Culpa
Eres una mentirosa -le dije-. Te odio.
Me mir¨® como si no me estuviera viendo y dio una calada al cigarrillo. Hab¨ªa llorado, y eso me enfureci¨® a¨²n m¨¢s. Si ten¨ªa que llorar alguien, era yo, y no ella.
-Te odio -repet¨ª, casi gritando-. Nunca m¨¢s voy a confiar en ti.
Esta vez ni me mir¨®. No me hizo ni caso.
Pero no empez¨® as¨ª.
No.
Est¨¢bamos desayunando, y mi hermano Tom¨¢s, que tiene siete a?os -es dos a?os m¨¢s peque?o que yo-, jugaba con el m¨®vil de pap¨¢ al juego de la pelotita mientras Sara, que solo tiene cinco, berreaba. Tom¨¢s perdi¨® la partida, le quit¨¦ el m¨®vil y se ech¨® a llorar. Me puse a jugar, y de pronto son¨® un mensaje y mam¨¢ me pidi¨® el tel¨¦fono.
-El m¨®vil de tu padre. D¨¢melo.
-?Que estoy jugando! -le dije, un poco alto-. Espera a que acabe la partida, ?no?
-?D¨¢melo!
Mam¨¢ me lo quit¨®, y cuando intent¨¦ recuperarlo, porque era injusto, me dio un guantazo en toda la cara y sali¨® de la cocina. Me qued¨¦ sin respiraci¨®n, y Tom¨¢s y Sara dejaron de llorar.
-?Te ha pegado! ?Mam¨¢ te ha pegado! -dijo Tom¨¢s, por si acaso no me hab¨ªa enterado.
-Te ha pegado -repiti¨® la mocosa con su voz de pito, casi feliz.
Me miraban con cara de lelos, esperando a ver qu¨¦ hac¨ªa. Un lado de la cara me escoc¨ªa como si estuviera quemada, y me entraron ganas de patearles los morros, pero me contuve y sal¨ª de la cocina para poder pensar. Ten¨ªa tres opciones: o iba a despertar a pap¨¢ para cont¨¢rselo, o me encerraba en el cuarto hasta que mam¨¢ viniera a pedirme perd¨®n, o iba a buscarla.
La encontr¨¦ sentada en su vestidor, con el m¨®vil en una mano y un cigarrillo en la otra, rodeada de bolsos tirados.
Estaba fumando.
Casi se me olvid¨® lo del sopapo. Se me subi¨® la sangre a la cabeza.
-?Est¨¢s fumando! ?Me juraste que no ibas a volver a fumar!
No me respondi¨®, y entonces se lo dije.
-Eres una mentirosa. Te odio.
Ni caso. Ni siquiera apag¨® el cigarrillo.
-Te odio. Nunca m¨¢s voy a confiar en ti.
Se me nubl¨® la vista, sal¨ª corriendo y me encerr¨¦ en mi dormitorio. Esper¨¦ un buen rato, pero mi madre no vino. O¨ª gritos suyos, y tambi¨¦n de mi padre. Cuando estaba ya algo aburrido y a punto de salir, llamaron a la puerta. Apret¨¦ los pu?os y me jur¨¦ que no iba a perdonarla, aunque me lo pidiera cien veces.
Abr¨ª.
No era mi madre, sino Tom¨¢s y Sara.
-Se han ido -dijo mi hermano.
-?Qu¨¦? -le pregunt¨¦, sin comprender-. ?Qu¨¦ dices?
-Primero se fue mam¨¢, y luego pap¨¢ corriendo detr¨¢s de mam¨¢ -dijo Sara, tan bajo que casi no la o¨ª.
-?Qu¨¦? -volv¨ª a preguntar, sin poder cre¨¦rmelo.
-Estamos solos -dijo Tom¨¢s.
Me miraban, esperando a ver qu¨¦ hac¨ªa, y me entraron unas ganas horribles de llorar.
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