Puntilla a la lidia catalana
Parec¨ªa que el apocalipsis iba a caer ayer sobre la Monumental de Barcelona. Y todo porque una ley del Parlamento catal¨¢n proh¨ªbe a partir del 1 de enero que se maten toros en espect¨¢culos p¨²blicos. Si la prohibici¨®n fuera tan tremenda lo normal hubiera sido aprovechar cada d¨ªa del a?o para organizar corridas hasta el 31 de diciembre y as¨ª contentar a las insatisfechas masas de aficionados catalanes que suspiran por la tauromaquia. Lo cierto es que en todo el a?o se habr¨¢n lidiado 10 corridas y que la plaza siempre ha estado medio vac¨ªa. Hay 18 ciudades en Espa?a que programan m¨¢s corridas que Barcelona; 28 provincias con m¨¢s festejos taurinos que ella. Es decir, que la gran metr¨®poli hace mucho que dej¨® de ser un referente.
La prohibici¨®n puede acabar con la lidia de toros en Catalu?a, pero no con su afici¨®n ni sus escuelas taurinas ni sus oficios y, mucho menos, con la tauromaquia. No es una cat¨¢strofe para la afici¨®n catalana, que ya hab¨ªa aprendido a viajar a mejores plazas con mejores carteles, ni tampoco un triunfo absoluto de los prohibicionistas, cualesquiera que fueran sus causas.
Hay interpretaciones para todos los gustos. ?Un triunfo del nacionalismo? Pues miren a Gipuzkoa, donde se ha edificado una de las ¨²ltimas plazas de Espa?a; o a Ourense, reducto del m¨¢s profundo mundo pepero y que pasa a?os sin corrida alguna. ?Cuesti¨®n Norte-Sur? Pues tampoco parece. Navarra es de largo la provincia con m¨¢s festejos taurinos del pa¨ªs y Andaluc¨ªa ha perdido la mitad de los suyos en tres a?os.
Cuando se proh¨ªbe algo que se cae solo parece m¨¢s un brindis al sol que una decisi¨®n por principios ¨¦ticos (de ser as¨ª, el Parlamento catal¨¢n tambi¨¦n hubiera prohibido las crueles fiestas con vaquillas). El mismo brindis al sol que en 1991 realiz¨® Canarias -sin esc¨¢ndalo alguno- al prohibir corridas que no se celebraban. En este caso el argumento de la crueldad tampoco vali¨® para acabar con las luchas de gallos.
M¨¢s cornadas da el hambre, dijo El Espartero hace dos siglos, y sigue siendo cierto. En ¨¦poca de cornadas sociales por doquier, la prohibici¨®n de los toros en Catalu?a no es, ni para la salud de la tauromaquia, de mucha gravedad.
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