Ecoaldeas frente a la ciudad el¨¦ctrica
En los a?os cincuenta del pasado siglo XX comenz¨® una compleja operaci¨®n urban¨ªstica que conect¨® los m¨¢s importantes centros de producci¨®n y de negocio de Jap¨®n en la megal¨®polis de Tokaido, una conurbaci¨®n lineal surgida de las ciudades de Tokio, Yokohama, Nagoya, Osaka y Kobe. Este crecimiento multiplic¨® sus centros expandiendo sus tejidos suburbiales hasta quedar fundidas en un continuo metropolitano. Una concentraci¨®n de medios e inteligencias que contribuy¨® a que Jap¨®n multiplicase su PIB por sesenta en menos de cincuenta a?os. Una alta disponibilidad energ¨¦tica era imprescindible para concentrar los nodos de informaci¨®n, capital y recursos productivos, manteniendo dispersos -en enclaves m¨¢s econ¨®micos, pero conectados por un transporte p¨²blico vertiginoso- los tejidos residenciales donde, desde entonces, transcurre la vida dom¨¦stica de los trabajadores. En el proceso pueden describirse diferentes fases. Hasta los a?os sesenta, los n¨²cleos urbanos de Tokio, Nagoya y Osaka absorbieron la poblaci¨®n que migraba a las ciudades desde los entornos rurales, pero a mediados de d¨¦cada estos n¨²cleos comenzaron a perder poblaci¨®n en migraciones que colonizaban un tejido de crecimiento r¨¢pido que rellenaba sus intersticios.
Este urbanismo tambi¨¦n contiene formas espec¨ªficas de ciudadan¨ªa, de gobierno y de construcci¨®n territorial
En poco tiempo, un tapizado suburbial colmat¨® los espacios no construidos que separaban estas ciudades. En un primer momento con bloques abiertos de viviendas sociales o corporativas de entre 4 y 8 plantas, conocidos como danchi, rodeados de espacios abiertos que, con el tiempo, fueron colonizados por sus usuarios con jardines, huertos, aparcamientos o trasteros informales. Posteriormente, tras la popularizaci¨®n que los medios de masas hicieron de la vida suburbial estadounidense, por medio de un denso punteado de viviendas aisladas o pareadas, no muy diferentes de las que tapizan las periferias urbanas de medio mundo. Una de las im¨¢genes m¨¢s difundidas tras el terremoto del 10 de marzo era la de las masas de viajeros que esperaban en las estaciones del centro de negocios de Yokohama a que se restableciese el suministro el¨¦ctrico y, con ¨¦l, el funcionamiento de los trenes que les permitir¨ªa volver a sus residencias. Son trabajadores que reparten su jornada entre una vivienda y un puesto de trabajo localizados, en algunos casos, a m¨¢s de 430 kil¨®metros de distancia (no m¨¢s de 160 minutos con el tren de alta velocidad el¨¦ctrica Tokaido Shinkansen).
Todo esto participa de una estrategia pol¨ªtico-territorial basada en la posibilidad de que las infraestructuras de producci¨®n y distribuci¨®n energ¨¦tica, las de movilidad e incluso las de interacci¨®n social y comunicaci¨®n (todas ellas pensadas como superestructuras de gran escala gobernadas a nivel nacional) vertebren de manera aparentemente neutral un territorio, trasladando la diferencia, las disputas y la evoluci¨®n temporal a fragmentos urbanos blandos, m¨¢s econ¨®micos y con una gobernanza m¨¢s pr¨®xima al usuario. Permitiendo, como en el caso de Tokaido, que los tejidos fragmentados se acoplen a una serie de infraestructuras proveedoras de un programa de servicios optimizado y permanente. Una l¨®gica que, llevada a la arquitectura, ha generado todo un conjunto de propuestas de la que sin duda la m¨¢s popular es la metabolista torre Nakagin (1970-1972) de Kisho Kurokawa, en la que un conjunto de c¨¢psulas residenciales de f¨¢cil sustituci¨®n quedan "enchufadas" a una torre infraestructural que les proporcionaba acceso y suministros.
La enorme productividad de las centrales nucleares hace que un gran territorio pueda ser provisto de energ¨ªa con un n¨²mero muy peque?o de centrales. Los seis reactores de Fukushima 1 sumaban 4.700 megavatios el¨¦ctricos de potencia, suficiente para garantizar el suministro de cuatro millones de hogares. Esto tiene dos consecuencias que en mi opini¨®n tienen especial importancia. La primera es que lo nuclear tiende a producir un distanciamiento geogr¨¢fico entre escasos puestos de producci¨®n y una inmensa cantidad de puntos de consumo dispersos en el paisaje. La segunda es que la concentraci¨®n de la generaci¨®n el¨¦ctrica construye paisajes centralizados de muy dif¨ªcil transformaci¨®n. Una vez construidas las redes de distribuci¨®n, cualquier modificaci¨®n ser¨¢ costosa y lenta. Mientras, las redes de distribuci¨®n de energ¨ªas renovables, con una capacidad productiva por instalaci¨®n muy inferior -en el caso de los aerogeneradores no superan los 6 megavatios el¨¦ctricos, la energ¨ªa consumida por 5.000 familias-, generan patrones de distribuci¨®n redundantes y f¨¢cilmente reprogramables.
Estas construcciones territoriales han venido asociadas a cotidianidades marcadas por la segregaci¨®n f¨ªsica, generacional y relacional entre aquellos ciudadanos laboralmente activos que, desplaz¨¢ndose, combinan su domesticidad suburbial con una vida colectiva que los expone a las relaciones y formaciones del mundo profesional; y una masa de poblaci¨®n infantil, adolescente, enferma, discapacitada, desempleada y/o de mayores que desarrolla su d¨ªa a d¨ªa en entornos locales, con poca participaci¨®n en la vida megaurbana. Esta fractura y sus conflictos interpersonales ha sido el tema de una parte del cine japon¨¦s contempor¨¢neo que ha ganado presencia global con pel¨ªculas como Todo sobre Lily Chou-Chou, de Shunji Iwai, o Nadie Sabe, del director Hirokazu Kore-Eda. Tambi¨¦n conllevan formas espec¨ªficas de constituir las ciudadan¨ªas, al dejar confinadas las labores de producci¨®n, evaluaci¨®n e innovaci¨®n energ¨¦tica en los c¨ªrculos de expertos. Esto ha contribuido a incrementar el confort de cierta poblaci¨®n, pero ha acarreado una p¨¦rdida de influencia de los tejidos locales y de proximidad en las pol¨ªticas energ¨¦ticas y un alto grado de inconsciencia en la poblaci¨®n general sobre los procesos por los que la energ¨ªa se hace disponible.
Realidades metropolitanas como las de Tokaido han atra¨ªdo el inter¨¦s de arquitectos y urbanistas en los ¨²ltimos a?os, pero ante los retos que la crisis de los modelos energ¨¦ticos activa, toman importancia las alternativas a modelos hasta hace poco hegem¨®nicos y la posibilidad de encontrar perspectivas para evaluar y redise?ar nuestros contextos. Una de las alternativas m¨¢s extremas es la de las ecoaldeas, como la de Konohana en el municipio de Fujinomiya (Shizuoka). Las ecoaldeas son peque?as comunidades localizadas en entornos rurales que persiguen la autosuficiencia energ¨¦tica y material, con una vida colectiva basada en f¨®rmulas elementales de democracia deliberada. Son agregaciones informales de peque?as edificaciones con un elevado aislamiento t¨¦rmico y con dispositivos para adaptar la ganancia t¨¦rmica solar y la ventilaci¨®n de sus interiores a las condiciones clim¨¢ticas externas. En su construcci¨®n se utilizan materiales tomados del medio o de origen biol¨®gico -como madera, balas de paja o adobes-; o elementos reutilizados -como ventanas provenientes de demoliciones, neum¨¢ticos o botellas de vidrio-. Cada construcci¨®n cuenta con equipos para la producci¨®n energ¨¦tica (paneles fotovoltaicos o peque?os aerogeneradores) y para la acumulaci¨®n del agua de lluvia recogida en los tejados. Tambi¨¦n cuentan con dispositivos para el cierre de los ciclos materiales, como espacios para almacenar materiales sobrantes, composteros e inodoros secos. Todo en un encuentro de rangos tecnol¨®gicos diversos, en el que las bater¨ªas de ¨²ltima generaci¨®n conviven con los revocos de barro.
Este urbanismo tambi¨¦n contiene formas espec¨ªficas de ciudadan¨ªa, de gobierno y de construcci¨®n territorial. Si la electrificaci¨®n nuclear se caracteriza por la precariedad cr¨ªtica con que lo energ¨¦tico queda imbricado en el mundo ordinario, uno de los principios de las ecoaldeas es que cada individuo asuma la responsabilidad sobre el dise?o, construcci¨®n y evaluaci¨®n de su medio, tomando conciencia de la productividad de sus equipos y adaptando sus consumos a los recursos disponibles en proximidad. Para promover esta toma de conciencia se han desarrollado dispositivos arquitect¨®nicos espec¨ªficos, como los centros de formaci¨®n: espacios comunitarios de peque?o tama?o construidos para dar cabida a un programan pedag¨®gico y, en cierta medida, propagand¨ªstico. En Espa?a, situado en la ecoaldea del Valle del Pino del Conde, en Hoyo de Pinares (?vila), el centro Karuna es uno de ellos. Dise?ado, construido y gestionado por M¨®nica Cebada, Patricia Cebada y Rub¨¦n Solsona, funciona como un lugar donde se organizan jornadas y encuentros pensados para que, por una transmisi¨®n directa de experiencias, los asistentes reflexionen sobre las implicaciones medioambientales de sus acciones diarias y adquieran competencia en el manejo de las t¨¦cnicas de bioconstrucci¨®n y bioclimatismo que les permiten acceder a la autoconstrucci¨®n de sus casas. El propio edificio es un prototipo cuya construcci¨®n est¨¢ siempre inacabada, lo que permite mantener visibles sus componentes y discutir las t¨¦cnicas edificatorias que en ¨¦l se han aplicado.
Su gobierno busca instalar la acci¨®n pol¨ªtica y la gesti¨®n del conflicto en la escala de las relaciones de vecindad, lo que en muchos casos ralentiza la toma de decisiones e incluso bloquea numerosos proyectos de transformaci¨®n. Tampoco debe olvidarse que, pese a que existen redes internacionales que permiten que organizaciones urbanas tan peque?as puedan ganar complementariedad en la asociaci¨®n, como la Global Ecovillage Network o la Red Ib¨¦rica de Ecoaldeas, a d¨ªa de hoy, las formas de vida que se dan en estos entornos siguen dependiendo de las prestaciones que proporcionan contextos urbanos y productivos como el de Tokaido.
La manera en que estas experiencias han enfocado su resistencia a la hegemon¨ªa de formas urbanas, como la de las megal¨®polis el¨¦ctricas, plantea un conjunto de prioridades cuya influencia es creciente en las agendas de la arquitectura y del urbanismo. No sabemos qu¨¦ ciudades surgir¨¢n de las crisis actuales, pero sin duda la superposici¨®n de los espacios de consumo y producci¨®n, la adaptabilidad de los paisajes energ¨¦ticos, la transparencia de las tecnolog¨ªas y la toma de conciencia y responsabilidad de la poblaci¨®n sobre las implicaciones de su d¨ªa a d¨ªa, as¨ª como la intergeneracionalidad y la traslaci¨®n de la pol¨ªtica a los contextos pr¨®ximos son, en estos momentos, los puntos ineludibles que conectan el urbanismo y la arquitectura con los debates energ¨¦ticos.
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