Europa en su laberinto
En qu¨¦ momento ingres¨® Europa en un laberinto del que parece no poder salir? ?Fue forzada a ello? ?Puede abandonarlo? Vista desde Am¨¦rica Latina, la Uni¨®n Europea deline¨® su propia suerte con el fin de la guerra fr¨ªa. En 1990-1991, la UE tuvo a su alcance varias alternativas y probablemente escogi¨® las menos adecuadas. No hubo un destino prefigurado. Escogi¨® un sendero cuyos resultados son hoy palpables: una Europa extraviada y menos justa, solidaria y aut¨®noma.
Los europeos pudieron acordar dos conductas bien diferentes frente a la implosi¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica: seguir aferrados al fantasma del "peligro rojo" y acompa?ar, as¨ª sea pasivamente, a Estados Unidos en su actitud "victoriosa", o recuperar sus tradiciones m¨¢s pluralistas y avanzadas y contribuir activamente a una pronta reconstrucci¨®n rusa. Pudo empujar sus fronteras hasta los l¨ªmites de Rusia o tender un puente estrat¨¦gico para atraer a los rusos hacia su seno. En aquellas circunstancias, Europa prob¨® ser m¨¢s anticomunista que progresista.
La UE comenz¨® a extraviarse al elegir seguir supeditada al poder militar de EE UU
Ante la oportunidad de asegurarse una gradual autonom¨ªa militar o seguir supeditada al paraguas estadounidense a trav¨¦s de la OTAN, los europeos eligieron la segunda alternativa. Siempre se podr¨¢ argumentar que Europa era fiel a una doble convicci¨®n: reforzar su poder social interno y atestiguar su estatura de potencia moral. Sin embargo, ese tipo de razonamiento es insuficiente: los europeos siempre han sabido que el poder¨ªo militar propio es indispensable para ser un actor gravitante en la pol¨ªtica mundial. Recostarse en Estados Unidos y en una OTAN que ya no era tan vital con el fin de la URSS fue una determinaci¨®n consciente de quien acepta, extra?amente, que ser pigmeo en materia militar es bueno a largo plazo.
Entre la profundizaci¨®n o la ampliaci¨®n de su exitosa experiencia de integraci¨®n posterior a la II Guerra Mundial, la Uni¨®n Europea se inclin¨® por la ¨²ltima. Entre una Europa con m¨¢s ciudadan¨ªa y una Europa de nuevos negocios, la elecci¨®n fue clara: se aceler¨® el ingreso de miembros a la Uni¨®n en medio de un paulatino desmantelamiento del Estado de bienestar. Cuando tuvo que optar entre una arquitectura pol¨ªtica m¨¢s democr¨¢tica y la preservaci¨®n de una tecnocracia ajena a la rendici¨®n de cuentas, Europa se conform¨® con la segunda opci¨®n.
Ante el auge de Asia y las recurrentes burbujas de corto plazo en Estados Unidos, Europa afront¨® un dilema: redise?ar un modelo industrial y productivo o asimilar un esquema financiero y especulativo. La UE cedi¨® ante las fuerzas del mercado menos industriosas y m¨¢s despilfarradoras. En vez de gestar una base fiscal homog¨¦nea, las autoridades econ¨®micas de Europa decidieron apresurar la creaci¨®n de una moneda com¨²n. Desaprovecharon la ocasi¨®n de consensuar m¨¢s y mejor pol¨ªticas internas que robustecieran el bienestar de sus sociedades, elevaran la calidad de su educaci¨®n e incrementaran las inversiones en ciencia y tecnolog¨ªa.
Tras el 11-S, las equivocaciones europeas fueron en aumento. Es sorprendente c¨®mo dej¨® prosperar la idea, de cu?o estadounidense, de una "nueva" Europa y una "vieja" Europa. Es igualmente llamativo c¨®mo una UE cada vez m¨¢s dividida fue perdiendo la br¨²jula en materia militar (en Asia Central y Oriente Pr¨®ximo) y en cuestiones humanitarias (en el norte de ?frica). Desde la distancia, la imagen europea comenz¨® a desdibujarse: la sensaci¨®n en la periferia es que los pa¨ªses de Europa siguen reaccionando frente a las solicitudes de acompa?amiento militar de Washington y ante las crisis humanitarias de acuerdo con su tradici¨®n imperial; esto es, intervenir en algunas excolonias y en viejas ¨¢reas de influencia si hay cuestiones clave (recursos estrat¨¦gicos, por ejemplo) en juego, o evitar la injerencia si la realpolitik indica que otros intereses circunstanciales (dom¨¦sticos o externos) as¨ª lo sugieren.
La resultante electoral de lo anterior es, emblem¨¢ticamente, la siguiente: al final del siglo XX, en 11 de los 15 pa¨ªses de la Uni¨®n Europea gobernaban partidos de centro-izquierda. Eso equival¨ªa al 73%. Hoy, en la UE de los 27, en solo cinco pa¨ªses (Espa?a, Grecia, Austria, Eslovenia y Chipre) hay Gobiernos de leve inspiraci¨®n progresista. Eso equivale al 18%, un peso que pr¨®ximamente se podr¨ªa reducir a¨²n m¨¢s despu¨¦s de los profundos ajustes de Espa?a y Grecia.
Una Europa de derechas se enfrentar¨¢ con los fantasmas de su pasado. Eso adem¨¢s de no ser bueno para los europeos ser¨¢ malo para el mundo.
Europa construy¨® su laberinto y sigue encerrada en ¨¦l. Solo un acto de grandiosa voluntad pol¨ªtica colectiva puede llevarla a salir del mismo. Posiblemente sea la hora de repensar Europa en vez de buscar paliativos temporales.
Repensar Europa ser¨¢ siempre un acto de los propios europeos, sin duda. Sin embargo, muchos que viven lejos de Europa desean (deseamos) que esa tarea sea exitosa y que Europa no siga ensimism¨¢ndose en un tortuoso laberinto.
Repensar Europa no puede ser un acto inmediato, epis¨®dico o coyuntural: ser¨¢ necesario mucho esfuerzo y talento para abandonar un laberinto tan pesado. Repensar Europa solo podr¨¢ ser genuino y viable desde sus mejores valores y contemplando ¨²nicamente los intereses mayoritarios: el laberinto en el que qued¨® atrapada la UE es muy estrecho y est¨¢ demasiado maltrecho.
Juan Gabriel Tokatlian es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella, Argentina.
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