Los or¨ªgenes del orden pol¨ªtico
En Westeros, los proscritos de sus siete reinos se alistan, de buen grado o por la fuerza, en la Guardia de la Noche y juran servirla de por vida: "Ahora empieza mi guardia. Solo acabar¨¢ con mi muerte. No tendr¨¦ mujer, ni tierras, ni hijos".
La Guardia, imaginada por mi coet¨¢neo George R. R. Martin, ha cableado la mentalidad de una generaci¨®n de j¨®venes universitarios, devoradores de su Canci¨®n de hielo y fuego, una saga fant¨¢stica que HBO est¨¢ llevando a la televisi¨®n, esto es, al mundo. En la Guardia, la fratr¨ªa sustituye a la patria y el celibato aleja las distracciones personales y familiares, aunque no siempre las impida.
La fantas¨ªa ¨¦pica de la Guardia de la Noche evoca docenas de instituciones hist¨®ricas pensadas para aislar a sus miembros de toda influencia proveniente de sus familias originarias o de las que podr¨ªan llegar a formar.
El Estado es algo demasiado serio para ponerlo al servicio de las familias de sus pol¨ªticos y funcionarios
As¨ª, algunas culturas musulmanas establecieron fratr¨ªas militares de esclavos convertidos al islam y juramentados al servicio militar del poder pol¨ªtico, como los mamelucos en Egipto o los jen¨ªzaros en el Imperio Otomano. Las Cruzadas dieron origen a los templarios. La Legi¨®n Extranjera francesa, creada en 1831, se nutr¨ªa de extranjeros desarraigados: "Legio patria nostra", la legi¨®n es nuestra patria, rezaba su lema. Todav¨ªa hoy, el cuerpo de marines norteamericano ve con muy malos ojos el matrimonio entre marines de distinto rango o posici¨®n, aunque, por razones constitucionales, no pueda prohibirlos.
Las fratr¨ªas militares que no se disuelven en el Estado al que pretenden servir suelen acabar mal. Los templarios fueron aniquilados en 1314 y los jen¨ªzaros en 1826. Pero dejo el destino que acecha, en la novela de Martin, a la Guardia de la Noche y a Jon Snow, su joven adalid, a la curiosidad ansiosa de sus subyugados lectores, entre quienes me incluyo.
Intrigado por la recurrencia de los intentos hist¨®ricos de apartar el servicio al poder pol¨ªtico del matrimonio y la familia, el analista Francis Fukuyama escribe ahora que, en el origen de todo orden pol¨ªtico bien estructurado, est¨¢ el esfuerzo logrado por evitar su patrimonializaci¨®n, su captura por sus servidores y sus estirpes (The Origins of Political Order). Como en la ficci¨®n de la Guardia de la Noche de Martin, en el fresco hist¨®rico comparado de Fukuyama, solo un Estado fuerte, sujeto a las leyes y que cuente con resortes institucionales para hacer responder a sus servidores resiste la usura del paso del tiempo.
Fukuyama acumula episodios hist¨®ricos muy heterog¨¦neos para ilustrar su tesis, casi fant¨¢stica, de que todo buen gobierno aparta sistem¨¢ticamente a los servidores p¨²blicos de sus familias de origen o, incluso, de la posibilidad -legal o biol¨®gi-ca- de formarlas. Como en su libro aparecen desde la pr¨¢ctica imperial de la China de los Zhou (siglo VII antes de Cristo) de imponerse a los arist¨®cratas exterminando tambi¨¦n a sus familiares hasta la imposici¨®n del celibato eclesi¨¢stico en la Iglesia occidental por el monje-papa Gregorio VII (1073-1085), pasando por los regimientos de esclavos soldados o la encomienda de llevanza de las cosas p¨²blicas a eunucos, muchos le criticar¨¢n por apilar an¨¦cdotas hist¨®ricas, casi por novelarlas. Mas, al cabo, nadie osar¨¢ negar que el resultado es casi tan fascinante en Fukuyama como en Martin.
Gobernantes y sus familiares se han entrecruzado siempre. La secretaria de Estado Hillary Clinton sigue casada con un antiguo presidente de Estados Unidos; la candidata a la presidencia de Francia Martine Aubry es hija de Jacques Delors, expresidente de la Comisi¨®n Europea; y, en Catalu?a, el patriarca Pujol cuenta a un hijo suyo entre los cuatro o cinco primeros dirigentes del partido que fundara. Fukuyama acierta cuando acent¨²a la importancia de separar los ¨¢mbitos de lo p¨²blico y de lo privado, respetando ambos.
Hace unos 20 a?os, Fukuyama salt¨® a la fama al anunciar el final de la Historia, cuando sostuvo que no es pensable un r¨¦gimen pol¨ªtico superior a la democracia liberal. Ahora, vuelve a retar a sus cr¨ªticos al situar las claves del buen gobierno en realidades hist¨®ricas, como el derecho can¨®nico y el common law anteriores a la Revoluci¨®n Industrial y a la Ilustraci¨®n, es decir, al origen de la Historia seg¨²n los modernos.
Martin y Fukuyama son recomendaciones osadas, pero la inagotable creatividad del primero y la fant¨¢stica reflexi¨®n del segundo son un reto avasallador para quienes creemos que la familia es demasiado importante para dejarla en manos de Iglesias y Gobiernos o que el Estado es demasiado serio para ponerlo al servicio de las familias de sus funcionarios y pol¨ªticos.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra.
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