El soberano en pelotas
robert Rodriguez, ese director de cine que siempre luce sombrero tejano, anda por ah¨ª -seg¨²n dicen- explorando la cuarta dimensi¨®n. Tampoco es que el asunto tenga nada de nuevo, en Corea del Sur llevan un par de a?os a?adi¨¦ndole artilugios al patio de butacas para que cuando el espectador ve una explosi¨®n en pantalla su asiento experimente una sensaci¨®n semejante, lo que sumado al tradicional 3D le da m¨¢s envite a la experiencia. O eso dicen.
El propio James Cameron envi¨® un par de emisarios al pa¨ªs para que le echaran un vistazo al asunto y parece que no les disgust¨® lo que vieron. Pero volvamos a Rodriguez, que al parecer quiere que eso del 4D tenga un toque cl¨¢sico, casi como una reedici¨®n de aquello tan legendario que William Castle, un hombre orquesta del mundo del cine, puso de moda en los a?os sesenta y que llam¨® Smell-O-Vision. La cosa consist¨ªa en entregar a la audiencia un cartoncito que deb¨ªan rascar en determinados momentos del filme durante la proyecci¨®n y que ol¨ªa (en teor¨ªa) como la escena que en aquel instante se ve¨ªa en la gran pantalla. John Waters repiti¨® experimento con prop¨®sitos algo m¨¢s perversos tal y como habr¨¢n deducido aquellos m¨¢s familiarizados con la carrera del director.
En cualquier caso Rodriguez va a ir un paso m¨¢s all¨¢ con el estreno hoy mismo en EE UU de la ¨²ltima entrega de su saga m¨¢s c¨¦lebre y provechosa, llamada Spy Kids: All the time in the world in 4D. Al espectador, previo pago de la entrada, le entregar¨¢n un kit de Aroma-Scope (ya se sabe, uno le cambia el nombre a lo de siempre y hasta parece que se ha inventado algo: qu¨¦ bonito es el marketing) y eso ser¨¢, b¨¢sicamente, la cuarta dimensi¨®n de Rodriguez.
A nadie deber¨ªa extra?arle que iniciativas por el estilo surjan como moscas. Ya no se trata tanto de explorar nuevas maneras de ver el cine, m¨¢s bien es un experimento financiero: si la masa est¨¢ dispuesta a pagar un 20% m¨¢s por ver una pel¨ªcula oscura con tal de que se puedan poner unas gafas (lo de la luz de los proyectores cuando se trata de un visionado en 3D empieza a ser de juzgado de guardia) por qu¨¦ no explorar nuevos m¨¦todos de tocarles la cartera. As¨ª el 4D podr¨ªa ser un 10% m¨¢s caro que el 3D y todos tan contentos. De hecho no deber¨ªamos dejarlo aqu¨ª: ?por qu¨¦ no a?adir una quinta dimensi¨®n?, a m¨ª no se me ocurre nada, pero con una buena previsi¨®n de ganancias a corto y medio plazo seguro que me espabilo.
Lo malo de todo esto es que mientras que al otro lado del Atl¨¢ntico ya se han dado cuenta de que el 3D es -en la mayor¨ªa de casos- una excusa para sacarles los cuartos, en Europa seguimos empe?ados en creernos que es la panacea del nuevo cine y hacemos cola para las benditas gafas. Luego, cuando llevamos una hora pregunt¨¢ndonos d¨®nde demonios est¨¢ la tercera dimensi¨®n es tarde para volver a reclamar el dinero.
Todo forma parte de nuestra vulnerabilidad ante la inmensa maquinaria industrial que devora al cine: algo malo est¨¢ pasando si de repente un se?or con sombrero nos vende un cartoncito que huele a vaya-usted-a-saber-qu¨¦, lo bautiza 4D y no solo nos quedamos tan anchos si no que hasta nos parece la mar de cool. Antes sol¨ªan llamar a estas cosas por su nombre, ya no. De hecho, cada d¨ªa nos parecemos m¨¢s a aquel soberano del cuento que andaba por ah¨ª en pelotas convencido de que era el m¨¢s moderno del reino.
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