Grandes eventos
La mayor¨ªa de las noticias que se presentan bajo el r¨®tulo de "pol¨ªtica" son intrascendentes y previsibles. Para dar la impresi¨®n de que ocurren cosas surgen citas espectaculares, como la Jornada Mundial de la Juventud
Je vous parle d'un temps
Que les moins de vingt ans
Ne peuvent pas conna?tre...
Fue el incorregible Jean Baudrillard, con su proverbial sentido del esc¨¢ndalo, quien resucit¨® la f¨®rmula de Macedonio Fern¨¢ndez "huelga de acontecimientos" para caracterizar mediante ella el periodo de estabilidad experimentado por el llamado "mundo libre" (Europa Occidental y Estados Unidos) desde el final de la II Guerra Mundial hasta el 11 de septiembre de 2001 (11-S). La ocurrencia es acertada solamente en el sentido de que pone inmediatamente de relieve que los sucesos que el mundo moderno considera "hechos hist¨®ricos" (porque hacen historia o pasan a la historia) tienen como modelo privilegiado a la guerra, y por tanto una fase de paz m¨¢s o menos prolongada puede provocar esa impresi¨®n de que, en t¨¦rminos hist¨®ricos, "no pasa nada". Esta impresi¨®n es sin duda muy frustrante para los espectadores que esperan ver una pel¨ªcula de acci¨®n (como quiz¨¢ lo esperaba Baudrillard) y se encuentran con cintas neorrealistas o de la nouvelle vague, pero resulta tan agradable para las poblaciones forzadas a trabajar como extras en los documentales b¨¦licos que, como es bien sabido, la protecci¨®n contra la violencia armada es uno de los m¨¢s arcaicos motivos por los cuales los mentados civiles nos avenimos a cumplir las muchas obligaciones que el Estado nos impone o, dicho m¨¢s suavemente, es una de las fuentes de legitimaci¨®n del poder estatal.
Los acontecimientos, cuando ocurren, no llevan una marca que los se?ale como "hist¨®ricos"
Una de las citas en Madrid del Santo Padre tendr¨¢ lugar en un recinto donde se organizan ferias
Hay, pues, muchas razones para desconfiar de los "grandes acontecimientos", que Zaratustra tildaba de "salados, embusteros y poco profundos", y hasta para celebrar su huelga general. Para empezar, hay que desconfiar de que, pese a su nombre, se trate en verdad de hechos "hist¨®ricos", puesto que su grandeza consiste casi siempre en su supuesta capacidad de se?alar el comienzo o el fin de algo (preferentemente,una era o una ¨¦poca), de indicar, como suele decirse, un antes y un despu¨¦s de ellos. Y los historiadores, que salvo deshonrosas excepciones patrias son gente sensata, tienen el suficiente sentido com¨²n como para saber que no es as¨ª -con gran estruendo de cohetes y altavoces de alcance mundial que anuncian el asunto en grandes pancartas y titulares a cuatro columnas- como comienzan o terminan los periodos hist¨®ricos. Y es que, por desgracia, los acontecimientos, en el momento en el que acontecen, no suelen llevar sobre ellos la inscripci¨®n "ojo, se trata de un gran acontecimiento que abre un tiempo diferente". Al contrario, y como ocurre a la Guerra Civil espa?ola que ahora cumple 75 a?os, es a medida que el tiempo nos va separando de ellos y que se van convirtiendo en objeto de relatos novelescos, pel¨ªculas, reportajes, documentales, biopics, canciones y exposiciones tem¨¢ticas como se tornan narraciones m¨ªticas que se superponen a la historia -que a menudo es una mezcla informe de masacre, mezquindad y alg¨²n brillo fortuito de nobleza-, estableciendo en ella coordenadas de sentido y de sensibilidad que permiten a las gentes "ubicarse" superficialmente en su tiempo y sentirse parte de ¨¦l ("?D¨®nde estabas cuando estall¨® el 23-F, o cuando cay¨® el muro de Berl¨ªn, o cuando se derribaron las Torres Gemelas?"); y es entonces cuando devienen realmente "grandes acontecimientos", es decir, cuando -fetichizados, magnificados, poetizados y mitificados- se convierten en enormes dep¨®sitos pasionales de donde muchas comunidades obtienen r¨¦ditos emocionales en t¨¦rminos de identificaci¨®n, de autosatisfacci¨®n y de autoafirmaci¨®n, en pivotes de alineamiento y movilizaci¨®n electoral para aglutinar a los partidarios o estigmatizar a los adversarios, y eventualmente en grandes negocios editoriales, art¨ªsticos, simb¨®licos, culturales, cinematogr¨¢ficos, literarios o discogr¨¢ficos. Y cuando esto sucede todo el mundo est¨¢ tan complacido con los "grandes acontecimientos" que el trabajo intelectual, que a menudo consiste en deshacer ese enredo de lo po¨¦tico y lo hist¨®rico, si no completamente imposible, s¨ª que resulta in¨²til y poco agradecido. A lo mejor es por eso que las "humanidades" est¨¢n de capa ca¨ªda en el sistema educativo.
Pero, sea como fuere, la idea de que los acontecimientos han vuelto al trabajo tras el 11-S es tan tautol¨®gica como problem¨¢tica. Sin duda, los atentados terroristas -desde Al Qaeda hasta los brutales y recientes sucesos de Noruega- se apropian tir¨¢nicamente de las portadas de los informativos. Con ellos solo pueden competir las noticias econ¨®micas (y eso cuando, como en los ¨²ltimos tiempos, reverdecen los laureles del crash de 1929) y los encuentros deportivos, pues ambos conservan el prestigio de la facticidad. Las primeras (aunque en ellas la diferencia entre hecho y ficci¨®n desaf¨ªa a veces la finezza de un Arcadi Espada) han heredado de los "hechos de armas" la sustancia del valor, cuyas cotizaciones se leen hoy en los diarios financieros como anta?o los partes de guerra con los avances y retrocesos de los contendientes y las listas de bajas y prisioneros, que tambi¨¦n actualizaban las cuant¨ªas de los valores en liza. Sin embargo, los hechos que Baudrillard echaba de menos eran sobre todo acontecimientos pol¨ªticos, y las guerras que c¨ªnicamente a?oraba eran guerras entre Estados (a veces combinadas con guerras civiles por el control de un Estado), acordes por tanto a la concepci¨®n de la "historia universal" cuyos protagonistas fueron los Estados-naci¨®n que hicieron del mundo el teatro de operaciones de las "relaciones internacionales". En cambio, lo que hoy se cotiza como "acontecimiento", tanto en su dimensi¨®n pol¨¦mica como econ¨®mica, carece por completo de la solidez argumental de la historia universal: esta fue una de las grandes falacias del concepto de George Bush Jr. de "guerra contra el terrorismo" (War on terror), como muestran una y otra vez las dificultades para encontrar salidas siquiera militarmente comprensibles a las invasiones de Afganist¨¢n e Irak.
Quiz¨¢ por ello el poder estatal tiene hoy serias dificultades para legitimarse ofreciendo protecci¨®n contra esos ataques de sentido difuso o contra los desastres econ¨®micos causados por las obligaciones que esos mismos Estados han contra¨ªdo con sus acreedores, obligaciones que anteceden y superan a las que tienen con sus ciudadanos contribuyentes. En consecuencia, las noticias que aparecen en los informativos bajo el r¨®tulo de "pol¨ªtica" son casi siempre historietas tan intrascendentes como previsibles que raramente superan el inter¨¦s de una querella de personalidades enfrentadas en un patio de vecinos provinciano.
La ¨²ltima evidencia de este decaer de los acontecimientos es la aparici¨®n, desde hace ya m¨¢s de una d¨¦cada, y por v¨ªa de anglicismo, del t¨¦rmino evento como sustituto de "acontecimiento", para designar una clase concreta de ficciones colectivas dise?adas espec¨ªfica y met¨®dicamente como espect¨¢culos, es decir, con la previa garant¨ªa de que en ellas nunca puede pasar nada. Es casi seguro que la organizaci¨®n de "grandes eventos" deriva del ¨¢mbito de la empresa privada: un "evento" es una suerte de espect¨¢culo privado que se monta para establecer o mejorar la imagen de una marca comercial, para aumentar la "fidelidad" de los clientes hacia un producto mercantil o de los empleados con respecto a su propia compa?¨ªa, siendo completamente indiferente tanto su contenido como su marco, con tal de que sean lo suficientemente vistosos. Pero ha conseguido exitosamente colonizar los espacios p¨²blicos ("la noche de los teatros", "la noche de los museos", "la noche de los investigadores", "la noche en blanco" y un interminable etc¨¦tera) en las grandes celebraciones conmemorativas, creando una ilusi¨®n de participaci¨®n colectiva y rellenando con su infinitamente inflada y fren¨¦tica proliferaci¨®n de actos la igualmente infinita vacuidad de acontecimientos pol¨ªticos de la vida p¨²blica. Sin ir a buscar m¨¢s lejos otros ejemplos sangrantes, la Jornada Mundial de la Juventud que, a falta de olimpiadas, se le viene encima a la ciudad de Madrid en estos d¨ªas, es un perfecto ejemplo de "gran evento": catequesis en polideportivos y auditorios, el Papa cruzando la Puerta de Alcal¨¢ en su Papam¨®vil, v¨ªa crucis con pasos de Semana Santa llegados de todos los rincones de Espa?a, actuaciones musicales combinadas con plegarias a la Virgen en el aer¨®dromo de Cuatro Vientos, carpas para adorar el sant¨ªsimo sacramento y encuentro del Santo Padre con los santos voluntarios en el Ifema, es decir, en el recinto madrile?o dedicado a las ferias y exposiciones comerciales.
Una mente suspicaz podr¨ªa incluso llegar a pensar que esta eventualizaci¨®n hinchada de su propio vac¨ªo que domina nuestro tiempo es una de las causas que impiden la incidencia de genuinos acontecimientos pol¨ªticos capaces, si no de escribir la historia, s¨ª al menos de interrumpir por un momento su par¨®dica e inacabable agon¨ªa.
Jos¨¦ Luis Pardo es fil¨®sofo
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