La fiesta del 'hooligan'
Llevaba yo aqu¨ª un par de art¨ªculos defendiendo con gran entusiasmo la cultura y la tradici¨®n democr¨¢tica inglesas -ya saben, su pasi¨®n por el fair play y dem¨¢s- cuando a principios de agosto, durante tres d¨ªas de furia, los ingleses parecieron optar por pegar fuego a su pa¨ªs. Este vandalismo entusiasta produjo un art¨ªculo en el que el periodista brit¨¢nico John Carlin comparaba la barbarie rapaz de sus j¨®venes compatriotas con el civismo abrumadoramente mayoritario de nuestros j¨®venes compatriotas del 15-M, y en el que conclu¨ªa que "la sociedad espa?ola es m¨¢s sana que la inglesa". Es natural que seamos menos cr¨ªticos con los otros que con nosotros, pero, a juzgar por la comparaci¨®n, es dif¨ªcil no estar de acuerdo en parte con Carlin. Ahora bien, ?hay que estarlo del todo? ?Es posible que sea m¨¢s sana una sociedad que s¨®lo lleva treinta y tantos a?os practicando la democracia que una sociedad que lleva haci¨¦ndolo varios siglos sin interrupci¨®n? Y por cierto (o dicho de otro modo): ?qu¨¦ demonios pas¨® en el Reino Unido a principios de agosto?
"Los v¨¢ndalos brit¨¢nicos no se quejaban de la injusticia, sino de ser v¨ªctimas de ella"
No tengo una respuesta para la primera pregunta; en cuanto a la segunda, la respuesta es obvia: no se sabe. Para empezar, fuera lo que fuese lo que ocurri¨®, nadie fue capaz de preverlo; no me extra?a: en noviembre de 2001, poco antes de que estallara en Argentina la crisis del corralito, pas¨¦ unos d¨ªas en Buenos Aires y en todas partes se mascaba la hecatombe; pero a finales de julio pas¨¦ una semana en Londres y all¨ª los s¨ªntomas de la crisis econ¨®mica eran menos visibles que en Barcelona o Madrid. Por otra parte, no es f¨¢cil entender que una protesta originada por la muerte de un joven negro a manos de la polic¨ªa degenere en un saqueo multitudinario protagonizado por gente de todas las razas, en el que casi un 20% de los detenidos son menores de edad y en el que no s¨®lo participan pandilleros salvajes, sino tambi¨¦n estudiantes universitarios, j¨®venes embajadores ol¨ªmpicos, hijas de familias acomodadas y hasta una ni?a de 11 a?os y un profesor de primaria. Hay quien atribuye esta apoteosis violenta a tantos a?os de thatcherismo no corregido por Blair (y mucho menos por Cameron), lo que ha creado una sociedad donde el 10% de la poblaci¨®n tiene 273 veces m¨¢s dinero que el 90% restante; hay quien, como hizo al principio Cameron, lo atribuye a la delincuencia y a la mala educaci¨®n de los j¨®venes, y hay quien simplemente lo atribuye a los recortes de Cameron; hay quien, como The Independent, culpa al p¨¦simo ejemplo de unas ¨¦lites pol¨ªticas y econ¨®micas podridas de inmoralidad y de avaricia; la derecha culpa al multiculturalismo, a la falta de autoridad, a una justicia demasiado blanda, a un Estado demasiado protector; hay quien ve en esa explosi¨®n la explosi¨®n de una cultura hipertecnol¨®gica, narcisista y holgazana, y quien explica lo ocurrido mediante la psicolog¨ªa de las masas; hay quien lo considera, en fin, el negro heraldo de un tiempo de caos en el que los Estados ser¨¢n incapaces de garantizar la paz social... Algunas de estas explicaciones parecen torpes o insuficientes, pero, como para todo hay m¨¢s de una explicaci¨®n, de entrada yo no descartar¨ªa ninguna, salvo la m¨¢s frecuente y elemental: que esos disturbios reflejan un descontento con el sistema.
"Nada es jam¨¢s simple en la sociedad brit¨¢nica", escribi¨® Anthony Burgess, "y, sin embargo, todo es al mismo tiempo extremadamente simple". Mucho me temo que a Burgess ya s¨®lo lo leemos cuatro chalados, pero a m¨ª me resulta imposible empezar a entender siquiera lo ocurrido en el Reino Unido sin recordar un art¨ªculo que el escritor ingl¨¦s public¨® hace 26 a?os. En ¨¦l escribi¨®: "Jam¨¢s habr¨¢ una aut¨¦ntica revoluci¨®n social en el Reino Unido. Con el tiempo, todo gesto de ira contra la desigualdad se somete con cari?o a la c¨®moda mitolog¨ªa del orden establecido". Y tambi¨¦n: "El problema que tienen las posturas de desaf¨ªo en el Reino Unido es que no esperan ser eficaces. No expresan un deseo aut¨¦nticamente revolucionario. No intentan sustituir el orden existente por algo nuevo; simplemente desprecian el orden existente, y ese desprecio es en realidad la expresi¨®n de un deseo profundo, no siempre consciente, de ser aceptados por aqu¨¦l". Y por fin: "Es t¨ªpico de los movimientos de disidencia juveniles brit¨¢nicos que la ¨²nica justificaci¨®n del griter¨ªo que tanto les gusta es el mantenimiento del sistema contra el que gritan. La voz de la rebeli¨®n brit¨¢nica es tambi¨¦n la canci¨®n de su estabilidad social". As¨ª que, si Burgess acierta, los v¨¢ndalos brit¨¢nicos de agosto no expresaban su descontento con la sociedad brit¨¢nica, sino con el lugar que ocupan en ella; no se quejaban de la injusticia, sino de ser v¨ªctimas de la injusticia; no estaban contra el sistema, sino a favor del sistema; no eran revolucionarios, sino reaccionarios. En definitiva: el ingl¨¦s invent¨® el fair play, pero tambi¨¦n el hooligan, y el segundo es el reverso del primero. Lo tomas o lo dejas.
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