Onetti, vendedor de entradas
En un tiempo en que los personajes literarios fumaban mucho, Juan Carlos Onetti reinvent¨® el arte de respirar. Su voz tiene el ritmo de lo que debe ser dicho con suave firmeza, la verdad amortiguada por un tono c¨®mplice y piadoso. Sus personajes se embarcan en proyectos sin futuro y amores contrariados; luchan por imponer una raz¨®n que solo ellos conocen. Pierden en el mundo de los hechos, pero conservan la dignidad de quien supo oponerse a la evidencia.
Curiosamente, el supremo art¨ªfice de la devastaci¨®n fue un vendedor de ilusiones. El 10 de julio de 1937 escribe en una carta: "Novedades no hay salvo que me han prometido emplearme como vendedor de entradas en el Estadio o cancha de Nacional de F¨²tbol; creo que el domingo ya entrar¨¦ en funciones".
Hugo Verani dio a conocer en 2009 la correspondencia del autor de La vida breve con el pintor y cr¨ªtico de arte argentino Julio E. Payr¨®, a quien dedic¨® dos veces Tierra de nadie (primero se limit¨® a escribir el nombre del amigo; 24 a?os despu¨¦s agreg¨®: "con reiterado ensa?amiento").
Onetti fue pe¨®n de alba?il, pintor de paredes, portero de un edificio, vendedor de m¨¢quinas de sumar y de neum¨¢ticos hasta que pas¨® a las esforzadas tareas del periodismo (lleg¨® a dormir en una sala de una Redacci¨®n). Su trabajo m¨¢s extra?o fue el del Estadio Centenario. ?Qu¨¦ es un vendedor de entradas si no un promotor de la esperanza? Una magn¨ªfica iron¨ªa hizo que el puesto recayera en un inventor de derrotas.
En las Cartas de un joven escritor, el novelista recomienda ver Montevideo "desde el m¨¢stil del estadio": "Frente a m¨ª, el pueblo; encima m¨ªo, el orgulloso m¨¢stil donde flameara la insignia de la historia, las gloriosas tardes de 4 a 0, 4 a 2 y 3 a 1, la gloria entre aullidos, sombreros, botellas y naranjas" (alude al Mundial de 1930 y a la final en que Uruguay gan¨® 4-2 a Argentina).
En las cartas habla de su "absoluta falta de fe". Un rabioso escepticismo le permite decir: "Me est¨¢ madurando una c¨ªnica indiferencia". El trabajo en la cancha le sirve de ir¨®nico contrapeso emocional: "Me voy para el Stadium a fin de crearme una sensibilidad de masas, multitudinaria y unanimista". Nada m¨¢s ajeno al autor de El astillero que lo un¨¢nime, pero siente esa tentaci¨®n cuando "raja pal jurgo" (cuando "va al f¨²tbol").
La correspondencia revela que en 1937 escrib¨ªa una obra de teatro que se perdi¨®: La isla del se?or Napole¨®n. En forma t¨ªpica, abord¨® al emperador en su desgracia.
?Qu¨¦ clase de aficionado al f¨²tbol fue Onetti? En una carta dice: "Un personaje de mi libraco le hace la apolog¨ªa de una isla fant¨¢stica a una mujer triste. Ella lo escucha y luego le dice: '?Pero todo eso es mentira, verdad?'. ?l, desolado, asiente. La muchacha sonr¨ªe: 'Pero no importa. De todos modos esa isla es un lugar encantador. ?No le parece?". Hay mentiras necesarias, falsedades que alivian. Seguramente vio los partidos de ese modo. C¨¦sar Luis Menotti coincide con ¨¦l: "El f¨²tbol es el ¨²nico sitio donde me gusta que me enga?en".
En sus libros y en el Estadio Centenario Onetti permiti¨® la entrada a un entorno que mejora por lo que creemos y mostr¨® que la gloria es, a fin de cuentas, una causa modesta que ocurre "entre aullidos, sombreros, botellas y naranjas".
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