As¨ª en el mar como en la tierra
"?Por Zeus!", exclam¨® J¨²piter, que, como Rubalcaba, Javier Mar¨ªas y el dios de Jardiel Poncela, era de aquel Madrid CF al que Alfonso XIII otorgara el t¨ªtulo de Real y al que, ya con Franco y antes de Mourinho, Di St¨¦fano emborrach¨® con cinco copas consecutivas, pre¨¢mbulo de cuatro m¨¢s sin perder diapas¨®n ni compostura. Erigido en el mejor equipo del mundo hasta la era del dedo en el ojo, gozaba de la protecci¨®n del tripartito capitolino: J¨²piter, Juno y Minerva, que, por imposici¨®n divina, Florentino reducir¨ªa a un solo dios.
Aquella ma?ana de oto?o, J¨²piter parec¨ªa desmejorado. Tras el cristal de la escafandra, que sol¨ªa usar en sus incursiones submarinas, entrev¨ª profundas ojeras, debidas sin duda a la promiscuidad extramarital que, bajo diferentes apariencias animales, llevaba a cabo con desavisadas damas. Seg¨²n un sabio besugo que pasaba por all¨ª, hilando fino y zoofilia al margen, podr¨ªamos atisbar reminiscencias de la violaci¨®n de Leda por el cisne en el revolc¨®n que Florentino le dio a Valdano.
El f¨²tbol entontece. Impregna de vanas a?oranzas y sume en est¨²pidas controversias
"Alguien jodi¨® a alguien", mascull¨® el besugo sin dilucidar qui¨¦n hab¨ªa jodido a qui¨¦n y cu¨¢les ser¨ªan las consecuencias. El caso es que, por un colateral contagio, el rutilante cetro que, hasta entonces, J¨²piter bland¨ªa enhiesto a modo de periscopio y s¨ªmbolo f¨¢lico aparec¨ªa ahora mustio y fl¨¢cido a merced del mar. "Desde lo de Leda, tiene problemas de erecci¨®n", se apiad¨® Pel¨¦, al que pagaban para promocionar tratamientos contra la disfunci¨®n sexual.
Quiz¨¢ el dictamen contribuyera a exacerbar, a¨²n m¨¢s, la irritaci¨®n que las loas de Neptuno al Atl¨¦tico de Madrid, consignadas en el cap¨ªtulo anterior, hab¨ªan suscitado en el amerengado jefe del cielo y la tierra, cuyo poder no ten¨ªa m¨¢s l¨ªmites que la trastienda del estadio Bernab¨¦u y la chequera presidencial. "?Qu¨¦ haces contaminando tus dominios con nostalgias de un Atl¨¦tico del que ya no se acuerda ni el mism¨ªsimo Di St¨¦fano?", reproch¨® J¨²piter a Neptuno, que, regurgitando un maremoto, replic¨® con retint¨ªn: "?Qui¨¦n es ese Di St¨¦fano que mencionas?".
Burbujas de ira brotaron por los resquicios de la escafandra:
"?C¨®mo?", inquiri¨® J¨²piter estupefacto; "?pretendes no conocer al mejor jugador de todos los tiempos? ?No hubo ni habr¨¢ nadie como ¨¦l!".
"?Maradona, a su lado, era solo un malabarista trot¨®n! ?Nadie que no haya visto a La Saeta Rubia puede comprender lo que es el f¨²tbol total! ?Lo digo yo, que, a pesar de ser tu hermano menor, no he olvidado al corzo blanco Luis Regueiro de antes de la guerra, ni el 11-1 que el Madrid endos¨® al Bar?a en el 42 ni los remates a la media vuelta de Pahi?o, predecesor de Di St¨¦fano con el 9 a la espalda, un gallego que le¨ªa a Dostoievsky y era la pesadilla de tu m¨ªtico Atl¨¦tico de Madrid! ?Y qu¨¦ decir de Gento, el ¨²nico jugador del universo que tiene en su casa seis Copas de Europa? ?Y de Kopa? ?Y de Puskas? ?Y de Netzer o Vel¨¢zquez? ?Qui¨¦n no recuerda a Santillana deteni¨¦ndose horizontal en el aire, a dos metros del suelo, para conectar la cabeza con el bal¨®n?".
Al llegar a Santillana, el orador se atragant¨®. Santillana ten¨ªa solo un ri?¨®n, pero muelles en ambos tobillos, y J¨²piter anhelaba tener los tobillos de Santillana m¨¢s incluso que el t¨®rax de Aznar. Como a todo rey que se apoltrona en el trono, y por aquello de la circulaci¨®n de retorno, al jefe del Olimpo se le hinchaban los tobillos y le pesaban m¨¢s que el culo.
Consider¨¦ llegado el momento de dejar el mundo submarino antes de verme envuelto en fratricidas trifulcas y, a lomos de Moby Dick, emerg¨ª vapuleado por el oleaje embravecido. Ten¨ªa raz¨®n Monse?or: as¨ª en el mar como en la tierra, el f¨²tbol entontece a los hombres y a los dioses, impregn¨¢ndolos de vanas a?oranzas y sumi¨¦ndolos en est¨²pidas controversias, como si cualquier tiempo pasado fuera mejor y la esperanza consistiera en volver a intercambiar cromos y pu?etazos a la puerta del colegio, a imagen y semejanza de las t¨¢nganas descerebradas que, como ejemplar reconciliaci¨®n, nuestra selecci¨®n nacional propone.
Desde la cima de la ballena blanca, se o¨ªan los alaridos desesperados del n¨¢ufrago Del Nido: "?As¨ª en el mar como en la tierra, esta Liga de dos es una mierda!".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.