Los presos que Franco almacen¨® en Oia
El deterioro del monasterio pontevedr¨¦s compromete la memoria de un tesoro arquitect¨®nico que fue campo de concentraci¨®n durante la Guerra Civil
Cuando las cunetas comenzaron a aparecer te?idas de injusticia, Eduardo P¨¦rez M¨ªguez acababa de estrenar la decena. Hasta entonces, los recuerdos de su infancia hab¨ªan jugueteado en el anonimato de las tardes de rayuela y canicas. Pero la Guerra Civil le hizo enfrentarse a los infiernos cuando a¨²n vest¨ªa dientes de leche. La que fuera villa de privilegios reales y milagros redentores, coto vacacional de los Alfonsos y Fernandos de las Cortes castellanas, hab¨ªa pasado a formar parte de la familia cartogr¨¢fica de la represi¨®n fascista.
Entre los muros del monasterio de Oia, Eduardo pas¨® de monaguillo a sacrist¨¢n, para luego convertirse en testigo de los horrores acontecidos tras su transformaci¨®n en presidio entre 1937 y 1939. Ahora, a sus 84 a?os, quisiera no recordar. Pero no puede olvidarlo.
El cenobio lleg¨® a albergar a 3.500 presos hacinados en las viejas celdas
"Estoy obsesionado con este lugar", confiesa Eduardo, antiguo sacrtist¨¢n
La mayor parte de los 3.500 prisioneros proced¨ªan del Frente de Catalu?a
Nadie ha reclamado los restos de los fallecidos, olvidados en el osario parroquial
Cuando el 20 de febrero de 1939 fondeaba en Baiona un vapor con 2.000 prisioneros capturados en el frente de Catalu?a, en la sacrist¨ªa del cenobio de Oia se discut¨ªa sobre socialismo. En intensas conversaciones con don Claudio, "que adem¨¢s de ser cura, era tambi¨¦n un hombre", Eduardo empez¨® a abrazar unas convicciones no muy distintas de los que, api?ados en camiones procedentes del puerto baion¨¦s, eran encerrados en las dependencias del monasterio.
Por ellas se internaba el sacrist¨¢n tres veces al d¨ªa. En cada una de sus visitas, cargaba sus humildes bolsillos con trozos de pan para repartir entre los presos. Su llegada provocaba un alboroto de alegr¨ªa entre la rutina del hambre y el fr¨ªo. Desde las celdas, los reos extend¨ªan sus manos al paso de Eduardo. "El peque es amigo", dec¨ªan. Pero los chuscos no alcanzaban para todos y el sacrist¨¢n sufr¨ªa con la suerte de los que no recib¨ªan nada. Los remordimientos lo invitaban a cortar por lo sano. El p¨¢rroco le hizo razonar. "?Por qu¨¦ vas a dejar de llevar el pan? Mejor a uno que a ninguno. No les puedes dar a todos, son 3.500 los hombres que hay ah¨ª".
El hacinamiento era de tales proporciones que semejaba que los mandos militares calculaban en cent¨ªmetros el ancho que pod¨ªa ocupar cada preso. En cada una de las angostas celdas que rodean al claustro, otrora ocupadas por h¨¢bitos negros adoradores de lo divino, ahora apuntaladas y carcomidas por el descuido, los cuerpos de los republicanos formaban figuras retorcidas, casi cubistas, distorsion¨¢ndose las fronteras entre las distintas almas. Respirar casi requer¨ªa fuerza de voluntad.
Especialmente entre los meses de febrero y abril de 1939, cuando el mando del campo de concentraci¨®n correspond¨ªa al capit¨¢n Maximino P¨¦rez Varela. Bautizado por los presos como Capit¨¢n Casta?a, el m¨ªsero r¨¦gimen alimentario al que los somet¨ªa llev¨® a la tumba a 20 de los 24 fallecidos que durante esta etapa aparecen recogidos en el Registro Civil de Oia.
"Vi hacer cientos de veces la comida, si es que se le puede llamar as¨ª. Aquello era agua negra. Al que le tocaba una casta?a pilonga era feliz". Eduardo recuerda como los cautivos aprovechaban la bajamar para llevarse a la boca la limosna que el Atl¨¢ntico depositaba en la antigua camboa, instalada por los monjes en la ensenada. "Cuando los prisioneros se fueron, no qued¨® un solo cangrejo, un solo centollo, una sola alga". A muchos la disenter¨ªa los maltrat¨® con m¨¢s virulencia que los propios soldados.
En Oia ning¨²n preso muri¨® en el pared¨®n. Su funci¨®n en el entramado penitenciario del franquismo era otra: ser la antesala de la muerte, el almac¨¦n donde hacinar a los enemigos de la patria hasta que los sumar¨ªsimos dictaran arbitraria sentencia. Clasificados en cuatro categor¨ªas seg¨²n el alcance de su delictivo compromiso con la Rep¨²blica, el sambenito con el que los presos eran etiquetados decid¨ªa el destino de su calvario.
Los m¨¢s afortunados vend¨ªan su esperanza al ansiado "alabado sea Dios": la llegada de documentos o la peregrinaci¨®n de familiares que acreditaran su condici¨®n de afectos al Movimiento. Escuchar el nombre propio resonando a trav¨¦s del altavoz del campamento era se?al de que los avales hab¨ªan llegado. Pero para algunos, como Juan Itarch Pascual, el tiempo jug¨® en su contra. Eduardo a¨²n visualiza como horas despu¨¦s de que el joven hubiera fallecido, sus padres entregaban a los responsables del campamento los papeles para sacarlo all¨ª. Cuando les comunicaron que su hijo hab¨ªa muerto de hambre no pod¨ªan comprenderlo. Hab¨ªa sido empleado de banca "y ten¨ªa dinero para comerse una gallina diaria".
Para los que la muerte no era la peor de las posibilidades si no su inminente futuro se reservaban 12 kil¨®metros de caminata hasta el vecino campo de concentraci¨®n de Camposancos, donde el ciclo represivo llegaba a su fin. Hasta el memorial que en el cementerio de A Guarda se cre¨® en honor de los 300 republicanos all¨ª ejecutados se acerca muy habitualmente Eduardo. "Hay algo all¨ª que me llama y me atrae. Es una obsesi¨®n que tengo. Aunque no s¨¦ si conozco a los all¨ª enterrados, sabiendo las miserias que vi, imagino lo que pudieron sufrir all¨ª".
En Oia no tiene manera de rendirles digno homenaje. El olvido sobre lo all¨ª ocurrido crece como las hierbas que cubren el osario parroquial, donde los restos de los presos fallecidos esperan identificaci¨®n. Pero en el monasterio las paredes a¨²n hablan. Y cuentan lo que en los archivos hist¨®ricos no se puede encontrar. A l¨¢piz y muchas veces reflejando verdadero talento art¨ªstico, los prisioneros plasmaron su presencia sobre los tabiques que los encerraban. Alguna de las inscripciones tiene la firma de Juan Salvador Castell¨¢. Quiz¨¢ en unos d¨ªas, cuando vuelva a Oia como cada verano, pueda reencontrarse con Eduardo. Porque aunque ninguno recuerde el nombre del otro, compartieron las desgracias de aquella c¨¢rcel de cuando la propia Espa?a era una inmensa prisi¨®n.
Un patrimonio que agoniza
Una larga lista de singularidades engrosa el invaluable curr¨ªculo del cenobio oiense: miembro de la Carta Europea de Abad¨ªas Cistercienses, monumento hist¨®rico-art¨ªstico de inter¨¦s nacional desde 1931 o ¨²nico monasterio de la Orden del C¨ªster en la pen¨ªnsula situado a orillas del mar. Y, sin embargo, la joya monumental de Santa Mar¨ªa de Oia se cae a pedazos.
Aunque su deterioro se ha ido fraguando desde que la desamortizaci¨®n de Mendiz¨¢bal lo convirtiera en bien adquirible por manos privadas, ha sido en la ¨²ltima d¨¦cada cuando el peso de sus ocho siglos de historia ha comenzado a coquetear con la decadencia.
A pesar de ser comprado en 2004 por la empresa Vasco Gallega de Consignaciones, que anunci¨® la rehabilitaci¨®n del edificio y su transformaci¨®n en un complejo hotelero de cuatro estrellas, la falta de entendimiento entre el grupo propietario y el Ayuntamiento de Oia ha impedido la puesta en marcha del proyecto. Seis a?os no han sido suficientes para que el inmueble cuente con los permisos requeridos para que las obras puedan iniciarse.
Desde el despacho de la consignataria aseguran que ser¨¢ finalmente este mes de agosto cuando el pleno municipal de Oia debata la aprobaci¨®n del ¨¢mbito de actuaci¨®n y la conexi¨®n del monasterio con el suministro de agua, necesarios para obtener el certificado de habitabilidad, ¨²ltimos obst¨¢culos a salvar. Sin embargo, el alcade de la localidad, el popular Alejandro Mart¨ªnez, lo niega y asegura que el problema es que "la empresa a¨²n no ha presentado el proyecto" y que, por tanto, "el Ayuntamiento no puede hacer nada". Mientras, entre acusaciones y desmentidos, el abandono merece el calificativo de vergonzoso. Goteras y humedad amenazan a las inscripciones y dibujos que el l¨¢piz de los presos ha mantenido 75 a?os. Paredes y techos apuntalados anuncian inminentes desplomes. Juan Manuel Cabano, presidente de la Asociaci¨®n de Amigos do Mosteiro de Oia, lo admite: "Hoy el monasterio es una ruina semi-visitable".
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