Operaciones de obesidad sin bisturí
La intervención, que se realizada por endoscopia, grapa la zona que produce la hormona del apetito - El posoperatorio apenas dura un día
Son la última expresión de las cirugías mínimamente invasivas, en este caso aplicadas a la reducción de estómago: las operaciones sin bisturí ni hilo de sutura, dos de los ingredientes que parecen indispensables en cualquier quirófano. Y con resultados palpables y, sobre todo, pesables: los 19 kilogramos que ha perdido Enrique Lucini en el mes que ha pasado desde que se sometió a una intervención de este tipo.
"No lo hice por coquetería; fue una medida preventiva", recuerda Lucini. El hombre, madrile?o de 49 a?os -aunque vive en Tenerife-, mide 1,85 metros y pesaba 131 kilogramos. "Estaba relativamente bien, la analítica era buena. Lo único que tenía eran apneas y unos ronquidos salvajes. Pero uno se acerca a los 50 a?os y tiene que tomar precauciones", dice.
A las cinco semanas el paciente vuelve a hacer dieta normal
La mayor pega de esta cirugía es el precio. Cuesta unos 12.000 euros
De todas las opciones que se le plantearon para perder peso, eligió la cirugía de obesidad primaria por endoscopia. En inglés queda mucho mejor: las siglas forman la palabra POSE, la última novedad en este tipo de operaciones, como explica el médico Adelardo Caballero. "Es tan nueva que lleva menos de un a?o haciéndose en el mundo. En Espa?a solo la ofrecen la clínica Teknon de Barcelona y nosotros", dice el médico quien, como otros facultativos que trabajan en la sanidad privada, reparte su tiempo entre la clínica USP San José, la de La Luz (en Madrid) y una propia, que es donde, en este caso, hace el seguimiento del paciente.
"Nosotros todavía operamos con los americanos que inventaron la técnica aquí. De alguna manera estamos todavía en fase de entrenamiento. Nuestro objetivo es ofrecer la máxima eficacia con el menor riesgo", apunta el especialista. En los tres meses que hace desde que empezaron a operar con esta técnica ya han intervenido a una veintena de personas.
La operación parece sencilla. Una vez anestesiado el paciente, se le introduce por la boca un endoscopio que tiene en su extremo una especie de pinza que sirve para poner grapas en el estómago. "Se pinza hacia dentro, de manera que lo que se deja en contacto es la parte de fuera del estómago, que cicatriza y se une; así no hay peligro, como en otras intervenciones, de que se vuelva abrir el estómago, porque lo que se pone en contacto no es la mucosa, que pega muy mal", indica el médico mientras dobla un papel para explicar de manera gráfica el proceso que se aplica a esta cirugía.
Así contado parece fácil. "Pero hay que saber dónde y cuánto grapar", matiza el médico. En el caso de Lucini necesitó 15 grapas, y la intervención duró apenas 45 minutos. "En algunas llegamos a la hora y media, pero no es lo normal. Según vayamos perfeccionando la técnica el tiempo irá bajando", dice Caballero.
Con este modelo de operaciones se consigue disminuir la capacidad del estómago del paciente, que es la base de todas las intervenciones de reducción de este tipo. Pero se hace de una manera muy selectiva. "Cerramos sobre todo el lumen [la parte superior del estómago, la más cercana a la entrada del esófago]", explica el médico. Y, al intervenir ahí, se obtiene un efecto a?adido, porque es en esa zona donde se produce la grelina, que es la hormona que cuando llega al cerebro le da la se?al de que el paciente tiene apetito. "Al reducirla, se produce un efecto saciante", explica el cirujano.
El paciente confirma este efecto: "Vengo de pedirme un arroz con gambas y setas que no se lo saltaba un gitano, pero me he dejado la mitad y no me ha costado nada. Antes, eso hubiera sido imposible", cuenta Lucini.
Además, la técnica tiene la ventaja de que el posoperatorio es muy corto. "Estuve ingresado una noche, y eso porque me habían puesto anestesia general", dice Lucini. "Al día siguiente, salió del hospital y cogió un avión para Tenerife", remacha orgulloso Caballero. "Solo tuve algunos espasmos al volver a comer", relata el paciente.
Casi la mayor pega es el precio: unos 12.000 euros le ha costado todo el proceso a Lucini, ya que esta intervención no la ofrece la sanidad pública. "Ahora estoy de papeleos a ver si el seguro me lo paga", dice. Las molestias son tan escasas que en algunos casos el médico tiene que recurrir a trucos para que el paciente sea consciente de que le han hecho algo y que tiene que tomar precauciones. A las cinco semanas el paciente vuelve a hacer dieta normal.
Pero la relación con el médico no acaba con el alta. "La intervención no es un hecho aislado. Al paciente se le pone inmediatamente un programa de seguimiento de dos a?os, con psicóloga, nutricionista y entrenador personal que le va diciendo qué ejercicios debe hacer. Si tiene alguna duda, puede consultarnos por correo electrónico", dice Caballero.
Aprovechando la visita del paciente a Madrid, el médico le hace una revisión más completa. Aparte de pesarle y medirle la grasa corporal y el agua, con una ecografía le observa el hígado. "Lo tenía graso, que es síntoma de da?o hepático, pero está reduciéndose", dice satisfecho.
El programa de seguimiento es clave. Tanto, que el médico afirma que si durante la entrevista que tiene con alguien interesado no le ve dispuesto a seguirlo, no le opera. "Rechazo hasta un 30% de las solicitudes", afirma Caballero.
Lucini no lo entiende. "Seguirlo es muy fácil. Claro que yo siempre he hecho mucho ejercicio. Juego al pádel a diario, al tenis, buceo, camino a diario. Pero me había descuidado. La diferencia es que ahora me canso menos, y disfruto mucho más. Ahora me miro en el espejo y no me reconozco. Y eso que aún me quedan 17 kilos por perder", dice seguro de que lo conseguirá.
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