez que vi a un muerto fue a mi madre.
Peque?a, blanca, indefensa, parec¨ªa dormida. Toqu¨¦ esa textura fr¨ªa anodina que corta la piel y nos distancia de lo vivo.
Cuando un ser amado muere debes despedirte sin rituales, iniciar tu duelo, tragar en seco y no hacerte preguntas que la realidad responde a golpe limpio, nada ni nadie se detiene, tu mam¨¢ comienza a ser La fallecida.
Llegu¨¦ a la funeraria para iniciar el papeleo del entierro, no quer¨ªa exponerla en capilla. Ella odiaba el espect¨¢culo necrol¨®gico, ese que tanto aprecia el cubano, mami siempre pidi¨® "irse sin escalas", sin testigos.
Mientras "la preparaban" baj¨¦ a entregar la orden para sellar la caja y partir al cementerio.
All¨ª estaba, tendida sobre una camilla met¨¢lica. Vestida con su camisero de algod¨®n, el mismo de recoger los premios, el mismo de ir a las reuniones. Toqu¨¦ sus manos y revis¨¦ sus u?as cortas y viol¨¢ceas, estaba descalza, en realidad ella amaba andar descalza, la vi demasiado peinada, al intentar despeinarla y dejarla como era me di cuenta de algo horrible: la hab¨ªan maquillado.
A la jipi, a la poetisa, a la culta y relajada mujer que no cre¨ªa en perfumes ni abalorios, a quien nunca le gust¨® maquillarse le emborronaron la cara. Entonces supe lo que era un muerto y entend¨ª su inmenso desamparo; agarr¨¦ mi pa?uelo y le borr¨¦ el rojo de la boca, el azul y negro de los ojos, separ¨¦ la pintura de su piel, transparent¨¦ el gesto que una vez le perteneci¨®, y no permit¨ª que nadie le dibujara otro rostro.
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