La investigaci¨®n, subordinada al mercado
La ciencia no tiene por qu¨¦ ser inmediatamente ¨²til; a lo que s¨ª est¨¢ obligada es a ensanchar el campo del conocimiento humano. Lo curioso es que se acepta ahora como '¨²nica' pol¨ªtica p¨²blica un modelo conservador
Durante los primeros siglos de la ciencia moderna, su cultivo sol¨ªa corresponder a caballeros de posibles, bien por su patrimonio familiar o por alg¨²n generoso mecenazgo. Ocurr¨ªa tambi¨¦n que el sabio pod¨ªa obtener alguna sinecura regia, que le permit¨ªa dedicarse a su pasi¨®n secreta de escudri?ar lo desconocido e inexplicado.
A medida que la ciencia se fue desarrollando y empez¨® a descubrir fen¨®menos y objetos que pod¨ªan reportar alguna utilidad e incluso alg¨²n beneficio econ¨®mico, la actividad de los sabios dej¨® de ser una ocupaci¨®n de exc¨¦ntricos visionarios para convertirse en una posible fuente de soluciones a problemas reales y en una herramienta ¨²til a la sociedad y al poder.
El saber cient¨ªfico se ha utilizado como coartada y ha acabado siendo instrumentalizado
En tres siglos, pas¨® de ocupaci¨®n de caballeros ociosos a ser un deber inexcusable de los Estados
Cuando Galileo present¨® su reci¨¦n construido telescopio al senado de la rep¨²blica de Venecia, en 1609, a los senadores les impresion¨® tanto que desde el campanile de San Marcos se pudiera ver Murano como si estuviese al lado, que lo hicieron fijo en su c¨¢tedra de Padua y le doblaron el sueldo. No es que a las autoridades venecianas les interesase mucho el estudio de los planetas del sistema solar, pero aquel artilugio ten¨ªa un evidente inter¨¦s militar para la defensa de la Rep¨²blica Seren¨ªsima.
Obviamente, el inter¨¦s de las autoridades fue a m¨¢s durante aquel siglo, que vio nacer las primeras academias y sociedades cient¨ªficas, y se fue incrementando a lo largo del siglo XVIII, cuando pr¨¢cticamente todos los monarcas ilustrados crearon reales gabinetes, jardines bot¨¢nicos y museos, financiaron expediciones cient¨ªficas, fundaron academias, observatorios astron¨®micos y centros de estudios superiores especializados.
As¨ª, cuando Wilhelm von Humboldt cre¨® la Universidad de Berl¨ªn en 1810, en un palacio donado por el rey Federico Guillermo III de Prusia, le propuso ya la doble misi¨®n de la ense?anza superior y la investigaci¨®n, e introdujo en el curr¨ªculo acad¨¦mico materias como la qu¨ªmica, la f¨ªsica, las matem¨¢ticas o la medicina, adem¨¢s de las materias cl¨¢sicas, habituales en todas las universidades. Esta universidad habr¨ªa de servir de modelo a todas las que se ir¨ªan creando en Europa y en Am¨¦rica durante el siglo XIX, y de su eficacia como instituci¨®n de ense?anza superior e investigaci¨®n puede dar cuenta el hecho de que entre sus alumnos se encuentran 29 premios Nobel, entre ellos Albert Einstein o Max Planck. El siglo XIX, as¨ª pues, vio c¨®mo la actividad de los cient¨ªficos se convirti¨® en un asunto de inter¨¦s general, para los gobernantes y los empresarios, que constataban que de su cultivo se pod¨ªan obtener ventajas competitivas y negocios saneados.
En ese siglo, la ciencia empez¨® a llegar incluso al gran p¨²blico y a los escritores, que crearon un g¨¦nero nuevo, la ciencia ficci¨®n. Cuando Mary Shelley public¨® en 1818 su Frankenstein o el moderno Prometeo, no solo estaba inaugurando un g¨¦nero literario, sino tambi¨¦n sentando las bases para la concepci¨®n popular, todav¨ªa ampliamente extendida, del cient¨ªfico como persona desequilibrada y potencialmente peligrosa para la sociedad.
El siglo XIX fue testigo de c¨®mo la investigaci¨®n cient¨ªfica se convert¨ªa en una actividad de inter¨¦s p¨²blico y, por lo tanto, en una cuesti¨®n pol¨ªtica. En 1899 escrib¨ªa Cajal, aludiendo a la derrota espa?ola en la guerra de Cuba frente a EE UU: "Bien ajenos est¨¢bamos al publicar las p¨¢ginas precedentes [el op¨²sculo Reglas y consejos sobre investigaci¨®n cient¨ªfica], donde nos lament¨¢bamos de nuestro desd¨¦n por la ciencia, que hab¨ªamos de recoger muy pronto el fruto de nuestra incultura. Una naci¨®n rica y poderosa, gracias a su ciencia y laboriosidad, nos ha rendido casi sin combatir... Por ignorar, ignor¨¢bamos hasta la fuerza incontrastable del adversario: la ciencia de sus ingenieros y de sus qu¨ªmicos (inventores de bombas incendiarias que barr¨ªan la cubierta de nuestros buques e imposibilitaban toda defensa), la superioridad de sus barcos y corazas...".
Estaba, pues, naciendo la pol¨ªtica cient¨ªfica que unos a?os despu¨¦s, ya iniciado el siglo XX, el mismo Cajal formula por primera vez en espa?ol: "La posteridad duradera de las naciones es obra de la ciencia y de sus m¨²ltiples aplicaciones al fomento de la vida y de los intereses materiales. De esta indiscutible verdad s¨ªguese la obligaci¨®n inexcusable del Estado de estimular y promover la cultura, desarrollando una pol¨ªtica cient¨ªfica, encaminada a generalizar la instrucci¨®n y a beneficiar en provecho com¨²n todos los talentos ¨²tiles y fecundos brotados en el seno de la raza".
En tres siglos, la ciencia hab¨ªa pasado de ser una ocupaci¨®n de caballeros curiosos a un deber inexcusable de los Estados;de afici¨®n privada se hab¨ªa convertido en pol¨ªtica p¨²blica.
En el curso del turbulento siglo XX el cultivo de la ciencia se fue institucionalizando mediante la creaci¨®n de organismos p¨²blicos de investigaci¨®n. Adem¨¢s, las sucesivas y urgentes demandas de la industria de la guerra conducir¨ªan a la puesta en marcha de ambiciosos programas, a los que ser¨ªan incorporados cient¨ªficos e ingenieros que trabajaban en la consecuci¨®n de unos objetivos prefijados. El proyecto Manhattan para producir la bomba at¨®mica que desarrollaron EE UU, Canad¨¢ y Reino Unido es el ejemplo arquet¨ªpico, pero ni mucho menos el ¨²nico. Terminada la guerra, se decidi¨® no perder aquella experiencia de trabajo y se empezaron a crear fundaciones nacionales de la ciencia, consejos de investigaci¨®n y organismos similares, encargados de fomentar y financiar actividades reci¨¦n definidas como I+D, es decir, investigaci¨®n m¨¢s desarrollo, binomio reci¨¦n inventado, en un principio con modestos fines estad¨ªsticos.
El ¨¦xito de aquel binomio en las pol¨ªticas de los pa¨ªses de la OCDE hizo que quienes no hab¨ªan desarrollado todav¨ªa una nueva v¨ªa de utilizaci¨®n de los fondos p¨²blicos de I+D la incorporaran, con lo que el binomio fue creciendo de varias maneras, siendo la de I+D+i, con la i de innovaci¨®n, la que acabar¨ªa llev¨¢ndose el gato al agua.
En los a?os ochenta del siglo la confluencia, esa s¨ª planetaria, del presidente Reagan y la primera ministra Thatcher acabaron imponiendo unos modelos ideol¨®gicos y econ¨®micos (reaganomics, thatcherismo) que tendr¨ªan consecuencias duraderas en las pol¨ªticas p¨²blicas y, por lo tanto, tambi¨¦n en las pol¨ªticas dedicadas a la ciencia: las bajadas de impuestos, los recortes en el gasto p¨²blico y las desregulaciones - aderezados con dosis de un populismo antiintelectual de los que hace gala, por ejemplo, su digna heredera Sarah Palin- llevaron a cuestionarse la legitimidad de apoyar la investigaci¨®n cient¨ªfica de car¨¢cter b¨¢sico o fundamental y a considerar aceptable solo la investigaci¨®n aplicada a las necesidades nacionales, es decir, la investigaci¨®n considerada inmediatamente ¨²til por los pol¨ªticos profesionales.
La UE adopt¨® tambi¨¦n este paradigma conservador con la fe del converso. La verdad revelada por la que se rigen los pol¨ªticos europeos, y fuera de la cual no existir¨ªa salvaci¨®n, se puede formular as¨ª: hagamos todos los sacrificios necesarios para aplacar a los mercados, porque ello nos dispensar¨¢ como recompensa un mayor crecimiento econ¨®mico que, a su vez, permitir¨¢ una mayor riqueza, de la que se deducir¨¢ un mayor bienestar. Pues bien, de la misma forma que no le faltaba raz¨®n a Borges cuando dec¨ªa aquello de que "la realidad no tiene la menor obligaci¨®n de ser interesante", la ciencia tampoco tiene por qu¨¦ ser inmediatamente ¨²til; a lo que est¨¢ obligada es a ensanchar de manera honesta e inteligente el campo del conocimiento humano con lo que, adem¨¢s y en no pocas ocasiones, da pie a que se produzcan notables artilugios y admirables innovaciones, como las vacunas, los antibi¨®ticos, el l¨¢ser, el desarrollo de las comunicaciones o Internet. Lo curioso es que se acepta como ¨²nica pol¨ªtica p¨²blica un modelo conservador, de entre los varios modelos posibles que nos ofrece el mercado de las ideolog¨ªas: la formaci¨®n, el aprendizaje, la equidad, la transparencia, la capacidad cr¨ªtica o la mejor distribuci¨®n de los beneficios de la generaci¨®n del conocimiento se han perdido por el camino, porque los Gobiernos han abrazado acr¨ªticamente el credo conservador.
La ciencia, que desencaden¨® el proceso de la Modernidad y la Ilustraci¨®n, ha sido utilizada como coartada y ha acabado siendo instrumentalizada, hasta el punto de que el telescopio de Galileo ya se justifica solo porque sirve para vigilar el movimiento de los barcos en el puerto de Murano.
Carlos Mart¨ªnez Alonso y Javier L¨®pez Facal son profesores del CSIC.
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