Arquitecturas de la utop¨ªa
En 1945, con veinte millones de muertos a la espalda y el mundo fracturado en bloques, la URSS necesitaba construir un faro n¨ªtido para el movimiento comunista internacional; se proyect¨® para ello un gran Palacio de los S¨®viets y, a su alrededor, siete espectaculares torres. Cada vysotka ser¨ªa diferente pero el conjunto -moles de ladrillo m¨¢s anchas que altas, con caprichosas geometr¨ªas de aire retro y unas treinta plantas de altos techos- unificar¨ªa estilos arquitect¨®nicos y mensajes pol¨ªticos. La f¨ªsica y otras leyes vendidas al imperialismo impidieron a los arquitectos del PCUS levantar una silueta de Lenin de suficiente tama?o para que en su ¨ªndice derecho cupiese el despacho del batono I¨®sif Stalin, pero sus siete atributos quedaron esparcidos en lugares estrat¨¦gicos de la ciudad. Sesenta a?os despu¨¦s, Mosc¨² es tan conocida por la Plaza Roja como por esta corona de espinas que alberga misterios y ministerios, el hotel Ukra¨ªna, la Universidad Lomon¨®sov y algunos centenares de viviendas donde a¨²n vegeta una heterog¨¦nea ¨¦lite fruto del primer socialismo, superviviente de la Revoluci¨®n, la guerra civil rusa y las dos guerras mundiales. La vysotka elegida como escenario para las peripecias de Kiril Smelchakov -crisol de las esencias revolucionarias, autor de los versos preferidos de Stalin y ejemplar combatiente-, Glika Novotkannaya -la novia can¨®nica del socialismo, hija de una perfecta pareja sovi¨¦tica y hero¨ªna del deporte universitario- y sus coet¨¢neos da una precisa idea de lo que fue el neog¨®tico sovi¨¦tico desde el punto de vista constructivo pero tambi¨¦n como laboratorio de la nueva sociedad sin clases. Uno de los mayores atractivos de este libro es que simultanea la descripci¨®n del urbanismo estaliniano (incluida la reordenaci¨®n castrense de la capital) con la intimidad de individuos perfectamente reconocibles en los ¨ªdolos de la ¨¦poca (actores, tractoristas, cosmonautas).
Las cumbres de Mosc¨²
Vasili Aksi¨®nov
Traducci¨®n de Luisa Borovsky
La otra orilla. Barcelona, 2011
350 p¨¢ginas. 23 euros
Con una fluidez que la emparenta con las m¨¢s audaces novelas de la modernidad, Vasili Aksi¨®nov (1932-2009) se permiti¨® trenzar aqu¨ª una "comedia de situaci¨®n" ¨²nica por su contexto objetivo (la acci¨®n transcurre inmediatamente antes de 1953, en pleno derrumbe del estalinismo, con h¨¦roes tan fr¨¢giles como su l¨ªder m¨¢ximo) y por la dram¨¢tica condici¨®n de los protagonistas, llevados siempre al l¨ªmite en un par¨®dico calco de las leyendas cl¨¢sicas. En un juego intertextual que conecta a fil¨®logos, militares y agentes secretos de manual con los aut¨¦nticos Beria y Gr¨¢dov de Una saga moscovita -la abrumadora novela con la que el legado aksionoviano irrumpi¨® hace unos meses en el mercado en lengua espa?ola-, el autor subraya las conexiones con los poetas y narradores que hicieron de Rusia uno de los epicentros de la literatura universal. Mandelstam y Tsviet¨¢eva est¨¢n muy presentes por continuas alusiones expl¨ªcitas y por la reivindicaci¨®n de una memoria po¨¦tica que las vanguardias rusas salvaron de la furia dictatorial. Mientras tanto, la Guerra Civil espa?ola consolid¨® definitivamente el mito popular de un territorio ¨¦pico y ex¨®tico y Espa?a se convirti¨® en otro de los grandes argumentos del imaginario colectivo ruso; Aksi¨®nov refleja este fen¨®meno que periodistas como Mija¨ªl Koltsov y Rom¨¢n Karmen, voluntarios como las hermanas Abrams¨®n y millares de interbrigadistas amplificaron hasta el punto de que top¨®nimos y frentes como Guadalajara, el Jarama o el Ebro quedaron para siempre en la fantas¨ªa popular.
El talento de Aksi¨®nov, sin duda uno de los m¨¢s importantes narradores del XX ruso, queda de manifiesto en la lucidez con que analiza las perturbaciones del discurso pol¨ªtico y del lenguaje de los ciudadanos. No hace falta saber ruso -ya se encarga Luisa Borovsky de traducir los muchos matices de esta imprescindible novela- para imaginar la potencia de los subtextos y dobles sentidos en los di¨¢logos entre los moscovitas del medio siglo. No por casualidad los m¨¢s audaces ling¨¹istas tuvieron, en la gestaci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, uno de sus m¨¢s f¨¦rtiles campos de trabajo; la torre que utiliza Aksi¨®nov, como La casa del malec¨®n de Tr¨ªfonov o la calle Arbat de Rybakov, sit¨²a al lector en un mirador privilegiado desde el que se ve Siberia, se a?ora Par¨ªs y se sue?a con unas playas yugoslavas que la obscena praxis de los dirigentes se encarg¨® de difuminar. Con toda probabilidad el humor -en su versi¨®n m¨¢s libre y desprejuiciada- era el ¨²nico filtro capaz de explicar lo inexplicable: el fracaso de la alianza paneslava que Tito le propuso a Stalin y que aqu¨ª queda al desnudo, para solaz del lector y para las antolog¨ªas del desprop¨®sito estrat¨¦gico a escala planetaria.
De los muchos niveles de lectura de Las cumbres de Mosc¨² vale la pena destacar los que indagan en la cultura l¨²dica de los juegos de palabras -particularmente relevante en un estado que enterr¨® el zarismo a golpe de acr¨®nimo y acab¨® suicid¨¢ndose en un fango de a?oranza por la sintaxis decimon¨®nica- y los que se adentran en la sem¨¢ntica de la disidencia. Cuando, despu¨¦s de a?os de exilio en Washington y en Biarritz, Aksi¨®nov regres¨® a Mosc¨² en 1995, constat¨® que las biograf¨ªas con las que hab¨ªa ido construyendo este poderoso rascacielos novel¨ªstico tal vez se hab¨ªan despojado del patron¨ªmico pero hab¨ªan convertido las cumbres de Stalin en protagonistas indiscutibles de la gran comedia urbana y humana.
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