Acechan bajo las olas
Fui corriendo a ver la gran tortuga varada en la playa. Efectivamente, el mar hab¨ªa vomitado sobre la arena una de sus extravagantes maravillas. Bajo el cielo luminoso y el agua destellante de Formentera la criatura parec¨ªa absolutamente fuera de lugar y ofrec¨ªa una estampa tan fascinante como triste: a ver, estaba muerta. Y bien muerta: al acercarme un hedor a pescado podrido llen¨® mis fosas nasales. Era enorme y se descompon¨ªa con expresi¨®n de reconcentrada melancol¨ªa bajo el peso de su oscuro caparaz¨®n. Un percebe hab¨ªa hallado asiento en su aleta delantera derecha y un cangrejo ah¨ªto medraba sobre su piel arrugada y fantasmag¨®ricamen-te p¨¢lida.
Qu¨¦ lugar extra?o es el mundo, reflexion¨¦ abismado en la observaci¨®n de ese ser de las profundidades que bien podr¨ªa haber sido una sirena o un marino ahogado en el estrecho de la Sonda enviado para dinamitar la monoton¨ªa de un d¨ªa de vacaciones. Esto suced¨ªa cerca de Sa Platgeta, a tiro de piedra del chiringuito de la Denis y no muy lejos del Gecko, donde la gente se alineaba en hamacas de playa sobre una hierba imposible para otear con mirada perdida el horizonte como en aquel ¨®leo de Hopper, People in the sun.
Un mero puede tragarse a un hombre adulto, hay salmonetes alucin¨®genos y un tipo de lamprea que te busca los peores orificios para comerte desde dentro
Me asom¨¦ al ojo vidrioso de la tortuga y escudri?¨¦ los inacabables secretos del oc¨¦ano. Vi medusas, tiburones, buzos, pecios y submarinos. Me estremec¨ª. Me invadi¨® el viejo inter¨¦s morboso por las cosas raras y peligrosas del mar y la inveterada obsesi¨®n por la muerte que me llev¨® en la ni?ez a enterrar y desenterrar sucesivamente gatos para ver c¨®mo se transformaban a peor.
El c¨ªrculo de curiosos se hab¨ªa reducido desde mi llegada y ya est¨¢bamos solos un t¨¦cnico municipal avisado para investigar el hallazgo y yo. ?l midi¨® la tortuga, le dio la vuelta con gesto profesional y agitando la cabeza se quit¨® los guantes de goma con un ominoso ?slap! de resonancias forenses: CSI Formentera. Trat¨¦ de parecer alguien serio, lo que no era f¨¢cil con los viejos tejanos cortados, el pareo enrollado a la cintura en plan capit¨¢n Sparrow, las pulseritas, el pelo entreverado de posidonias y el gorro deste?ido adornado con una cola de lir¨®n arrancada a un roedor atropellado. Al menos no iba desnudo. El investigador me mir¨® de arriba abajo con suspicacia intentando establecer mi nacionalidad o al menos si hab¨ªa bebido muchas hierbas: no pareci¨® llegar a ninguna conclusi¨®n tranquilizadora. Le pregunt¨¦ por el sexo de la tortuga. No estaba claro. Era un ejemplar adulto, sin causa aparente de muerte. Ni heridas, ni anzuelos. Llevaba tiempo muerta, la epidermis se hab¨ªa desprendido y el caparaz¨®n estaba desgastado. Nos quedamos en silencio mirando el cuerpo y componiendo una extra?a pareja: Robinson y Viernes, Pr¨®spero y Calib¨¢n. Para romper el hielo le habl¨¦ del delf¨ªn que encontramos muerto hace unos a?os. ?l gan¨® por elevaci¨®n: un cachalote en Illetes, en invierno. "Eres periodista, ?verdad?", me espet¨® entonces. "No te puedo hacer ninguna declaraci¨®n oficial, has de hablar con el servicio de prensa del departamento". Me sorprendi¨®, porque yo no parec¨ªa un periodista, ni siquiera de cultura, y porque la muerte de una tortuga en Mit-jorn no parec¨ªa un asunto que precisara de secretismo gubernamental.
El t¨¦cnico se march¨® sin darme la espalda y sin decirme su nombre. Peor para ¨¦l, se qued¨® sin saber que Evelio P. y sus hijos hab¨ªan hallado en el Cam¨ª Vell de la Mola en bici -lo que da de s¨ª la bici- una cr¨ªa de alcarav¨¢n, el raro lim¨ªcola de grandes ojos amarillos que en Baleares denominan sebel¡¤l¨ª y del que se cuenta que incuba los huevos con la mirada, de tan intensa; el sebel¡¤l¨ª, no Evelio. Tras estar seguro de que el estricto funcionario se hab¨ªa marchado y arrancarle un trocito de piel a la tortuga para mi saquito de reliquias permanec¨ª largo rato sentado junto al cuerpo tratando de escuchar su mensaje. Me gusta nadar en el mar, pero ese placer sensual y luminoso encuentra su exacto contrapunto en el insano inter¨¦s que me inspiran los aspectos siniestros, inauditos, estrafalarios y monstruosos de las aguas. Mundo abigarrado, asombroso, peligroso, viscoso y promiscuo -baste con decir que los meros cambian de sexo, los percebes est¨¢n mejor dotados que la mayor¨ªa de nosotros (??), las hembras de sepia son unas viva la vida que pueden aparearse cada d¨ªa 17 veces con hasta ocho parejas diferentes-, el que duerme bajo las olas es un reino rico en sorpresas.
He le¨ªdo estos d¨ªas, escamado, la apasionante monograf¨ªa sobre el julesverniano calamar gigante, el Architeuthis, de hasta ?22 metros!, obra de los bi¨®logos del CSIC ?ngel Guerra y ?ngel F. Gonz¨¢lez (Libros de la Catarata, 2009), y no bajaba a la playa sin mi imprescindible Gu¨ªa de animales marinos peligrosos, de Bergbauer, Myers y Kirschner (Omega, 2009), tan profusamente documentada e ilustrada que tras ojearla meterte en el agua, incluso con ba?ador, se convierte en un prodigioso acto de valent¨ªa o de inconsciencia. ?Por Neptuno, cu¨¢ntos bichos letales! Como muchos de ustedes estar¨¢n en el litoral al leer estas l¨ªneas no dudo en trasladarles algunas de las recomendaciones de los se?ores Bergbauer et al.: no toque nada que no conozca -esto vale tambi¨¦n, inicialmente, para las discotecas-, ba?arse de noche conlleva un riesgo mayor; en las zonas arenosas de la playa camine arrastrando los pies, no provoque a animales venenosos y peligrosos, no los acorrale ni intente capturarlos, y si va a saltar al agua desde la barca, primero f¨ªjese bien en qu¨¦ hay en el agua (!). El dec¨¢logo acaba con un "lleve siempre zapatos" algo desconcertante pero que ah¨ª queda.
El manual, cat¨¢logo de la turbadora y barroca imaginaci¨®n del sumo Hacedor, advierte y recomienda acciones a seguir ante percances con rayas l¨¢tigo (como la que mat¨® al a?orado Steve Irwin, el cazador de cocodrilos australiano, que parece -el v¨ªdeo, dicen, ha sido destruido- que aceler¨® su muerte arranc¨¢ndose del pecho la espina y desangr¨¢ndose), bagres, peces ara?a, morenas, erizos, esponjas de fuego, an¨¦monas, un insidioso pescado fugu (Spheroides oblongus) que ataca directamente a los genitales, cubomedusas -el animal m¨¢s venenoso del mundo-, conos y peces escorpi¨®n, como el inefable pez piedra que te mata entre atroces e inenarrables sufrimientos: las v¨ªctimas enloquecidas tratan incluso de morder a los que intentan ayudarlos. En Dangerous to man (Pelican, 1978), libro de cabecera, Roger Caras explica casos de picados por el pez que se amputaron un miembro o lo metieron en el fuego para aliviar el insoportable dolor. Para qu¨¦ les voy a hablar de los tiburones o las barracudas. Santi, un amigo ind¨®mito que bucea con botellas, vio una estos d¨ªas en Punta Rasa...
He le¨ªdo con aprensi¨®n que un mero puede tragarse a un hombre adulto, y con estupefacci¨®n que hay salmonetes alucin¨®genos -estos interesar¨ªan a los viejos jipis de la Mola-, a los que en las Tuamotu denominan gr¨¢ficamente weke-pahulu (salmonete pesadilla). Existe un tipo de lamprea que te busca los peores orificios para introducirse y comerte desde dentro. Entre los cefal¨®po-dos, la palma se la lleva el simp¨¢tico pulpito de anillos azules, cuya tetrodotoxina -en las gl¨¢ndulas salivares- te deja frito en un par de horas. Ya ven que es hablar de espantos marinos y me entra la carrerilla.
Pero el verdadero monstruo del mar, el aut¨¦ntico Kraken, me esperaba para volver a casa y era, como el Nautilus, obra del hombre: el ferry de Balearia Visemar One, de los astilleros Visentini Cantieri Navale. Cinco horas de retraso, aguardando a pleno sol en un muelle alejado y desierto de Ibiza, sin agua ni auxilio -informaci¨®n ya ni te digo-. Carec¨ªa el suntuoso bajel de pasarela para los pasajeros que tuvieron que subir por la rampa de veh¨ªculos, como secuestrados por Septiembre Negro, en un bus dispuesto al efecto. A bordo, luego, unas instalaciones dignas del Exodus y m¨¢s propias de la sentina de un corsario de alta mar nazi que de un buque de pasajeros -hab¨ªa que ver la pugna para conseguir acomodaci¨®n (!) en la min¨²scula cafeter¨ªa-, y una demora que ni el Holand¨¦s errante...
Sentado en cubierta, expuesto a los elementos en una fiesta salvaje de sol, espuma, viento y Conrad, me di cuenta de que la vieja tortuga boba viajaba conmigo. Estaba algo m¨¢s ajada tras tantos d¨ªas en la playa, como yo, pero segu¨ªa habiendo una magia poderosa en su mirada muerta y no pude reprimir un escalofr¨ªo cuando al acercar el o¨ªdo al pico de su boca la escuch¨¦ musitar con h¨¢lito de antiguo profeta una terrible advertencia: "Y Dios ten¨ªa preparado un gran pez para tragarse a Jon¨¢s...".
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