Para construir vocaciones
Fue Her¨®doto un aclamado historiador que vivi¨® en la Grecia cl¨¢sica en los tiempos del siglo V antes de nuestra era. Viaj¨® por el mundo conocido, y fruto de estas visitas resultaron los escritos sobre los pueblos que conoci¨®, entre los cuales se encuentra Egipto. All¨ª admir¨® las pir¨¢mides, construidas muchos siglos antes, cuando los faraones eran los amos del mundo, hasta que lleg¨® Cleopatra y con ella - y Julio C¨¦sar- el imperio decay¨®.
Pues bien, Herodoto, que era solvente investigador, indag¨® sobre la citada construcci¨®n, quienes las hab¨ªan hecho, qu¨¦ hab¨ªan comido y cu¨¢nto hab¨ªa costado la habilitaci¨®n de semejante tropa. El resultado fue inesperado: los trabajadores de empe?o tan colosal hab¨ªan subsistido con r¨¢banos, cebollas y ajos, que les daban el necesario vigor. En esas sutilezas palatales, el fara¨®n Keops hab¨ªa gastado la nada m¨®dica cantidad de mil setecientos talentos de plata, cifra que calculamos equivaldr¨ªa hoy a m¨¢s de cuarenta y cuatro millones de euros, lo cual nos indica la cotizaci¨®n del ajo en la antig¨¹edad.
El fara¨®n Keops gast¨®, al cambio, 44 millones de euros en comprar ajo
A m¨¢s de un euro el kilo se cotiza actualmente el morado de Las Pedro?eras, cima de la calidad aunque no de la cantidad, que en eso los chinos nos abruman con m¨¢s de doce millones de toneladas al a?o.
Los chinos los comen envueltos en los rollitos y guarneciendo y combinando los patos y dem¨¢s ambros¨ªas de las que tienen costumbre, aunque para nuestro gusto queden sutiles, acostumbrados como estamos a los raciales y fuertes sabores que nos brinda perlas de nuestra m¨¢s cl¨¢sica y humilde gastronom¨ªa.
Para comenzar unas sopas de ajo, llamada as¨ª porque en su contenido brilla la familia ali¨®idea, del g¨¦nero allium, sobre todos los dem¨¢s. Las verdaderas sopas de ese nombre se caracterizaban por la simpleza de su concepci¨®n, que se resum¨ªa en el fruto frito y algo requemado, que daba sabor al agua que los coc¨ªa y por tanto al pan que anegaban. Y fin.
Con estos sabrosos mimbres se construyeron vocaciones, aunque no pir¨¢mides, y los conventos se llenaban de olor al sempiterno ajo nada m¨¢s el d¨ªa se hac¨ªa presente. Pero claro, el af¨¢n de superar lo conocido llega a todas partes, y ahora es costumbre que el caldo contenga trazas de jam¨®n, que el pan sea hecho ex profeso a tal fin culinario, y que hasta se a?adan al servir la colaci¨®n de algunos huevos, que se pochen en la mezcla y le confieran las calor¨ªas que desconoc¨ªa.
Y despu¨¦s el ajoblanco, el all i oli, el pesto, la salsa que llaman "a la espalda", y ese infame manjar compuesto con aceite y perejil que cubre, en los bares de este nuestro mundo, cualquier sepia a la plancha que se precie.
Elemento imprescindible de nuestra cultura, logra estar presente en todas las salsas, comenzando por el inevitable sofrito que proporcionar¨¢ sabor a guisos y m¨¢s guisos, y continuando con toda suerte de especialidades locales y provinciales, de las que pueden servir como inmejorables ejemplos el ajoarriero, el atascaburras, las gambas y las angulas. Sin ir mas lejos.
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