Remedio contra la hambruna
Qui¨¦n supondr¨ªa, mientras degusta una sutil patata a la muselina, hecha pur¨¦ y dulcemente mezclada con mantequilla, huevos y nuez moscada, o cocida y vaciada, y rellena de cangrejos, y ba?ada en una salsa bechamel reforzada con sabores a marisco -en magistral f¨®rmula que toma su apelativo del famoso duque del mismo nombre- que pocos siglos antes la vulgar patata fuese pasto de los cerdos y de las m¨¢s humildes gentes, y que su falta -por grave y contagiosa enfermedad- supondr¨ªa una de las hambrunas mayores de las que se tiene recuerdo.
Sucedi¨® en la Irlanda de mediados del antepasado siglo, cuando la importancia alcanzada por el tub¨¦rculo para la alimentaci¨®n de algunas regiones de Europa era capital, nunca so?ada por aquellos que la trajeron casi como curiosidad desde su Am¨¦rica natal. La plaga de roya -el hongo Phytophthora infestans- se hizo presente y arruin¨® las cosechas en un momento en el que no exist¨ªan los cereales salvadores de anta?o. Fue la muerte y desolaci¨®n, ya que la poblaci¨®n disminuy¨® en m¨¢s de dos millones de personas.
Con su feo aspecto ha sido capaz de relevar al nabo alimenticio
Primero dicen que fue la colocasia, producto tropical de notables semejanzas -quiz¨¢s antecedente de la papa andina- de la que se proveyeron los peruanos desde tiempo inmemorial, y despu¨¦s ya el conocido tub¨¦rculo, el que por m¨¢s de siete mil a?os fue indispensable fuente de supervivencia: "La mitad de los indios no comen otra cosa", dec¨ªan los conquistadores hispanos cuando invadieron las altas tierras de los Andes.
Y es que la que lleg¨® a ser llamada trufa por nuestros antecesores ha salvado la vida a mil generaciones de la humanidad, con su feo aspecto y su mon¨®tono sabor ha sido capaz de relevar al todopoderoso nabo alimenticio de nuestro Medievo, a la imprescindible col que conform¨® el choucroute de los pueblos germ¨¢nicos hasta hace pocos siglos, y hasta al todopoderoso trigo cuando las cosechas del cereal as¨ª lo obligaban.
Cuarto producto en la producci¨®n mundial agr¨ªcola, no se hace noble y gastron¨®mico hasta que no cae en manos del Viejo Mundo, que lo sofistica hasta el primor despu¨¦s de haber desempe?ado su labor alimentaria. Pero antes tuvo que intervenir Antoine Parmentier, que sac¨® la patata del ostracismo que la hab¨ªa ocultado al mundo por el temor que inspiraba su consumo, ya que se consideraba producto venenoso. La preocupaci¨®n a mediados del siglo XVII por la alimentaci¨®n hab¨ªa propiciado por parte de la Academia de las Ciencias francesa un concurso con el sugestivo t¨ªtulo de: Para la b¨²squeda de una sustancia que pueda atenuar las calamidades de la hambruna, que fue ganado por el agr¨®nomo al que hacemos referencia, que lleg¨® a plantarlas en los terrenos que el rey le hab¨ªa concedido para sus experimentos, logrando de esta suerte el favor popular y el nobiliario. Los ej¨¦rcitos se alimentaron de patatas, imitando as¨ª a los campesinos, que las consum¨ªan a placer. Desde entonces, civiles y militares nos inflamos a comerlas.
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