La dignidad de Europa
Te lanzo vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. S¨¦ t¨² misma. Descubre tus or¨ªgenes. Aviva tus ra¨ªces. Revive aquellos valores aut¨¦nticos que hicieron gloriosa tu historia y ben¨¦fica tu presencia en los dem¨¢s continentes".
Esta Europa a la que as¨ª se apela, no es desgraciadamente la del ideario que se forja en los viajes de Montesquieu, en el esp¨ªritu de la Revoluci¨®n Francesa, en las luchas del siglo XX por sentar las condiciones sociales de una efectiva fraternidad, o en la resistencia a los reg¨ªmenes dictatoriales a los que recurri¨® el capitalismo como consecuencia de la crisis de los a?os treinta. No se apela a una Europa que, reconoci¨¦ndose en Pascal y Peguy, aborrece, sin embargo, la tradici¨®n inquisicional y la vigilancia de las conciencias.
Hay que reaccionar ante el estado de cosas y responder a nuestro legado m¨¢s noble
Cuando en noviembre de 1982, desde Santiago de Compostela, el papa Juan Pablo II se dirige a Europa, es para incitarla a retomar la senda de la restauraci¨®n plena de los valores del cristianismo, lo cual pasaba entre otras cosas por la abolici¨®n del sistema social imperante en la ¨®rbita de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Treinta a?os despu¨¦s, se comprueba que la llamada no fue en vano, ni en el plano econ¨®mico ni en el cultural, y en ambos casos con consecuencias no previstas, o al menos no declaradas. La llamada del Papa se pretend¨ªa meramente espiritual: restaurar las libertades supondr¨ªa, adem¨¢s de otorgar peso a la religi¨®n, abolir el colectivismo (considerado contrario a la condici¨®n natural del ser humano), no la justicia social, y por tanto los aspectos m¨¢s protectores de los reg¨ªmenes detestados. Desde luego la cosa no ha ido por ese camino.
No solo la restauraci¨®n del sistema de mercado en la Europa del Este se ha realizado al precio de dar finiquito casi en todo el continente al sistema de protecciones propugnado por la socialdemocracia, sino que se identifica el ascenso en la econom¨ªa de mercado con una suerte de superioridad intr¨ªnseca que dar¨ªa precisamente carta de europeidad, surgiendo as¨ª met¨¢foras como la del Tigre Celta que, al revelarse ser efectivamente de papel, sumerge en la depresi¨®n a un pa¨ªs que se cre¨ªa "salvado".
Por otro lado, tras la restauraci¨®n de la libertad religiosa en los pa¨ªses d¨®nde hab¨ªa sido cercenada, el cristianismo es considerado no como un ingrediente m¨¢s de la cultura europea, sino como su savia, con el resultado de que proliferan movimientos que marginan objetivamente a enteras poblaciones, de inmigrantes o no inmigrantes, y alimentan la enemistad entre comunidades. Y en este sentido tampoco se equivocaba el pont¨ªfice polaco al aludir en
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