La desnudez de la vida
Cees Nooteboom no es ning¨²n desconocido en Espa?a, ya desde la publicaci¨®n de su m¨ªtico ensayo El desv¨ªo a Santiago, donde el lector asiste a una reflexi¨®n sobre Espa?a tan l¨²cida como envolvente, que da m¨¢s luz sobre nuestro pa¨ªs que muchos ensayos escritos por espa?oles. Desde entonces han ido apareciendo entre nosotros novelas tan excelentes como El d¨ªa de todas las almas o Perdido el para¨ªso, donde Nooteboom funde y confunde la literatura de viajes con la ficci¨®n entendida en su m¨¢s alto grado, rozando a menudo la excelencia.
En esta ocasi¨®n nos hallamos ante un libro de ocho relatos sin desperdicio y vinculados por un doble leitmotiv: la presencia de la muerte imbric¨¢ndose continuamente en el tejido m¨¢s ¨ªntimo de la vida, y el paisaje mediterr¨¢neo, representado siempre por Espa?a e Italia, y que en estos relatos de Nooteboom adquiere esa grandeza y esa precisi¨®n que suele ser m¨¢s propia de la mirada de extranjero que de la del lugare?o, que de tanto mirar el escenario en el que vive ya no lo ve.
Nooteboom consigue que el correlato de sus historias est¨¦ tan vivo como sus personajes, por eso los paisajes de sus narraciones susurran, a¨²llan, gritan, se comprimen, se extienden, se iluminan, de disipan y resplandecen, influyendo poderosamente en las vidas y las muertes de los que los transitan.
Todos los relatos de Los zorros vienen de noche hablan de uno o de varios muertos, a menudo evocados por fotograf¨ªas, que dejaron historias sin resolver con los que siguieron vivos y que ¨¦stos intentan cerrar de alguna manera. En ese aspecto se trata, entre otras cosas, de un libro sobre el duelo y sobre c¨®mo es entendido en nuestro tiempo. Nooteboom viene a decir que "ya no cerramos las historias" ni en la vida real ni en la literatura, y que una historia que no se cerr¨® bien es como una herida que nunca deja de supurar, hasta que finaliza el duelo y el muerto muere por segunda vez.
Cuando se pierde el sentido de la vida, puede que tambi¨¦n se pierda el sentido de la muerte, y en esa tr¨¢gica nostalgia de lo perdido se mueven los personajes de estos ocho relatos densos y resplandecientes hasta en sus momentos m¨¢s oscuros. A trav¨¦s de la evocaci¨®n, los personajes de Los zorros vienen de noche quieren hallar el hilo de oro que les desvele el argumento de sus vidas y explique el sentido de las relaciones que mantuvieron con los que ya est¨¢n muertos. En casi todos los relatos se trata de holandeses presuntamente felices en sus exilios dorados, pero basta acercarse a ellos, como se acerca Nooteboom, para percibir heridas de muy hondo calado: las historias que fueron quedando sin resolver, la mudez de los muertos que s¨®lo a veces hablan y escuchan, la sensaci¨®n de destierro del lugar natal y de destierro de la vida... Hasta en los relatos m¨¢s vitalistas como 'Heinz' y 'El punto extremo', protagonizados por locos euf¨®ricos y llenos de entusiasmo dionisiaco, aparece tarde o temprano la sombra del ausente: de ese ser con el que fuimos felices, y con el que compartimos sofocos y secretos que ya no le interesan a nadie por m¨¢s que a¨²n nos opriman el coraz¨®n.
Aunque ambientados todos los relatos en tierras c¨¢lidas, el libro destila una forma de dolor casi n¨®rdica, como ocurre desde hace tiempo con la mejor literatura holandesa, y todos los holandeses que aparecen se mueven fuera de Holanda, como nuevos disc¨ªpulos de Max Havelaar, fuera de Holanda pero muy dentro de s¨ª mismos, condenados a prescindir de toda suerte de parapetos y enfrentados a su propia intimidad, deambulando siempre por regiones que aman y al mismo tiempo aborrecen. En ese sentido todos tienden a representar la esencia de la humanidad, despojada de falsos atributos identitarios y reducida a su m¨ªnima y m¨¢s luminosa esencia individual.
De los ocho relatos, el m¨¢s atractivo y llameante es el titulado 'Heinz', en el que al principio creemos escuchar el susurro de Marguerite Duras y su vicec¨®nsul, para m¨¢s tarde enfrentarnos a una soledad que nos conduce a Bergman, y el m¨¢s enigm¨¢tico es el titulado 'Paula', que forma pareja con el siguiente relato, y donde una vez m¨¢s nos enfrentamos al abismo interpretativo en el que nos deja toda ausencia.
El libro concluye con una breve sinfon¨ªa, explosiva y mar¨ªtima, donde, como en el resto de los cuentos, el rumor de la muerte nunca ahoga el esplendor diamantino de la vida.
He aqu¨ª una obra elegante y honda, para leer con tranquilidad y placer, saboreando cada secuencia y cada frase, que ilumina y a la vez sofoca, y en la que se despliega toda una reflexi¨®n, ondulante y fragmentaria, sobre lo que ahora mismo entendemos por vivir y morir.
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