Del rito a la fiesta
Los festivales de m¨²sica cl¨¢sica pueblan el verano dentro y fuera de nuestras fronteras. Los hay para todos los gustos, grandes y peque?os, populares y exquisitos. Y cada uno tiene que afrontar la crisis a su manera
En el verano de 1922 empezaba el festival de los festivales de la m¨²sica cl¨¢sica, de los que, dig¨¢moslo desde ahora, este art¨ªculo no es una enumeraci¨®n con olvidos sino una reflexi¨®n con ejemplos: el de Salzburgo, fundado por Hugo von Hofmannsthal, Richard Strauss y Max Reinhardt. Tres nombres se?eros de la escena y del pentagrama. Mucho antes -en 1895-, Henry Wood, un director de orquesta de uso casi exclusivamente brit¨¢nico, hab¨ªa creado los Proms, el m¨¢s democr¨¢tico, popular, duradero, participativo y alocado festival de cuantos pueblan la can¨ªcula cultural universal. Salzburgo ser¨¢ con el tiempo y por su orden una de las sedes -con Berl¨ªn y Viena- del imperio Karajan, un escaparate para las casas de discos cuando la crisis a¨²n no hab¨ªa llegado y un muestrario de novedades esc¨¦nicas capaces de poner de los nervios a sus asiduos una vez que tom¨® las riendas Gerard Mortier. Hoy comparte protagonismo con Lucerna, otro grande, que tiene en Claudio Abbado su emblema. Los Proms, por su parte, se cobijar¨¢n en 1927 bajo la protecci¨®n de una BBC que encuentra en ellos una oportunidad impagable de acrecentar su influencia en la vida cultural del mundo.
En Espa?a, veteranos como Granada o la Quincena de San Sebasti¨¢n son las muestras m¨¢s evidentes
A veces son los artistas los que deciden ponerlos en marcha como un trampol¨ªn para su fama
Si hablamos del ego absoluto de un creador capaz de sacarle a cualquiera el dinero, y hasta los h¨ªgados si hiciera falta, nos encontraremos con el Festival de Bayreuth, el templo que acoge cada a?o unas cuantas ¨®peras de Wagner, su fundador, lugar de peregrinaci¨®n de Adolf Hitler, a quien tanto le gustaban, y hoy en crisis de identidad por asuntos de familia mal resueltos.
Otros egos m¨¢s suaves fueron los de la familia Christie que, en 1934, se inventa Glyndebourne, ofreciendo en el teatro anexo a su mansi¨®n unas cuantas ¨®peras cada verano -dirigidas en los primeros tiempos por fugitivos del nazismo como Fritz Busch y Carl Ebert- y, sobre todo -para muchos por encima de todo-, la posibilidad de merendar en la maravillosa campi?a de su propiedad -ya se avisa de que no se lleve servidumbre propia pues el festival facilita un servicio de camareros a quien lo necesite-.
Edimburgo, por fin, podr¨ªa completar el panorama concentrado de los grandes festivales. M¨²sica, cine, teatro, libros, todo se mezcla en una ciudad que duplica su poblaci¨®n en verano.
Son, unos y otros, modelos diferentes, hasta opuestos entre s¨ª, en cuanto a financiaci¨®n, gesti¨®n, p¨²blico cautivo, irradiaci¨®n real. Todos manifiestan el poder de la cultura desde ¨¢mbitos diferentes y hoy enfrentan la crisis a su manera. Son, en cierto modo, los m¨¢s grandes pero no son los ¨²nicos.
A partir de Salzburgo -hoy con problemas creados por un administrador infiel-, un festival es un est¨ªmulo cultural capaz de animar econ¨®micamente el lugar que lo acoge. Dos veteranos como Granada o la Quincena de San Sebasti¨¢n ser¨ªan entre nosotros las muestras m¨¢s evidentes de esa interacci¨®n que al fin es la que genera la raz¨®n de su propia supervivencia.
Los grandes festivales -los citados lo son frente a los que presumen de serlo y, sin embargo, ofrecen puro aluvi¨®n intercambiable- no se han comido a los chicos. Es m¨¢s, estos sobreviven a base de f¨®rmulas que ligan patrocinio, calidad y fidelizaci¨®n -uno no tan peque?o, el suizo de Verbier, ha sabido con esos ingredientes sortear el riesgo de venirse abajo econ¨®micamente y de ver desaparecer su formidable orquesta juvenil-.
Del franc¨¦s de La Roque d'Anteron -dedicado al piano y que cada a?o se reinventa integrando con generosidad y visi¨®n de la jugada a los nuevos valores- al de Torroella de Montgr¨ª, de las schubertiadas austriacas de Schwarzenberg y Hohenems al peque?o milagro de Vilabertran, de la atenci¨®n a la m¨²sica antigua de Innsbruck a la exquisita oferta camer¨ªstica de Kuhmo, infinidad de peque?os y medianos festivales salpican la geograf¨ªa europea con delicias sin cuento, o mejor, perfectamente contables, pues son sumandos que ofrecen un resultado imbatible, el que sale de ligar escenarios, hoteles, restaurantes, naturaleza y una cierta exclusividad que no viene dada ni por los precios ni por la posibilidad de ejercer funci¨®n socializadora alguna sino, al fin, por la pura calidad de la oferta.
Son la realizaci¨®n m¨¢xima -es decir, ambiciosa tambi¨¦n- de esos peque?os conciertos en cualquier pueblo serrano que suelen quedarse en una funci¨®n casi misionera, como de inevitable obligaci¨®n estival. Y que se agradece, no faltaba m¨¢s, aunque a veces el intento se quede en una m¨¢s o menos ampulosa declaraci¨®n de intenciones que nunca fue m¨¢s all¨¢, como demuestra bien claro la frustrada aventura que inici¨® la inauguraci¨®n del Auditorio de San Lorenzo de El Escorial y que, como era de esperar, no ha cuajado en el gran festival que, se supon¨ªa, habr¨ªa de salir de un espacio que se revel¨® dif¨ªcil de gestionar, en buena medida porque los pol¨ªticos pr¨¢cticamente se olvidaron de ¨¦l en cuanto naci¨®. Y ya se sabe que las oportunidades de esa clase pasan solo una vez por la puerta de esos mismos pol¨ªticos -enredados los nuestros, cuando conviene, en la cultura m¨¢s vistosa- y o las toman entonces o las dejan para siempre.
A veces son los propios artistas los que deciden poner el festival en marcha, en ocasiones como un trampol¨ªn para su fama m¨¢s o menos justificada pero tambi¨¦n porque de verdad son capaces de atraer a un p¨²blico que sabe que all¨ª va a encontrarles en su salsa.
Muestras bien interesantes son los d¨ªas que en Lucena se dedican al Progetto Martha Argerich -en el que la pianista argentina ejerce de madre amant¨ªsima-, o las sesiones entre amigos que apacienta el pianista Lars Vogt en Moritzburg. Otros, como Pierre Laurent Aimard en el Festival Britten de Aldeburgh, han heredado m¨¢s prestigio que presupuesto y, aun as¨ª, sacan petr¨®leo. Y las rarezas, lo casi extraterrestre, como ese Festival de Wexford, en Irlanda, donde la raz¨®n de ser es un pu?ado de ¨®peras ignotas.
Otra cosa son los festivales de aluvi¨®n, los que se apegan al crossover aunque el dinero que entre por la puerta se convierta en aire que se lleva el prestigio por la ventana. Aprovechan los artistas en gira y ofrecen la misma programaci¨®n que el vecino -previsible, segura, sin sorpresas-, solo que 15 d¨ªas antes o despu¨¦s. O los que aprovechan el enga?o poco piadoso de algunos festivales de jazz, es decir, la consideraci¨®n de cualquier cosa como perteneciente al g¨¦nero en lugar de afrontar directamente que se trata de una oferta m¨²ltiple, divertida, complementaria, como la vida misma del oyente que quiere ser feliz.
Un ejemplo de c¨®mo hacer las cosas sin complejos es el Festival de Savannah, en el Estado norteamericano de Georgia. Este a?o, en su novena edici¨®n, re¨²ne a gentes del jazz como Marcus Roberts, Dianne Reeves y Bill Charlap; maestros de las m¨²sicas del mundo como Salif Keita y Ballak¨¦ Sissoko; un poco de bluegrass con Chris Thile and Doyle Lawson; el indie de Avett Brothers y el blues de James Cotton; "roqueros con ra¨ªces", como llaman ellos a Butch Hancock y Jimmie Dale Gilmore, y cl¨¢sicos, naturalmente. Entre ellos, Simone Dinnerstein, la Orquesta Sinf¨®nica de Atlanta, Stile Antico, Nikol¨¢i Luganski, Kristian Bezuidenhout y los cuartetos Ebene y Emerson. Estos americanos han encontrado en la variedad su propia clave y han hecho de su festival un lugar diferente.
No es que ese deba ser el futuro de los festivales de m¨²sica cl¨¢sica, pero s¨ª es preferible asumir ese cruce de l¨ªneas con una calidad pareja en cada una que ofertar lo previsible, la en¨¦sima orquesta rusa, el bolo de toda la vida. Tal y como est¨¢ el patio, el modelo georgiano y su reuni¨®n de talentos bien distintos asegura un p¨²blico que en esa mezcla encontrar¨¢ su m¨²sica y se acercar¨¢ a otras que no muerden. Y eso le conviene a un negocio a punto de perder el equilibrio.
Luis Su?¨¦n es escritor y director de la revista Scherzo.
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