Razones para matar
Para m¨ª, el 11 de septiembre ocurri¨® en octubre, porque tengo que confesar que a mi mente le cost¨® interpretar lo que mis ojos vieron aquella primera ma?ana o todas las siguientes de aquel mes, cuando baj¨¢bamos hasta la calle Houston, donde la polic¨ªa instal¨® la primera barrera para impedir la entrada a todo aquel que no anduviera en labores de rescate. Como el peri¨®dico no espera, ni esperan en las tertulias radiof¨®nicas, me vi de inmediato escribiendo cr¨®nicas o interviniendo en la radio. Aquel mes que hab¨ªamos planeado como unas vacaciones familiares se convirti¨® en un periodo de intenso trabajo. No me hago responsable ahora de lo que opin¨¦ entonces y no porque lo hiciera fr¨ªvolamente sino porque no entend¨ªa nada, aquello era demasiado grande para m¨ª. Tal vez para todos, pero siempre me da la impresi¨®n, cuando leo columnas o escucho a contertulios, que los dem¨¢s tienen o fingen una seguridad que a m¨ª me falta. Hay algo que compensa mi lentitud en formarme una opini¨®n: prefiero expresar algo simple a decir tonter¨ªas solemnes de las que luego puedo arrepentirme. Hay mucho idiota que aparenta un gran aplomo. Y a menudo cuela. Al hilo del 11-S se empezaron a decir mamarrachadas a las pocas horas de caerse la segunda torre: el tiempo que tarda un contertulio en ponerse el mono de trabajo y salir para el medio correspondiente. Yo tambi¨¦n particip¨¦ en algunas tertulias. Se preguntar¨¢n ustedes que porqu¨¦, dado que he confesado que soy lenta y a menudo presento dificultades para interpretar los hechos. Pues porque mi personalidad todav¨ªa alberga (y creo que ya no tiene remedio) el esp¨ªritu de la joven plumilla que ha de escribir sobre lo que se le mande. Con los cuerpos de las v¨ªctimas a¨²n calientes (y no hablo en sentido figurado) recuerdo haber escuchado por el tel¨¦fono que me un¨ªa a una tertulia radiof¨®nica en Madrid a una opinadora (creo que era mujer) preguntarse cu¨¢nto no habr¨ªan sufrido esos terroristas en su vida, cu¨¢nta postergaci¨®n no habr¨ªan padecido, para haber planeado y perpetrado un acto tan brutal. Es una pena que no existan calabozos destinados a que un contertulio pueda reflexionar en soledad cada vez que de su boca sale una tonter¨ªa muy grande porque creo que dichos centros de rehabilitaci¨®n har¨ªan un gran servicio a la sociedad espa?ola. Eso de pensar que hay que interpretar el crimen del terrorista es un cl¨¢sico en su g¨¦nero; siempre hay un gran analista que se presta a explicarnos porqu¨¦ la sociedad (ustedes, las v¨ªctimas y yo) es en el fondo culpable de que existan desalmados. Es un razonamiento aparentemente humano que enmascara una crueldad que cuando se detecta, como la detect¨¦ yo, provoca escalofr¨ªos. Preferir¨ªa que el tertuliano tuviera coraje y se atreviera a decir: "?Comprend¨¢moslos, tienen sus razones para matar!". Recuerdo tambi¨¦n haber escuchado muchas veces la c¨¦lebre sandez de que Nueva York se merec¨ªa menos un atentado terrorista que, por ejemplo, Oklahoma City, dado que, como todos sabemos, Nueva York es menos americana que el resto de Am¨¦rica, es un crisol de razas y culturas, es la capital del mundo y merece todas nuestras simpat¨ªas; lo cual ven¨ªa a ser como cuando el inefable Garitano insinu¨® que un atentado en Catalu?a es m¨¢s atentado que en el resto de Espa?a. Otro cl¨¢sico del g¨¦nero de terror. Nueva York es una excepci¨®n americana, pero no por ello deja de ser americana, y eso de hacer distinciones entre las v¨ªctimas... De nuevo, la crueldad enmascarada. Ah, queridos amigos, tambi¨¦n hubo quien compar¨® la dignidad de los madrile?os ante la desgracia del 11 de marzo con la cobard¨ªa de los neoyorquinos que pusieron los pies en polvorosa escapando de Manhattan por los puentes. En fin, el sectarismo ideol¨®gico provoca grandes lagunas mentales: esas personas cubiertas de polvo que avanzaban por el puente de Brooklyn no hu¨ªan, estaban volviendo a su barrio de la ¨²nica forma que pod¨ªan, a pie. Y si hubieran huido, qu¨¦. Huir es, en ocasiones, lo ¨²nico sensato que uno puede hacer. Muchos han muerto a lo largo de la historia por quedarse a mirar. S¨ª, tuve que hablar entonces. Por sentido del deber. No creo que dijera nada para recordar: que el estupor se reflejaba en las caras, que hab¨ªa una necesidad de expresar cercan¨ªa en la calle, que hubo un masivo alistamiento de voluntarios en la zona cero (lo cual no es extra?o en Nueva York), que los restaurantes de Tribeca daban de comer gratis a los que trabajaban en los escombros, que los perros al no conseguir rescatar cuerpos vivos se deprim¨ªan, que las sirenas sonaban d¨ªa y noche, que Manhattan se qued¨® vac¨ªo, vac¨ªos los museos, los restaurantes, las calles, y que Guiliani pronunci¨® un c¨¦lebre discurso en el que animaba a los turistas a visitar la ciudad, a los neoyorquinos a salir, a comprar, a participar en la revitalizaci¨®n de la isla. Bush, por su parte, dijo aquello de: "Ayer viv¨ªa en un pa¨ªs con problemas normales, desde hoy vivo en un pa¨ªs en guerra". Y tristemente un buen amigo suyo consigui¨® involucrarnos a nosotros tambi¨¦n. Todo eso es p¨²blico. En cuanto a lo privado: fue en octubre cuando comenc¨¦ a sentir p¨¢nico y, si me hubiera atrevido a ser cobarde, habr¨ªa salido corriendo por uno de los puentes. El de George Washington, que es el que me pilla m¨¢s cerca.
Es una pena que no existan calabozos para que un contertulio pueda reflexionar si suelta una tonter¨ªa
Esas personas cubiertas de polvo no hu¨ªan, volv¨ªan a su barrio del ¨²nico modo que pod¨ªan: a pie
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