Las estatuas tambi¨¦n mueren
John F. Kennedy dijo en cierta ocasi¨®n que "la gran enemiga de la verdad no es la mentira, premeditada, efectista y deshonesta, sino el mito, persistente, persuasivo e ilusorio". Quiz¨¢s Fidel Castro, que hoy cumple 85 a?os, sonr¨ªa satisfecho al recordar las palabras del presidente de Estados Unidos, porque se adaptan como un guante a su figura y a su obra.
Fidel Castro es una leyenda viva. No tuvo que morir, como el Che Guevara, para convertirse en mito. Lo fue desde el principio, desde que Herbert Matthews, prestigioso periodista del diario The New York Times, lo entrevist¨® en 1957 en la Sierra Maestra. Seg¨²n Anthony de Palma, tambi¨¦n del The New York Times, fue Herbert Matthews quien "invent¨®" a Fidel Castro. Matthews se dej¨® engatusar por la "maravillosa elocuencia" y la "personalidad arrolladora" de quien dijo que quer¨ªa "restaurar la Constituci¨®n violada por Batista mediante el golpe de Estado de 1952" y devolver a los cubanos "el principio democr¨¢tico de elegir a sus propios dirigentes".
El mito de Fidel Castro permanece. Quiz¨¢ le llegue la desmitificaci¨®n tras la muerte
Dado por muerto despu¨¦s del desembarco del Granma, Fidel Castro pudo demostrar, gracias a Matthews, que estaba vivo, y difundir su ideario, apenas conocido dentro y fuera del pa¨ªs por la f¨¦rrea censura de prensa impuesta por el Gobierno cubano a los medios locales y corresponsales extranjeros.
La imagen idealizada que Herbert Matthews dio de Fidel Castro y la brutalidad de la represi¨®n del Ej¨¦rcito y la polic¨ªa contra los alzados y dem¨¢s grupos opositores, contribuyeron a que el presidente estadounidense Dwigt D. Eisenhower retirara su apoyo a Batista facilitando el triunfo de los insurgentes. "Sin su ayuda y sin el apoyo de The New York Times, la revoluci¨®n de Cuba no habr¨ªa sido posible", confes¨® Castro a Matthews durante la visita que realiz¨® a las instalaciones del peri¨®dico, en Nueva York, en abril de 1959.
Fidel Castro, como Ulises, ha hecho un largo viaje, pero como los lot¨®fagos, los comedores de loto de La Odisea, el anciano guerrillero parece haber perdido la memoria y olvidado su pasado. Solo en los sue?os est¨¢ trazado el mapa del mundo imaginable. Y en los sue?os de Fidel Castro hay un pa¨ªs de Nunca Jam¨¢s. "La vida real", dice Gast¨®n Bachelard, "se siente mejor si le concedemos sus merecidas vacaciones de irrealidad".
Los discursos y "reflexiones" de Fidel Castro, sobre todo en los ¨²ltimos a?os, cuando la dura realidad no admit¨ªa mistificaciones, son el reflejo de su narcisismo, la imagen de s¨ª mismo idealizada, el bello retrato de una utop¨ªa. Cuba era el mundo feliz que so?aba. Sus palabras, como el aceite, no dejaban asomar a la superficie a un pueblo obligado a soportar todo tipo de carencias por un numantinismo in¨²til. Los soldados del imperio nunca llegaron a Cuba, pero Fidel Castro los esper¨® siempre. Cambi¨® la mantequilla por ca?ones y en su delirio crey¨® que los cubanos ataban a los perros con longanizas.
Hasta que lleg¨® Ra¨²l Castro, el hermano peque?o, el eterno segund¨®n. Para evitar que el h¨¦roe se ahogara en el espejo de tanto mirarse, lanz¨® la piedra que rompi¨® el hechizo. La realidad apareci¨® entonces tal cual era, sin ropajes, desgre?ada, fea.
Ra¨²l Castro se la mostr¨® a los cubanos, pero no hab¨ªa en ¨¦l arrepentimiento, como si no tuviera responsabilidad alguna en lo que estaba sucediendo en el pa¨ªs. Expuls¨® a los cubanos del Para¨ªso sin que hubieran probado nunca la fruta prohibida. Como Savonarola, Ra¨²l Castro organiz¨® una peculiar "quema de vanidades" y predic¨® contra el despilfarro. Enarbol¨® la bandera del "ahorro o muerte" en sustituci¨®n del "patria o muerte" para acabar con los "vicios del paternalismo" de una sociedad acostumbrada, seg¨²n ¨¦l, "a recibir todo sin dar nada a cambio".
A partir de esa premisa se estableci¨® un nuevo contrato. Los cubanos tendr¨ªan que ganar con el sudor de su frente lo que hasta entonces eran, seg¨²n Ra¨²l Castro, "gratuidades y millonarios subsidios". El Estado-patr¨®n inici¨® el desmantelamiento del entramado social que impuso a los cubanos en contra de su voluntad y les impeli¨® a que hicieran lo que hasta entonces ten¨ªan prohibido: trabajar por cuenta propia, liberarse de la tutela obligada del Gobierno. En lugar de depender del Estado, pagar¨ªan impuestos al Estado, le liberar¨ªan de la pesada carga del paternalismo.
Pero reforma no significa demolici¨®n. El tinglado se mantiene en pie pese a las riostras que lo apuntalan, como los viejos edificios de La Habana. Lo esencial es visible a los ojos. La dictadura sigue intacta. La represi¨®n no cesa. Sin embargo, el mito permanece, persistente, persuasivo e ilusorio.
Herbert Matthews qued¨® fascinado por las "ideas de libertad, democracia y justicia social" de Fidel Castro. Seguramente hoy mirar¨ªa con otros ojos al viejo l¨ªder, no por haber traicionado promesas en las que nunca crey¨®, sino por aceptar que el pragmatismo de su hermano traicione su propia obra. Aun as¨ª, el mito permanece, aunque quiz¨¢s, a diferencia del Che Guevara, glorificado despu¨¦s de muerto, a Fidel Castro le llegue la desmitificaci¨®n en la hora de la muerte.
Vicente Bot¨ªn, excorresponsal de TVE en Cuba, es autor de Los funerales de Castro y Ra¨²l Castro: La pulga que cabalg¨® al tigre.
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