Se dice y se hace
Lo que se dice se hace. Ese fue el lema con el que Zapatero gan¨® las primeras elecciones y con el que sac¨® las tropas espa?olas de Irak. Eran los tiempos en los que el presidente del Gobierno atend¨ªa a las ideas del republicanismo de Philip Pettit, que al poco tiempo de gobernar el PSOE vino a Espa?a e hizo una especie de auditor¨ªa democr¨¢tica que relacionaba el programa que los socialistas se comprometieron a cumplir con las medidas tomadas.
Luego pas¨® lo que pas¨® y la crisis econ¨®mica se instal¨® como ¨²nica agenda pol¨ªtica. Se multiplicaron las contradicciones, se olvid¨® el programa electoral y a partir de mayo de 2010 los socialistas empezaron a perder a chorros la intenci¨®n de voto. El 20-N habr¨¢ nuevas elecciones y todav¨ªa, dos meses antes de las mismas, no conocemos apenas nada de los programas de los principales partidos en contienda. No sabemos a qu¨¦ se comprometen (a mantener, a revisar, a recortar, a a?adir, a reformar) ni c¨®mo lo financiar¨¢n. A lo ¨²nico que apostamos es a que ser¨¢n medidas de austeridad y no promesas de m¨¢s a m¨¢s, como hasta ahora.
Tradicionalmente el programa electoral no ha servido para nada. Tomemos la palabra y exijamos que se cumpla
Los programas electorales no han servido tradicionalmente para mucho. Suelen ser papel mojado en las democracias adolescentes. En 1982 -la mayor victoria electoral de un solo partido- Felipe Gonz¨¢lez gan¨® con un programa de expansi¨®n de la demanda y aplic¨® un seguro plan de ajuste que dur¨® dos legislaturas. Una democracia es tanto m¨¢s madura cuanto mejor auditan los ciudadanos de modo cotidiano el cumplimiento de las promesas electorales y denuncian sus desviaciones. Y cuando se cumplen las memorias econ¨®micas (cu¨¢nto cuestan y qu¨¦ cosas se dejan de hacer, alternativamente) de las medidas que se toman. En definitiva, en el momento en que la ciudadan¨ªa se convierte en una especie de tribunal de cuentas permanente.
Por ejemplo, en el fragor preelectoral y de cuerpo presente todas las dificultades relacionadas con la crisis de la deuda soberana, no hemos vuelto a saber casi nada de la Ley de Econom¨ªa Sostenible y de las ideas de Rubalcaba, Rajoy y el resto de los candidatos sobre aquello que tan pomposamente se denomin¨® cambio del modelo productivo. Este no consiste solo en la transici¨®n de una econom¨ªa basada en el ladrillo a otra centrada en el conocimiento y la innovaci¨®n, sino en eliminar algunas de las debilidades estructurales del crecimiento y de la productividad. La econom¨ªa sumergida, el elevado fraude fiscal, la existencia de multitud de lagunas en el sistema tributario que da lugar a lo que el economista Vito Tanzi ha denominado "termitas fiscales" (personas f¨ªsicas y jur¨ªdicas que, a trav¨¦s de exacciones, exenciones e intersticios, no pagan legalmente los impuestos que les corresponder¨ªan) forman parte de las deseconom¨ªas de escala de ese modelo productivo. Si tambi¨¦n esto se abordase, probablemente muchos de los recortes que de repente se nos han venido encima ser¨ªan menores o no habr¨ªa que haberlos iniciado.
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