Caza y captura de Winehouse
?Fue v¨ªctima la cantante inglesa del acoso y derribo y la cultura de los famosos? Sus canciones in¨¦ditas pueden ayudarnos a entender su calvario
Este verano visitaba Espa?a una vocalista poderosa y recomendable, Nina Zilli. Nos la presentaban como "la Amy Winehouse italiana", una etiqueta grosera que -suponemos- ya habr¨¢ sido desechada. Ahora interesar¨ªa determinar cu¨¢l ha sido exactamente la aportaci¨®n musical de Amy: c¨®mo definir su modelo art¨ªstico, m¨¢s all¨¢ de su catastr¨®fico final.
Hab¨ªa en Amy algo m¨¢s que una cantante de soul, aunque s¨ª ten¨ªa una convincente voz pastosa. No ejerc¨ªa de purista: usaba producciones modernas, incluyendo sampleados. Tampoco recreaba cl¨¢sicas del soul: cambiaba de ritmo con temas jamaicanos -Monkey man, You're wondering now- y est¨¢ndares del jazz tipo Moody's mood for love, There is no greater love o Body and soul.
Era un secreto a voces que sus tel¨¦fonos estaban pinchados
Hay un extra?o prejuicio por vender discos de alguien que acaba de morir
Pero la gran baza estaba en su selecci¨®n de gemas pop de los sesenta -Cupid, To know him is to love him, It's my party, Will you still love me tomorrow- por el radical contraste entre su candidez con el repertorio propio de Winehouse. Ella convirti¨® su vida -y la de sus seres cercanos- en materia de inspiraci¨®n. Amy se reconcome con las infidelidades masculinas: de su padre, en What is it about men, o de su novio, en Back to black; tampoco participa de la solidaridad femenina (Fuck me pumps).
La obsesi¨®n subyacente en la obra de Amy es la discrepancia entre el amor de las canciones y la realidad. Ella, una cosita esquel¨¦tica, sexualiz¨® su imagen, para aproximarse a las voluptuosas Ronettes y dem¨¢s girl groups neoyorquinos. Sin embargo, m¨¢s que estilistas habilidosos, necesitaba asistencia para sus episodios de depresi¨®n. Reacia a los antidepresivos, se automedicaba con cantidades tit¨¢nicas de alcohol y drogas. Su chispa londinense se apag¨® bajo los efectos de semejante ingesta.
Inevitablemente, Winehouse se convirti¨® en protagonista multimedia de su particular reality show. ?Era consciente de estar atrapada en esa din¨¢mica de "la vida como espect¨¢culo"? Un secreto a voces en el mundillo period¨ªstico brit¨¢nico: sus tel¨¦fonos -y los de sus padres, hermano, amigas y novios- estaban pinchados. Los sabuesos hasta ten¨ªan acceso a sus informes m¨¦dicos. Lo confirma Charles Lavery, periodista de investigaci¨®n del Sunday Mail escoc¨¦s.
Eso explica que quedara registrada cada borrachera, cada entrada y salida de una instituci¨®n. Igual Amy cre¨ªa que ese acoso era inevitable para cualquier famoso. Lo contrario supone imaginarla desesperadamente paranoica, convencida de que una o m¨¢s personas de su c¨ªrculo la vend¨ªan a tabloides, a los proveedores de carnaza televisiva. Algo que, advierte Lavery, tambi¨¦n pudo ocurrir, ya que los buitres necesitaban disimular su espionaje tecnol¨®gico.
Tras su muerte, Amy queda reducida a una historia ejemplar. Los moralistas pueden despedazarla y pisar sus restos para subir al p¨²lpito habitual. Hay predisposici¨®n a consagrarla como una m¨¢rtir feminista, a pesar de que, incluso en el acto ¨ªntimo de componer, siempre colabor¨® con hombres. Y el truco f¨¢cil de retratarla como una v¨ªctima de la industria musical.
Por ejemplo, a eso se apunta Piers Morgan. El astro de la televisi¨®n, que actualmente ocupa el sill¨®n de Larry King en la CNN, arremete contra aquellos que se contentaron con sacar dinero de Amy, pero que no se esforzaron en ayudarla. Pero Piers Morgan, en una reencarnaci¨®n anterior como director del Daily Mirror, se aprovechaba de pinchazos y alardeaba -?por escrito!- de escuchar un implorante mensaje dejado por Paul McCartney en el m¨®vil de su entonces esposa, Heather Mills.
Y la odiada industria. Circula la idea de que hay algo intr¨ªnsecamente perverso en el hecho de vender discos de alguien que acaba de dejarnos: un extra?o prejuicio, posiblemente de origen judeo-cristiano, que ignora el humano deseo de honrar a la persona fallecida. Por cada persona que conoc¨ªa los dos discos de Winehouse, hab¨ªa 100 que solo ten¨ªan una idea nebulosa de su cancionero o que pensaban que lo suyo era un montaje, uno m¨¢s del circo de famosos desesperados. Frente a las sospechas, la muerte es un argumento tajante.
As¨ª que nada de rasgarse las vestiduras. Muy al contrario: urge desear que Metr¨®polis (management) e Island (discogr¨¢fica) trabajen bien y conviertan sus maquetas en un tercero, un cuarto disco. Siempre se ha hecho y hay buenos motivos, aparte de los puramente econ¨®micos: son piezas que nos faltan para intentar montar el rompecabezas, el puzle del artista mete¨®rico.
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