?Qu¨¦ orgullosos estamos todos y de todo!
El perd¨®n que se ha permitido otorgar a las abortistas durante el viaje del Papa Benedicto XVI muestra una utilizaci¨®n de las medidas punitivas por parte de la Iglesia de una frivolidad que resulta sorprendente.
Lamenta Jos¨¦ K. tantas y tantas cosas! Por ejemplo: no ser l¨ªder de la oposici¨®n, si bien ya se entiende que en cualquier pa¨ªs democr¨¢tico, que tampoco es cosa de mostrar el desnudo pecho en Damasco. Tiene que ser muy reconfortante desplazarse desde el habitual lugar de veraneo, que si paseos, que si la familia, hasta la primera villa a mano donde se celebren fiestas del lugar, que siempre hay fiestas del lugar, como todo espa?ol sabe, y all¨ª, pulpo, lech¨®n, corderillo o similar muestra gastron¨®mica de la tierra en mano espetarle con orgullo al contrincante: "?A ver, zagal, si trabajamos, que ya est¨¢ bien de holganzas, incendiado el pa¨ªs -qu¨¦ digo el pa¨ªs, el mundo entero- como lo tenemos!". Dicho lo cual, de vuelta tan ricamente a la sombra de la higuera.
Ha llamado la atenci¨®n el dise?o moderno y aerodin¨¢mico de los confesionarios del Retiro
Es posible imaginar a Adolf Hitler santificado en el b¨²nker dos segundos antes del tiro
Y es que no hay nada, se dice Jos¨¦ K. como desvestirse de complejos y desnudarse de verg¨¹enzas para, libres de ataduras, mostrarnos orgullosos de nuestras cosas ante el mundo. Orgullosos de ser gays, s¨ª, pero tambi¨¦n de ser de derechas, que proclaman en nuestras pantallas los boquirrotos voceros de un grupo medi¨¢tico-m¨ªstico y orgullosos, tambi¨¦n, de meter el dedo en el ojo al enemigo, que no adversario. Hay m¨¢s: orgullosos de mostrarnos ignorantes y zotes como el senador Rick Perry, organizador de plegarias para que llueva, o la congresista Michele Bachman y sus correligionarios del Tea Party, amarrados a¨²n al est¨²pido creacionismo, ambos aspirantes a la presidencia de Estados Unidos.
Y orgullosos, c¨®mo no, de ser cat¨®licos y convertir Madrid en una cascada de luz como recomend¨® a tantos j¨®venes el papa Ratzinger en Madrid. As¨ª que todos exultantes, gritemos al cielo nuestras alegr¨ªas, que estamos inmensamente orgullosos de ser como somos. Orgullosos por satisfechos y gozosos, que no por copetudos ni altaneros, jactanciosos o arrogantes, por supuesto.
Constata Jos¨¦ K. la extraordinaria algarab¨ªa y fandango de tanto joven, una vez que han conseguido desatar el cors¨¦ de la falsa humildad y el desfasado recato. De tal manera somos, parecen decir, que de tal manera podremos actuar, cual vistosos pavos reales, capaces de desplegar la espectacular cobertera de brillantes tonos iridiscentes. Aqu¨ª estamos, aqu¨ª deben vernos, aqu¨ª mostramos nuestro poder¨ªo. Sin complejos. As¨ª que nuestro hombre, que super¨® hace tanto tiempo la perplejidad, entiende que hay preguntas que no necesitan respuesta. ?Qu¨¦ menos de un mill¨®n de p¨²beres peregrinos se merece el obispo de Roma? ?Qu¨¦ menos que reyes y presidentes socialistas requiere el protocolo del jefe del Estado Vaticano, cual rid¨ªcula parodia de la humillaci¨®n de Canosa que tan oportunamente record¨® en estas p¨¢ginas Juan G. Bedoya? ?Qu¨¦ menos de doscientos metros puede medir el escenario donde se nos muestre en todo su esplendor de blanco refulgente la luminosa figura de Benedicto XVI?
Pero a Jos¨¦ K. le ha llamado especialmente la atenci¨®n el dise?o moderno y aerodin¨¢mico, puesto que semejan velas de windsurf, de los muy aparatosos -y numerosos: doscientos- confesionarios instalados en el madrile?o parque del Retiro, cerca, muy cerca, de la estatua al ?ngel Ca¨ªdo, que si usted mira fijamente al protagonista, se le ve estos d¨ªas ca¨ªdo, s¨ª, pero m¨¢s ce?udo que nunca, como si se le llevaran los demonios. De vuelta a las velas, dise?adas de tal forma que el sol de agosto recaiga sobre el pecador y la sombra sobre el sacramentado, estaba Jos¨¦ K., malhumorado y rumiante como es, un tanto sorprendido por el despliegue del teatral exceso de ese falso puerto donde varar los pecados, hasta que se top¨® con una noticia que le ilumin¨® y, as¨ª es el personaje, le confundi¨®.
Jos¨¦ K. lo ley¨® dos, tres veces, y s¨ª, era tal y como le hab¨ªan dicho. Y es que con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el cardenal arzobispo de Madrid, Rouco Varela, ha concedido a todos aquellos sacerdotes autorizados para confesar durante las jornadas, la potestad de perdonar y suprimir la excomuni¨®n a quienes hubieran efectuado alg¨²n aborto. Fue entonces cuando nuestro hombre entendi¨® el porqu¨¦ de esos desmesurados confesionarios, mostrados cura y orante al ojo de los viandantes, expuestos pues los pecadores al reconocimiento de todos los compa?eros de religi¨®n, que al perd¨®n de pecado tan gigantesco, tan colosal, le corresponde ese monumental y descubierto plat¨®. ?Menos mal que primero pecamos, que as¨ª despu¨¦s podemos ser perdonadas! Que todos nos vean y resplandezca el favor divino. Aunque este todos no parece exacto, ya que de interpretar rectamente la nota del Arzobispado, el perd¨®n solo alcanza a quienes se confiesen con determinados curas que han recibido determinada autorizaci¨®n, que vaya usted a saber por qu¨¦ ese religioso s¨ª y no el p¨¢rroco de Moratalaz. As¨ª que si usted se ha quedado en C¨¢diz, un suponer, y ha abortado o participado en alg¨²n aborto a lo largo de su vida, ya sabe que va a seguir el camino del infierno, una eternidad sufriendo espantosos dolores. Y todo por no haber querido venir un par de d¨ªas a Madrid. Ya ven.
Jos¨¦ K., tan comecuras como ya saben, despegado sin remisi¨®n de estas cosas del esp¨ªritu, que le hacen confundir los ruegos a Manit¨² con las letan¨ªas del Hare Krishna y ¨¦stos a su vez con los rezos en la Almudena, no quiere dejar de mostrar su asombro ante tal descomedimiento de la jerarqu¨ªa cat¨®lica. Y quiere, antes de nada, reivindicar su derecho a hacerlo, a pesar de esas carencias, al igual que para hablar de pol¨ªtica no hay que ser diputado, y para largar de toros no es necesario ser mayoral, monosabio o desollador.
Jos¨¦ K. se indigna -si ahora todos lo hacen, por qu¨¦ va a renunciar ¨¦l a su ira permanente- ante este perd¨®n que les llega ahora a unas mujeres a las que han torturado y que han tenido que soportar el insulto y la vejaci¨®n de cientos de obispos desplegados por las calles en manifestaciones airadas, que lo menos que han gritado ha sido asesinas. Era cosa de ver al obispo Mart¨ªnez Camino hablar del aborto como la mayor lacra de la humanidad, de un crimen abominable e injustificable, para ahora, cinco minutos en la tabla de surf, felizmente arrepentida, volver a la fiesta de s¨ª, s¨ª, s¨ª, Benedicto ya est¨¢ aqu¨ª. Aproveche, abortista, los ¨²ltimos d¨ªas de nuestra oferta. Cierto que para ese perd¨®n y la recuperaci¨®n del esplendor renovado, se necesitar¨¢ someterse a la penitencia que le imponga el perdonador, tal que el rezo de algunas oraciones. ?Y qu¨¦ pasar¨¢ si no lo cumple? Pues vuelta a confesarse un mes o un a?o despu¨¦s y de nuevo perd¨®n de la falta. Y as¨ª hasta el infinito. Sopapo y perd¨®n, martillazo y perd¨®n, tiro en la nuca y perd¨®n.
Le disgusta profundamente este sentido del perd¨®n de la iglesia cat¨®lica a Jos¨¦ K. Recuerda Christopher Hitchens que el 12 de marzo de 2000, Juan Pablo II rog¨® perd¨®n por no menos de noventa y cuatro -que no es bajo n¨²mero- cr¨ªmenes cometidos por la Iglesia a lo largo de la historia. Frusler¨ªas como la Inquisici¨®n, la persecuci¨®n de los jud¨ªos o las injusticias hacia la mujer. As¨ª que pedido y autoconcedido el perd¨®n, volvamos a lo nuestro. Siempre se imagina Jos¨¦ K. a Jack el Destripador bendecido en el ¨²ltimo minuto por un cura ignorante de sus haza?as, a Adolf Hitler santificado en el b¨²nker dos segundos antes del tiro, o a un felic¨ªsimo Augusto Pinochet tras recibir la comuni¨®n de manos del arzobispo de Santiago. Que all¨¢ estar¨¢ este tr¨ªo, entre tantos y tantos de repugnantes asesinos, disfrutando ang¨¦licamente de la gloria de tener ante sus ojos la luz divina. Por los siglos de los siglos.
?Qu¨¦ orgullosos estamos en el Vaticano de ser tan generosos y ofrecer el perd¨®n a los pobres pecadores! Pero a¨²n estamos m¨¢s orgullosos, para qu¨¦ enga?arnos, de ser tan listos. Veinte siglos.
Am¨¦n.
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