?Qu¨¦ bello es sufrir!
Froome, que gan¨® la etapa, y Cobo, que sigue l¨ªder, brindan los dos kil¨®metros m¨¢s emotivos de toda la carrera
Son masocas. Bastaba ver los gestos, las muecas, la boca abierta al calor, como lagartos, los cuerpos derrengados de Froome y Cobo en la meta de Pe?a Cabarga, para ratificar que son masocas. Pero precisamente ese gusto por el sufrimiento, esa asunci¨®n del dolor como parte fundamental de la profesi¨®n de ciclista, proporcionaron ayer en los valles c¨¢ntabros, los dos kil¨®metros m¨¢s hermosos que se han vivido en la Vuelta a Espa?a. Los m¨¢s dolorosos, los m¨¢s exigentes, los m¨¢s inhumanos, los m¨¢s emotivos, puede que incluso los m¨¢s decisivos, aunque hacer previsiones en la Vuelta es como profetizar sobre el fin del mundo: gratuito e in¨²til.
Dos kil¨®metros para la historia de esta edici¨®n, mano a mano, pierna a pierna, entre el keniano Froome y el c¨¢ntabro Cobo. El resto los vio partir como las vacas ven pasar el AVE. Fue un ataque duro del bisonte Cobo, encabritado en cuanto vio que Wiggins ced¨ªa metros. Ah¨ª, El Bisonte ech¨® la cabeza abajo y pedale¨® con rabia. Pero hace d¨ªas que el enemigo es otro, el enemigo real se llama Christopher Froome, el chico que lo mismo gana una contrarreloj en la planicie salmantina que se convierte en un escalador a la vieja usanza, de los de raza, de los de tron¨ªo.
Cuando Wiggins empez¨® a pensar en el futuro y no en el presente, Froome sali¨® a cazar al Bisonte y entre ambos construyeron la mejor historia de la Vuelta. El ataque de Froome, en el ¨²ltimo kil¨®metro fue brutal. Era como ver esprintar cuesta arriba a un cimarr¨®n, que parec¨ªa que bajaba mientras los otros sub¨ªan. Cobo se agarraba al manillar como si fuera a doblarlo, a partirlo por la mitad. La boca abierta al calor, como un lagarto, seguramente mascullando improperios silenciosos contra el keniano, contra el destino, contra la carretera. Quiz¨¢s pensando que all¨ª se le iba la Vuelta a Espa?a. Precisamente all¨ª, en su tierra, donde su gente se hab¨ªa volcado en las cunetas, estruendosos, felices, agobiantes quiz¨¢s en aquellos duros mil ¨²ltimos metros. A saber qu¨¦ pasaba por la cabeza de Cobo... Cu¨¢ntas im¨¢genes le surcaron el cerebro. Pero prevaleci¨® una sola: hab¨ªa que romper el manillar, los pedales, la cadena, lo que hiciera falta y el ciclista de Cabez¨®n de la Sal resucit¨® cuando estaba agonizando. En un visto y no visto, apareci¨® all¨ª, encogido, con su maillot rojo sudoroso a la rueda de Froome que miraba al cielo en busca de la ¨²ltima pancarta.
Se estaban jugando la etapa, y, sobre todo, se estaban jugando la Vuelta, en el ¨²ltimo final en alto, acaso en el ¨²ltimo suspiro. Y Cobo se fue, le ense?¨® el dorsal 61 a Froome, que pareci¨® encajar el golpe. Era un intercambio de papeles continuo. Era un golpe moral. Ahora te retuerces t¨², ahora me retuerzo yo. Ahora ganas t¨² ahora gano yo. A falta de 30 metros, Cobo sab¨ªa que el maillot rojo estaba salvado, aunque el bot¨ªn de la bonificaci¨®n era como el santo grial de la carrera. Si ganaba ¨¦l, la Vuelta estaba pr¨¢cticamente decidida; si ganaba Froome, la distancia entre ambos iba a caber en una caja de cerillas.
Y all¨ª. A 30 metros, en la ¨²ltima curva, como en un final de motociclismo, Froome le super¨® por dentro. Se tocaron incluso los manillares, y el espigado keniano-ingl¨¦s entr¨® en la meta estirando su largu¨ªsimo brazo derecho. Falta de experiencia de Cobo, que le abri¨® un pasillo estrecho pero suficiente a su rival. Casi muertos, entregados, como toros castigados, se refugiaron en las tablas (aqu¨ª vallas) a recuperar el aliento, a refrescar el gaznate, a enfriar la adrenalina, a mirar la bicicleta con tanto amor como odio. Ahora Froome est¨¢ a 13s de Cobo a falta de tres etapas y el paseo de Madrid. El resto est¨¢ lejos, muy lejos. Wiggins a 1m 41s, en esta Vuelta, es como si estuviera a dos d¨ªas de tren de estos dos gregarios reconvertidos en maquinistas de sus respectivos equipos.
Steven de Jongh, el director del Sky, tendr¨¢ pesadillas viendo que su hombre era Froome y no Wiggins, aunque nadie podr¨¢ acusarle de elegir al te¨®rico mejor en detrimento del presunto peor. Tambi¨¦n Matx¨ªn apostaba por Menchov y es Cobo quien le puede dar la gran alegr¨ªa de su vida.
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