Puro Farruquito
El bailaor conmueve al p¨²blico de La Uni¨®n en su retorno a Las Minas
Regresaba Farruquito a La Uni¨®n despu¨¦s de muchos a?os, un escenario al que no ha dejado de acudir desde que su abuelo, el gran Farruco, lo sacaba en sus espect¨¢culos siendo un ni?o, aunque ya con gran desparpajo. Pero el Farruquito plenamente maduro que vimos en la tercera gala del Festival del Cante de las Minas la noche del pasado domingo es el mejor que hemos contemplado hasta hoy. Con cada renacer -pese a su juventud son muchos los a?os que lleva sobre las tablas-, el bailaor gitano se reinventa y supera.
En esta ocasi¨®n presentaba su ¨²ltimo espect¨¢culo, Puro, una sucesi¨®n de algunos de sus palos favoritos (ton¨¢s, buler¨ªas, sole¨¢) sin gui¨®n, sin una historia narrativa ni coreograf¨ªas colectivas. Ahora ni siquiera baila acompa?ado de su familia, es el ¨²nico bailaor sobre el escenario, y sobra para llenar algo m¨¢s de una intensa hora de baile. Breve pero magistral, aunque a algunos que contabilizan el arte al peso les pareciese poco.
"No soy amante de los juegos coreogr¨¢ficos", comentaba en unas declaraciones a EL PA?S, "me gusta improvisar, que cada vez el espect¨¢culo sea diferente". Y de hecho, para la ocasi¨®n, como gesto de cortes¨ªa, sus cantaores ofrecieron una serie de cantes mineros de buena factura: tarantos y cartageneras. Sin embargo, le gusta controlarlo todo: las luces, las entradas y salidas, el volumen del sonido... No deja detalle sin corregir, sin rectificar seg¨²n la experiencia del momento.
No hay en el panorama flamenco actual nadie que baile como Farruquito. Y cuando baila por sole¨¢ estamos ante una memorable obra de arte, un suceso inconmensurable -perm¨ªtaseme la aparente exageraci¨®n, que no lo es-, una verdadera joya, un raro licor, destilado por el tiempo, que se da muy de tarde en tarde.
Nadie utiliza los pies, los marcajes, como ¨¦l, con tanta rotundidad y sentido; y pese a ello, hasta que no cambia el ritmo por buler¨ªas en el pasaje final de la sole¨¢, no los mete en interminables escobillas ni una sola vez. Mantiene toda la estructura de su obra a trav¨¦s de lo que hasta hace unos a?os era lo cl¨¢sico del baile flamenco: las mudanzas, el paseo o castellana, los gestos contenidos y elegantes, firmes, juncales.
Siempre ha habido una parte de sobriedad en su sole¨¢, cuando aparec¨ªa desde un lateral para cruzar elegantemente todo el escenario. Ahora aparece entre los m¨²sicos, de manera frontal para el espectador, y recrea majestuosamente este baile sentido y concentrado. Todo es de una belleza extra?a, sin paliativos, que deja emocionalmente indefenso al p¨²blico. Luego, s¨ª, entran las buler¨ªas de despedida, y entonces los pies, los quiebros, las vueltas y saltos, marca de la casa, ponen vibrante y el¨¦ctrico t¨¦rmino a tan impresionante baile.
Hacia el final del espect¨¢culo Farruquito agradece al p¨²blico su respeto y cari?o, que le hacen "sentirse feliz" bailando. Un peque?o fin de fiesta y se va. Sin demagogia, sin aspavientos, sin desplantes f¨¢ciles. Farruquito ha vuelto. ?Qu¨¦ gran noticia para el arte!
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