Cuando la historia aterriz¨® en Oyambre
Un filme rescata la leyenda del primer viaje entre EE UU y Espa?a - La tripulaci¨®n se vio obligada a tomar tierra en una playa c¨¢ntabra
Nadie program¨® que el primer vuelo transatl¨¢ntico entre EE UU y Espa?a fuera franc¨¦s. Solo fue fruto del azar que el 14 de junio de 1929, a las 20.40, el avi¨®n El p¨¢jaro amarillo realizara un aterrizaje de emergencia en la playa de Oyambre (Cantabria) sin una gota de gasolina y con cuatro tripulantes (uno de ellos, un poliz¨®n, el primero de la historia) que llevaban casi 30 horas cruzando el cielo con la certeza de que algo hab¨ªa fallado y no llegar¨ªan a su destino, Par¨ªs. Un episodio ins¨®lito, rodeado de leyenda, que la mayor¨ªa ha olvidado pese a que aquello convirti¨® por unos d¨ªas a la hermosa costa monta?esa en centro de atenci¨®n de todo el mundo.
La memoria de aquella odisea se ha mantenido viva en Francia, aunque en menor medida en Espa?a, donde apenas quedan testigos y donde tan solo un discreto monumento de piedra en Oyambre da cuenta de la historia. El documental El p¨¢jaro amarillo, dirigido por Juan Molina, recupera la pista de aquel suceso para reconstruir la peripecia del primer vuelo europeo transatl¨¢ntico y de su fortuita escala en Espa?a.
El poliz¨®n que les oblig¨® a aterrizar se escondi¨® en el fuselaje
"Hasta les tocaron una marsellesa a ritmo de pasodoble", dice Molina
"A¨²n no ten¨ªa siete a?os cuando ocurri¨® aquello", recuerda Manuel G¨®mez, conocido en Comillas como Lolo el Zapatero por el comercio de calzado que regentaba su familia. A sus 87 a?os probablemente es el ¨²nico testigo directo que queda de lo que ocurri¨® durante aquellos d¨ªas. "Fue un acontecimiento tremendo. El primer d¨ªa fui con mi abuelo, que nos llev¨® en carro tirado por caballos a la playa. Al d¨ªa siguiente, volvimos con los maestros del colegio. El espect¨¢culo que se mont¨® en la playa era lo nunca visto. Soy incapaz de recordar si he comido o no alubias esta semana, pero jam¨¢s olvidar¨¦ aquellos d¨ªas".
Juan Molina cuenta que la idea de recuperar la historia de El p¨¢jaro amarillo les rondaba desde hace tiempo al actor Antonio Resines (productor de la pel¨ªcula) y a ¨¦l. "Somos amigos del colegio, desde muy ni?os. Y tambi¨¦n estudiamos juntos la carrera. Antonio tiene una casa frente a Oyambre y siempre que baj¨¢bamos a la playa dej¨¢bamos las toallas en unas piedras. Era el monumento al P¨¢jaro".
Entre 1920 y 1927 m¨¢s de 100 hombres murieron en el intento de cruzar en avi¨®n el Atl¨¢ntico. En 1927, Lindbergh lo har¨ªa en solitario a bordo del min¨²sculo El Esp¨ªritu de San Luis. Fue aquella haza?a la que anim¨® a decenas de pilotos a la conquista de un futuro que de la noche a la ma?ana puso las nubes al alcance de la mano. Entre aquellos so?adores se encontraba el hombre que impuls¨® la aventura de El p¨¢jaro amarillo, Armand Lotti.
Lotti puso el dinero de su familia y su alma de aviador para la planificaci¨®n del vuelo y la construcci¨®n del avi¨®n. Le hubiera gustado ser el piloto, pero un accidente de caza le hab¨ªa dejado tuerto y ni siquiera pod¨ªa subir legalmente a una cabina. Fue ¨¦l quien enrol¨® a Jean Assollant, el primer piloto, y a Ren¨¦ Lef¨¨vre, segundo piloto y navegador.
Lotti, Assollant y Lef¨¨vre no tuvieron buena suerte con los primeros pasos del P¨¢jaro. Para colmo, y ante la alta siniestralidad en los vuelos de la ¨¦poca, el Gobierno franc¨¦s decidi¨® prohibir el trayecto rumbo a Am¨¦rica. Fue entonces cuando Lotti, al mando en todo momento, tom¨® la decisi¨®n de hacer el vuelo a la inversa, viajar ilegalmente a Inglaterra y all¨ª desmontar el avi¨®n y navegar con ¨¦l en barco hasta Nueva York.
Lef¨¨vre fue el encargado de encontrar la playa para el despegue. Old Orchard, en Maine, no era una mala opci¨®n: una longitud de dos kil¨®metros, una buena orientaci¨®n y una arena firme y despejada. Como recuerda el libro de la periodista santanderina Carmen Cabezas, El p¨¢jaro amarillo en Oyambre, y las propias memorias de Lotti, el vuelo se convirti¨® en un acontecimiento antes de despegar y hasta Lindbergh (quien a¨²n no hab¨ªa acu?ado la frase "prefiero a un p¨¢jaro antes que a cualquier avi¨®n") se puso a disposici¨®n de los nuevos aventureros para ayudarles con cualquier duda sobre el trayecto.
El d¨ªa del despegue una multitud acudi¨® a la playa de Old Orchard. Entre las viejas fotograf¨ªas se adivina la sombra de un hombre joven. Arthur Schreiber, de 25 a?os y sin profesi¨®n conocida (algunos dicen que periodista), se escondi¨® en la parte de atr¨¢s del fuselaje del avi¨®n sin que nadie, pese al cord¨®n de seguridad que rodeaba al bicho, se diera cuenta.
La obsesi¨®n con el peso del vuelo hab¨ªa llevado a sus tripulantes no solo a medir cada gramo de sobrecarga, sino a prescindir de toda la gasolina posible. En el ¨²ltimo minuto, Lotti decidi¨® vaciar 100 litros de combustible para descargar as¨ª 90 kilos de peso. Por eso, cuando el avi¨®n despeg¨® de EE UU ni Lotti, ni Assollant ni Lef¨¨vre entend¨ªan qu¨¦ demonios pasaba para que el aeroplano no lograra levantar su cola del suelo.
Cuando ya hab¨ªan alcanzado una altura suficiente, Schreiber sali¨® de su escondite para presentarse a los tres franceses. Lo que ocurri¨® a partir de ese momento forma parte de una aventura m¨¢s humana que tecnol¨®gica. La tripulaci¨®n sab¨ªa que con aquel hombre a bordo jam¨¢s llegar¨ªan a su destino y tambi¨¦n sab¨ªan que no pod¨ªan dar marcha atr¨¢s porque con el peso del despegue no hab¨ªa forma de aterrizar sin matarse. El griter¨ªo debi¨® de ser feroz. El miedo, tambi¨¦n. La decisi¨®n primera fue tirarlo por la borda, ocultar el crimen y lograr la gesta. Pero la piedad es un instinto tan humano como el odio y ninguno de aquellos tres hombres estaba dispuesto a mancharse las manos con la sangre de otro.
Arthur Schreiber vol¨® en El p¨¢jaro amarillo despu¨¦s de firmar un documento en el que se compromet¨ªa a no hablar jam¨¢s en p¨²blico de lo que all¨ª iba a vivir. Seguir¨ªa siendo de por vida una sombra.
Fue su presencia lo que provoc¨® el aterrizaje forzoso en Espa?a. Cuando el avi¨®n avist¨® la costa (despu¨¦s de una terrible tormenta y horas de callado p¨¢nico) supieron que Espa?a (pa¨ªs del que no llevaban ni mapa) era su destino obligado. Al menos, hab¨ªan cruzado el Atl¨¢ntico.
Sin casi combustible, la arena amarilla de Oyambre surgi¨® como una pista iluminada. Lo que sigui¨® despu¨¦s -y antes de que el vuelo retomara su rumbo a Francia gracias a la gasolina que enviaron desde Madrid- fue una locura que incluy¨® jornadas de orquestas, verbenas y mujeres, hombres y ni?os locos de alegr¨ªa con aquel viaje llegado del futuro. "Hasta les tocaron una marsellesa al ritmo de pasodoble", cuenta Juan Molina. "Curiosamente, y seg¨²n recog¨ªan los peri¨®dicos de la ¨¦poca, las monta?esas se volvieron locas con el poliz¨®n americano". Como cuenta Manuel S¨¢nchez de Movell¨¢n, marqu¨¦s de Movell¨¢n, el vuelo hab¨ªa establecido un fuerte v¨ªnculo entre aquellos hombres. "El poliz¨®n estuvo en Francia, a?os despu¨¦s, cuando se celebr¨® el 50? aniversario del vuelo. Lotti y ¨¦l bajaron juntos del avi¨®n que los trajo desde Par¨ªs". El padre de Movell¨¢n (entonces banquero en Par¨ªs) fue amigo de Lotti y por eso guarda una r¨¦plica del avi¨®n firmada por los pilotos. Para ¨¦l, nada de esto hubiera ocurrido sin el "coraz¨®n de aviador" del tuerto Lotti. El mismo hombre que en uno de los documentos m¨¢s emocionantes de esta historia, ya convertido en h¨¦roe nacional y ante cientos de periodistas, agarr¨® por el brazo al an¨®nimo cuarto hombre para al fin presentarlo: "?l es un americano, un amigo, un buen chico".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.