Notarios del uso
La ¨²nica fuente de que disponemos para conocer la historia de una lengua, y por tanto la de su l¨¦xico, son los textos -todo tipo de textos- escritos en dicha lengua. De ah¨ª que la lexicolog¨ªa y la lexicograf¨ªa hist¨®ricas, como cualquier otra rama de la ling¨¹¨ªstica diacr¨®nica, sean actividades eminentemente filol¨®gicas.
Cabe incluir a los diccionarios entre esos textos, siempre que se sea consciente de que se trata de un tipo muy particular de textos. Son, en realidad, metatextos, son pura metalengua: el vocabulario no est¨¢ en ellos usado, sino que est¨¢ tan solo (y mejor o peor) registrado y descrito, aunque a veces, adem¨¢s (miel sobre hojuelas), vaya ejemplificado... precisamente con textos (ahora s¨ª), sean reales, aut¨¦nticos, sean ideados ad hoc por el lexic¨®grafo. Los diccionarios, verdaderos notarios del uso, constituyen por tanto, en su serie hist¨®rica, un material subsidiario, un complemento muy valioso de la indagaci¨®n textual.
?Cu¨¢les son, en el caso de la lengua espa?ola, esos repertorios complementarios? ?De qu¨¦ diccionarios antiguos disponemos? La respuesta est¨¢ conectada con un hecho que debe inmediatamente destacarse y puede incluso, como hispanohablantes, enorgullecernos. En el conjunto de la lexicograf¨ªa europea Espa?a se situ¨®, hasta el siglo XVIII, en una posici¨®n de vanguardia. El primer diccionario en que una lengua moderna es lengua de partida, y no de llegada, es el biling¨¹e espa?ol-latino de Antonio de Nebrija (publicado en fecha que no consta, probablemente 1495). El primero monoling¨¹e de cierta envergadura fue el Tesoro de Covarrubias (1611) cuyo cuarto centenario estamos ahora celebrando. Y el mejor, m¨¢s rico y m¨¢s moderno de los diccionarios compilados en Europa durante la primera mitad del XVIII fue sin duda el Diccionario de la lengua castellana en seis tomos (1726-1739) de la Real Academia Espa?ola, conocido como Diccionario de autoridades en referencia a su riqu¨ªsima documentaci¨®n textual. Como arranque no est¨¢ nada mal.
Tenemos un ejemplo ilustre de la precedencia de los textos sobre los registros lexicogr¨¢ficos. No por muy conocido es menos pasmoso que el ya mencionado diccionario de Nebrija registrara, pongamos que hacia 1495 -podr¨ªa ser incluso un poco antes-, el primer indigenismo americano de toda la lexicograf¨ªa espa?ola, la palabra canoa: "Canoa, nave de un madero: monoxylum, i". Ojal¨¢ todos los diccionaristas posteriores hubieran tenido la misma rapidez de reflejos. Como fecha de primera documentaci¨®n de canoa, y habida cuenta de la del Descubrimiento mismo, la consignada podr¨ªa por s¨ª misma satisfacer al historiador m¨¢s ¨¢vido. Pero es que si Elio Antonio conoc¨ªa esa voz era, indudablemente, por su presencia previa en un texto, la primera carta de Col¨®n anunciando su llegada a las Indias, fechada el 15 de febrero de 1493 e impresa en un pliego incunable del mismo a?o: "Ellos tienen todas las islas muy muchas canoas; son de un solo madero...".
Si por principio, entonces, el uso de una palabra ha de preceder a su registro lexicogr¨¢fico, es evidente que documentar por vez primera una voz en un diccionario implica necesariamente un cierto fracaso, el de no haber logrado el ansiado testimonio textual previo. No olvidemos, sin embargo, que hay palabras tan caracter¨ªsticas de la lengua hablada, y no de la escrita, que con ellas ese "fracaso" es perfectamente comprensible. Entonces el testimonio diccionaril puede resultar decisivo y ser m¨¢s que bienvenido. El verbo apabullar, en el significado que es hoy com¨²n ("abrumar, dejar confuso" a alguien), no es posible documentarlo en textos antes de la d¨¦cada de los a?os cuarenta del siglo XIX. Sin embargo, el Diccionario de autoridades lo hab¨ªa recogido en 1726, en su variante apagullar, explic¨¢ndolo con cierto lujo de detalles y hasta con un ejemplo inventado, todo ello valios¨ªsimo: "Dar un golpe o palo a otro con fuerza y cuando est¨¢ descuidado. Es voz vulgar y usada en Andaluc¨ªa en este sentido, y m¨¢s frecuentemente en el metaf¨®rico, para dar a entender que a uno le cogieron de repente sin dejarle qu¨¦ decir ni qu¨¦ responder; y as¨ª dicen: le apagull¨® y dej¨® confuso, sin tener qu¨¦ decir".
A falta de pan, buenas son tortas. A falta de textos, buenos, muy buenos son los diccionarios.
Pedro ?lvarez de Miranda (Roma, 1953) es catedr¨¢tico de Lengua Espa?ola de la Universidad Aut¨®noma de Madrid y miembro de la Real Academia Espa?ola.
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