Algo va mal con Catalu?a
Los l¨ªderes pol¨ªticos catalanes lo han dicho tantas veces, la prensa catalana lo ha repetido con tan reiterativa insistencia que, al final, la letan¨ªa ha pasado a formar parte del paisaje cotidiano, como si, al empezar cada jornada, se diera por descontado que ha de llegar Pedro anunciando la presencia del lobo. Y, sin embargo, es cierto y m¨¢s grave de lo que parece: algo va mal, muy mal con Catalu?a.
Hasta mediados de los 90, el sistema auton¨®mico sol¨ªa describirse en t¨¦rminos elogiosos tanto en los ¨¢mbitos acad¨¦micos como en los pol¨ªticos. Espa?a, se dec¨ªa entonces, estaba en v¨ªas de solucionar los grandes problemas heredados del siglo XIX, y el sistema auton¨®mico era un hallazgo, una f¨®rmula propia y original, para desactivar las tensiones territoriales. Era tal el prestigio que se conced¨ªa a este hallazgo, a esta f¨®rmula, que se pens¨® que podr¨ªa servir como modelo en situaciones tan distintas como la implosi¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica o el conflicto del Sahara. Espa?a, recu¨¦rdese, fue durante unos a?os el pa¨ªs de moda.
A partir de cierto momento, sin embargo, las cosas se torcieron, y de la exageraci¨®n en un sentido se pas¨® a la exageraci¨®n en el contrario. El prestigio que se conced¨ªa al sistema auton¨®mico se convirti¨® en desprecio, de manera que el mismo hallazgo, la misma f¨®rmula considerada como un ¨¦xito hasta entonces se tuvo, de pronto, por un fracaso. La soluci¨®n, para unos, pasaba por una nueva centralizaci¨®n; para otros, por alguna variante de la independencia y, para quienes no compart¨ªan ninguna de estas dos salidas, por el federalismo. En resumidas cuentas, cualquier cosa antes que el sistema auton¨®mico.
Los partidos nacionalistas no han abandonado nunca sus reivindicaciones. Son y siempre han sido eso, partidos nacionalistas que quieren exactamente lo que quieren los partidos nacionalistas. Quienes s¨ª han cambiado, no sus reivindicaciones, sino la respuesta a las reivindicaciones de los partidos nacionalistas, son los partidos no nacionalistas. La han cambiado y lo que es m¨¢s grave, lo han hecho sin darse cuenta de que lo hac¨ªan y sin advertir el inmenso e irrecuperable destrozo que estaban provocando.
Hasta finales de los 90 la respuesta de los partidos no nacionalistas a las reivindicaciones de los nacionalistas se resum¨ªa en exigir respeto a las instituciones y los procedimientos. Que la historia de una comunidad fuera ancestral o no lo fuera, o que esa comunidad tuviera o no tuviera un sentimiento de naci¨®n, resultaba irrelevante a efectos pol¨ªticos. Al nacionalismo de los nacionalistas se respond¨ªa con la noci¨®n de ciudadan¨ªa pactada en la Constituci¨®n, que remit¨ªa a los derechos y deberes individuales, no a la historia ni a los sentimientos colectivos. Pero, en aquellas fechas, alguien tuvo la funesta idea de que los partidos no nacionalistas deb¨ªan convertirse al nacionalismo para mejor combatir a los partidos nacionalistas, y de que, para responder a las reivindicaciones de estos, hab¨ªa que contraponer historia con historia, sentimiento de naci¨®n con sentimiento de naci¨®n, destapando la tufarada de noventayochismo que nos invade desde entonces.
Por si esta desgracia no fuera bastante, lleg¨® un nuevo Gobierno y, con ¨¦l, una nueva idea funesta, que consist¨ªa en sustituir el esencialismo de la Espa?a una, afirmado con adustez escurialense, por el de la Espa?a plural, sostenido entre beat¨ªficas sonrisas. Con el agravante de que, adem¨¢s, ese nuevo Gobierno, inspirado por el esencialismo de la Espa?a plural, se lanz¨® a reformar el sistema auton¨®mico en el que, junto a otros elementos, se apoyaba la noci¨®n de ciudadan¨ªa, dej¨¢ndola maltrecha. En esta segunda oleada de descentralizaci¨®n, como se la denomin¨® pretenciosamente, no hab¨ªa ni instituciones ni procedimientos constitucionales que respetar, sino imprecisas l¨ªneas rojas para un aut¨¦ntico festival de lecturas amplias e imaginativas de la Constituci¨®n.
Los partidos nacionalistas participaron tanto como los no nacionalistas, y en concreto, el Partido Socialista, en este festival absurdo. Y, aunque el Partido Popular se abstuvo de hacerlo, no encontr¨® mejor manera de dejarse notar que instigando campa?as contra los intereses catalanes, recurriendo de manera oportunista unos estatutos y no otros, y bloqueando a su conveniencia la composici¨®n del Tribunal Constitucional. Hoy, claro, algo va mal, muy mal con Catalu?a. Tambi¨¦n con otras comunidades aut¨®nomas, y es dif¨ªcil saber d¨®nde y c¨®mo acabar¨¢ este embrollo. Pero acabe donde acabe, y lo haga como lo haga, resulta un insulto contra la inteligencia contemplar c¨®mo proclaman el fracaso del sistema auton¨®mico precisamente aquellos que m¨¢s se han esforzado en hacerlo fracasar. Unos, los nacionalistas, por inter¨¦s. Otros, los no nacionalistas, por obcecaci¨®n o por estulticia.
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