El escritor sin l¨ªmites
Algunas veces la gente pregunta por el mejor escritor del mundo. No hay respuesta posible. ?Kafka, Cervantes, Shakespeare, Homero, Joyce? Cuando la pregunta se afina y te preguntan qui¨¦n es el escritor m¨¢s simp¨¢tico del mundo, el ¨²nico capaz de demostrar sincero desafecto por su propio texto, que por otra parte le cost¨® tanto, entonces la respuesta es luminosa, clara y ¨²nica. Ese hombre, ese escritor, esa persona, era Jorge Luis Borges. Soport¨® la broma, la iron¨ªa, el sarcasmo, la maledicencia, la envidia; cayeron sobre ¨¦l las plagas con las que se nutre el mundo literario de manera despiadada, y las soport¨® todas diciendo que ¨¦l era el otro; era el otro verdaderamente, no era otro, sino El Otro. Su espejo se fue deformando hasta alcanzar la pureza de un cristal en el que se miraba para ver a ese ente ajeno que le dictaba, como desde una maquinita que se parec¨ªa al Aleph, historias fant¨¢sticas que ten¨ªan que ver con la realidad y con el sue?o. En ¨¦l coincidi¨® un caleidoscopio de caracteres que ¨¦l ve¨ªa borrosos pero que en su pluma (en su voz: la voz era Borges) adquir¨ªan la nitidez de los cl¨¢sicos. Sus boutades, que muchas veces lo tuvieron a ¨¦l como ¨²nico contendiente, han pasado a la historia como elementos que tambi¨¦n se usaron en su contra. ?l se re¨ªa. Se re¨ªa siempre. De Borges, a quien vi una semana varias veces y nada m¨¢s, todo lo que s¨¦ de ¨¦l se parece a lo que viv¨ª esos d¨ªas, recuerdo sobre todo su risa, pero ante todo su voz, como un bajel sonoro, lleno de espuma burlona, siempre al borde de s¨ª mismo pero siempre interesado en el otro como materia prima de su erudici¨®n vast¨ªsima. Le pregunt¨® a mi mujer, que estaba con nosotros, de donde ven¨ªa; y cuando supo que ven¨ªa de la isla de Tenerife revolucion¨® su sistema de saber y fue inventando leyendas isle?as que cab¨ªan en su cabeza asombrosa; otra cosa fue cuando dio con los apellidos de los presentes, que en alguna faceta de sus respectivas historias hab¨ªan sido, como ¨¦l, acevedos o borges, y entonces ya domin¨® con sus ojos quietos pero clarividentes, risue?os, toda una teor¨ªa sobre el mundo como universo repetido que se va reproduciendo en espejos conc¨¦ntricos que al final ser¨¢n un espejo y nada m¨¢s. Un d¨ªa vi su lugar de trabajo como bibliotecario en la biblioteca Miguel Can¨¦, de Buenos Aires; un sitio en el que cab¨ªa ¨¦l, si acaso, y de perfil; como Cort¨¢zar, Borges, que a¨²n ve¨ªa, escrib¨ªa ante la pared y ya era famoso... en Francia; un d¨ªa le vino un compa?ero a ense?arle la rara anomal¨ªa de que su nombre estuviera en una enciclopedia editada en Par¨ªs. Y Borges comprendi¨® el estupor del funcionario as¨ª que coligi¨® con ¨¦l que seguramente ese nombre era, tambi¨¦n, el nombre del Otro. Pues en esa biblioteca donde curti¨® sus ojos mientras estos le devolvieron palabras escritas, Borges se sinti¨® en el para¨ªso. El para¨ªso para ¨¦l era la escritura, el sue?o, el mundo partido milagrosamente en dos, y ¨¦l en medio surcando oc¨¦anos como fantas¨ªas. A veces le dec¨ªan: "Borges, ?qu¨¦ quiere que quede de usted?". Y ¨¦l dec¨ªa: "Nada". Pero como le insist¨ªan explicaba que con una l¨ªnea ya hubiera bastado. Y una vez fueron a verle unos anglosajones con un prop¨®sito que a ¨¦l le abri¨® un abismo: que les dictara una autobiograf¨ªa. Pocos vieron a Borges decir No, y no dijo no. En alg¨²n momento de ese excurso autobiogr¨¢fico explic¨® que un texto as¨ª solo deber¨ªa tener 64 p¨¢ginas; ahora no recuerdo porque dijo ese n¨²mero, pero en la edici¨®n del Ateneo en la que le¨ª por primera vez esa autobiograf¨ªa esa declaraci¨®n precisa cay¨® justamente en la p¨¢gina 64. Borges en estado puro, el azar, el amor al azar. Inabarcable Borges, el escritor sin l¨ªmites, el escritor m¨¢s simp¨¢tico que he conocido.
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