A la horca con 14 a?os
Se llama Alphonse Kenyi. Aguarda en una prisi¨®n de Sud¨¢n del Sur a que un tribunal anule la condena a muerte dictada contra ¨¦l cuando ten¨ªa 14 a?os. EL PA?S le entrevist¨® entre los muros de una c¨¢rcel putrefacta
Yo nunca dije ante el juez que hubiera matado a nadie". Alphonse Kenyi, que ya ha cumplido 15 a?os, est¨¢ en la ¨²ltima ala de la prisi¨®n de Juba, reservada para los condenados a muerte. Lleva entre rejas desde octubre de 2009. Fue condenado por asesinato m¨²ltiple cuando tan solo ten¨ªa 14 a?os. Le se?alaron como miembro de un grupo que iba por la ciudad matando gente, los llamados niggers. Est¨¢ en el corredor de la muerte desde octubre de 2010. Sobre ¨¦l pende la sombra de la horca.
Su historia es el reverso oscuro de un proceso ilusionante. El pasado 9 de julio, Sud¨¢n del Sur se convirti¨® en un pa¨ªs independiente, y la ciudad de Juba, en la capital m¨¢s joven del mundo. Tras una guerra de 22 a?os contra el norte, Juba es hoy una ciudad optimista que mira al futuro. La nueva corriente de esperanza llega hasta la prisi¨®n Central e incluso hasta el corredor de la muerte, donde los condenados sue?an con que el nuevo Estado los perdone.
Alphonse fue se?alado como miembro de un grupo que iba por la ciudad matando gente, los llamados 'niggers'
Huele a meado, e incontables moscas se posan en la piel, en la ropa y en los rifles gastados de los guardas
"Te miden y te pesan para regular la horca. Si no est¨¢ bien regulada, te puede cortar la cabeza"
En esta c¨¢rcel hay otros 46 ni?os que conviven con unos 1.000 reos adultos. En el edificio contiguo hay cinco ni?as
"Me humillaron, me pegaron muchas veces, quer¨ªan que admitiera haber hecho cosas que yo no hab¨ªa hecho"
"Los polic¨ªas usaron cuchillas de afeitar y agujas, me dijeron que confesara, pero yo nunca admit¨ª nada"
Alphonse es el m¨¢s joven de ellos. El sexto de siete hermanos y el ¨²nico que pudo ir al colegio, aunque solo durante dos a?os. Sus padres, que estaban desempleados y con trabajos ocasionales, no pod¨ªan permitirse pagar la educaci¨®n de sus hijos. Viv¨ªan en Kalitok, un poblado a unos 85 kil¨®metros de Juba. En 2008 se trasladaron a la capital para que el padre, enfermo, pudiera recibir atenci¨®n m¨¦dica. La madre consigui¨® un trabajo en el Servicio de la Vida Salvaje, y Alphonse, como muchos otros ni?os en Juba, se dedicaba a recolectar botellas de pl¨¢stico por la calle para venderlas como recipientes o para su reciclaje. Pero la libertad de moverse por las calles de Juba le dur¨® a Alphonse solo un a?o: en octubre de 2009 fue arrestado por asesinato m¨²ltiple.
"Hab¨ªa habido disparos y asesinatos en Nyakuron [un suburbio de Juba], as¨ª que la polic¨ªa empez¨® a buscar a cualquier persona con uniformes y pistolas. Me encontraron en mi casa y vieron el uniforme de mi madre. La polic¨ªa me arrest¨® y me llev¨® a la comisar¨ªa", explica Alphonse.
Juba, la capital de Sud¨¢n del Sur, es una ciudad en ebullici¨®n. Destruida casi totalmente durante la guerra que acab¨® en 2005, hoy abundan los sitios en obras. Torres acristaladas albergan hoteles y bancos junto a edificios medio en ruinas. Todoterrenos con los cristales tintados conducen a gobernantes y dignatarios internacionales que se cruzan con vacas de largos cuernos y cabras que buscan comida entre la basura en las calles.
La prisi¨®n est¨¢ situada en el mismo centro de la ciudad. Es uno de los pocos edificios que apenas han cambiado en los ¨²ltimos 60 a?os. Numerosos guardas y polic¨ªas armados con rifles gastados pasean alrededor de la puerta principal, que se abre en los enormes muros de piedra coronados con alambre. Otros se sientan en sillas de pl¨¢stico o en el suelo intentando buscar algo de sombra para huir del calor aplastante.
Dentro de los muros, en un patio de tierra, hay varios sillones destartalados, ra¨ªdos y quemados por el sol. Tambi¨¦n aqu¨ª hay docenas de guardas y polic¨ªas que parecen no tener mucho que hacer. Pasean lentamente sec¨¢ndose el sudor de la cara, se sientan en los sillones o en el suelo, algunos lucen con desgana sus viejos rifles AK-47. Huele a meado, e incontables moscas se posan en la piel, en la ropa, en los rifles, en el tapizado roto y ajado de los sillones.
El oficial encargado de los menores en la prisi¨®n es Fabian Serit. Fabian es un hombre no muy alto y de sonrisa f¨¢cil. Tiene una cara simp¨¢tica y, a pesar del calor, viene al trabajo cada d¨ªa con pantalones de traje y una camisa de manga larga. Fabian suda constantemente y lleva un pa?uelo en el bolsillo que se pasa por la cara cada pocos minutos. Le gusta hablar y r¨ªe constantemente. Cuando est¨¢ contando algo importante o que ¨¦l considera una confidencia, te coge del brazo y te mira fijamente con sus ojos enrojecidos mientras baja la voz.
"Un grupo llamado niggers iba por la ciudad matando a la gente. Fueron arrestados y torturados y la polic¨ªa les oblig¨® a que se?alaran a sus secuaces por la calle, y fue entonces cuando denunciaron a Alphonse", dice Fabian en voz baja. Y luego se exalta: "?Pero ¨¦l es inocente y adem¨¢s es un ni?o! As¨ª que lo llevamos al m¨¦dico. El doctor dijo que ten¨ªa 14 a?os y ahora estamos intentando cambiar oficialmente su edad para quitarle la condena a muerte". En enero de 2010, Sud¨¢n cambi¨® sus leyes y aument¨® de 15 a 18 a?os la edad m¨ªnima para que un criminal pueda ser sentenciado a la pena capital.
Fabian y otros funcionarios de la prisi¨®n trabajan en una oficina muy peque?a y de paredes desnudas, en la que tres mesas y unas pocas sillas apenas dejan sitio para nada m¨¢s. Todos los informes y documentos est¨¢n en papel y manuscritos en una mezcla de ingl¨¦s y ¨¢rabe. Dos de los funcionarios intentan sin mucho ¨¦xito usar el programa Microsoft Word en el ¨²nico y viejo ordenador que acaba de ser donado por la ONU. Las moscas y el calor se cuelan en la oficina aunque aqu¨ª se puede al menos escapar del sol punzante.
Unas enormes y pesadas puertas de metal conducen al patio interior de la c¨¢rcel y a las celdas. El patio es un espacio amplio, con el suelo de tierra, dividido en dos partes por una verja. De nuevo el calor, la luz, el polvo, las moscas. A la derecha de la verja hay unos pocos ¨¢rboles y un tejadillo de metal que dan algo de sombra. Los presos se concentran all¨ª, sentados en el suelo, intentando huir del sol y de la luz cegadora de la ma?ana. Otros se sientan junto al muro que separa el patio de las celdas a la izquierda, donde tambi¨¦n hay una estrecha franja de sombra. Apenas hay movimiento, casi nadie camina y las conversaciones son en voz baja.
El m¨¦todo de ejecuci¨®n empleado en la c¨¢rcel es la horca. Fabian explica que hay una f¨®rmula para colgar a los condenados. "Te miden y te pesan para regular la horca. Si no est¨¢ bien regulada, te puede cortar la cabeza. Si esto ocurre, los encargados de regularla son encarcelados".
Incluyendo a Alphonse, en el corredor de la muerte hay ahora 50 condenados, todos por asesinato. En 2011, hasta la independencia en julio, dos reclusos han sido ejecutados. El a?o pasado fueron ocho en total, seg¨²n cuenta Fabian. Y adem¨¢s de Alphonse, en esta c¨¢rcel hay otros 46 ni?os que conviven con unos 1.000 reos adultos. Hay tambi¨¦n cinco ni?as, alojadas en un edificio contiguo con las mujeres.
La mayor¨ªa de los presos adultos, al igual que casi todos los polic¨ªas y guardias, son exguerrilleros que lucharon en la guerra civil que enfrent¨® al norte y al sur de Sud¨¢n entre 1983 y 2005. Entre los presos adultos, los delitos m¨¢s comunes son el robo, el adulterio, la violaci¨®n y el asesinato. Entre los ni?os, los peque?os robos menores y algunos asesinatos.
El caso de los condenados por asesinato es particular. "La pena depende de la decisi¨®n de los familiares de la v¨ªctima", explica James Warnyang, otro funcionario al cargo de los menores. Los familiares le piden al asesino una cantidad de dinero como compensaci¨®n. Es lo que aqu¨ª en ¨¢rabe llaman dia y en ingl¨¦s blood money (dinero de sangre). La ley establece que los familiares pueden pedir como m¨¢ximo 30.000 libras (unos 8.250 euros) y esta es la cantidad solicitada en casi todos los casos. "Aunque depende de las tribus", interviene Fabian; "por ejemplo, los dinka pueden pedir 30 vacas en lugar de 30.000 libras". Cuando se fija la cantidad, el juez impone una nueva sentencia de c¨¢rcel, de hasta cinco a?os si es un menor y de hasta 10 si es un adulto.
"Pero si los familiares de la v¨ªctima dicen que quieren al asesino muerto, entonces ya est¨¢: son los familiares los que deciden y no hay nada que hacer, aunque si el condenado es un menor, entonces la ley dice que no puede ser ejecutado", concluye James. En la prisi¨®n Central de Juba, adem¨¢s de Alphonse, hay nueve menores que cumplen penas de c¨¢rcel por asesinato.
Hay varias alas: una para los presos comunes, otra para los enfermos mentales, otra para los presos pol¨ªticos, que es la que curiosamente ocupan los menores. Una puerta en el muro da acceso al ala para los presos pol¨ªticos. Los menores esperan bajo un toldo met¨¢lico, de pie y en filas. Llevan ropas sucias y rotas, est¨¢n muy delgados y aguardan con expectaci¨®n. De repente empiezan a cantar mientras dan palmas y se mueven r¨ªtmicamente.
Cuando la canci¨®n acaba, todos se sientan en el suelo en filas y miran con ojos enormes, con intensidad, algunos con la boca abierta, otros con sonrisas de emoci¨®n. La escena recuerda m¨¢s a una escuela que a una c¨¢rcel.
Muchos ni?os quieren hablar y sus historias podr¨ªan llenar un libro de reportajes. Est¨¢ Mangar Abuc Malnal, de 16 a?os, que parece uno de los jefes del grupo. Los dem¨¢s corean su nombre mientras Mangar, lleno de energ¨ªa y confianza, se levanta y cuenta con naturalidad c¨®mo asesin¨® a otro ni?o en una pelea, mientras Fabian y varios de los menores r¨ªen. Se entreg¨® ¨¦l mismo a la polic¨ªa en julio de 2009 y lleva desde entonces en la c¨¢rcel.
Pero su juicio no se celebr¨® hasta diciembre de 2010, cuando fue condenado a pagar 30.000 libras como dinero de sangre a la familia de la v¨ªctima y a tres a?os de prisi¨®n, que empezaron a contar en el momento de la condena. Mangar dice que cuando pueden jugar al f¨²tbol y cuando tienen clase, la vida en prisi¨®n no est¨¢ mal, aunque la comida no es buena. "Pero el bal¨®n se ha pinchado y ahora no tenemos nada que hacer, as¨ª que nos pasamos el d¨ªa sin hacer nada y pensando".
El caso de Diu Ajak tambi¨¦n es llamativo. Alto, muy delgado y con un rostro infantil y triste, tiene 13 a?os, aunque aparenta 9 o 10. "Ten¨ªa hambre, por eso entr¨¦ en la casa, cog¨ª 120 libras [32 euros] y una c¨¢mara de fotos peque?a", cuenta Diu hablando en voz muy baja. "El due?o del dinero me pill¨® y me peg¨® con un palo. Era un oficial del Ej¨¦rcito. Me llev¨® a la comisar¨ªa y all¨ª los polic¨ªas me pegaron, me dieron muchos latigazos". Entonces Diu calla, se alza la camiseta y muestra la espalda. Est¨¢ llena de cicatrices, pese a que esto le ocurri¨® cinco meses atr¨¢s.
"Me metieron en un coche y me llevaron para que se?alara a alguien. Yo se?al¨¦ a unos chicos porque los polic¨ªas me hab¨ªan pegado. Los que se?al¨¦ son amigos m¨ªos, pero no estaban conmigo cuando fui y rob¨¦ en la casa", contin¨²a el chico.
Los cinco ni?os fueron arrestados y llevados a una comisar¨ªa. Dos de ellos, Angok Mum y Chol Achek, ambos de 14 a?os, se levantan indignados y cuentan su versi¨®n de la historia, que coincide con la de Diu aunque ellos niegan que fueran amigos y aseguran que no lo conoc¨ªan. Angok y Chol dicen que los polic¨ªas tambi¨¦n les pegaron a ellos en la comisar¨ªa para que confesaran haber robado, pero que ellos nunca lo admitieron.
M¨¢s adelante, Fabian contar¨¢ por tel¨¦fono que Diu y los cinco menores arrestados junto a ¨¦l han sido liberados tras haberse pasado m¨¢s de siete meses en la c¨¢rcel sin sin haberse celebrado juicio alguno. Y en el caso de los cinco se?alados por Diu, sin pruebas en su contra.
Mientras hablan Diu, Angok y Chol, un funcionario ha tra¨ªdo a Alphonse, que se ha dejado caer en una silla de pl¨¢stico. Alto, delgado, cabizbajo, de rostro amplio y grandes ojos, no deja de tocarse los pies y los grilletes que le atenazan los tobillos. Los dem¨¢s ni?os lo miran con respeto y desde la distancia. Alphonse simplemente los ignora. Uno de los funcionarios dice a los chicos que se pueden ir y la mayor¨ªa se levantan y se van. Alphonse se sienta en el suelo y, con la vista baja, hace dibujos en la arena. Unos pocos ni?os se quedan y se sientan o se tumban cerca de ¨¦l, le miran serios y en silencio.
Empieza a hablar y dice que su nombre completo es Alphonse Kenyi Makwach y que naci¨® el 19 de enero de 1996. Apenas alza la mirada y habla mon¨®tona y lentamente, como si estuviera cansado o aburrido de repetir las mismas palabras, mientras sigue trazando formas y letras con la arenilla del suelo. "Me arrestaron en octubre de 2009. Mi madre trabaja para el Servicio de Protecci¨®n de la Vida Salvaje y su uniforme [similar al de los soldados] estaba en casa".
"Me humillaron, me pegaron muchas veces, quer¨ªan que admitiera haber hecho cosas que yo no hab¨ªa hecho. Me metieron en una celda con m¨¢s gente que estaba acusada de matar y de destrozar el pueblo y a m¨ª me acusaron de lo mismo. Me pegaban con ese bast¨®n que tiene la polic¨ªa. Si les miraba, me pegaban. Me llevaron al tribunal. El juez pregunt¨®: '?Qu¨¦ ha hecho esta persona?'. El fiscal dijo: 'Estas personas han matado'. Y nos trajeron aqu¨ª a la c¨¢rcel. El fiscal volvi¨® a la comisar¨ªa y escribi¨® que todos hab¨ªamos confesado y por eso nos condenaron a muerte. Pero ante el juez yo nunca dije que hubiera matado".
Sigue su discurso lentamente, pero sin pausa; los dem¨¢s ni?os escuchan en silencio y siguen la escena con intensidad. "En la comisar¨ªa, los polic¨ªas usaron cuchillas de afeitar y agujas, me dec¨ªan que confesara, pero yo nunca admit¨ª nada. Me met¨ªan la aguja entre la carne y la u?a, haci¨¦ndome mucho da?o, y luego romp¨ªan la u?a con la cuchilla". Entonces Alphonse deja de hablar. Alza la vista y ense?a los dedos y las se?ales en sus u?as, como peque?as cicatrices por donde la u?a se habr¨ªa roto.
"No conoc¨ªa a las otras personas que hab¨ªa en la celda. Todos eran mayores que yo. No me hablaron ni me dijeron nada. La polic¨ªa tambi¨¦n les tortur¨® a ellos, a todos nos hicieron lo mismo", agrega el joven. En total eran ocho personas: Alphonse y tres hombres fueron sentenciados a muerte, otro fue condenado a 14 a?os de c¨¢rcel, y dos mujeres y una menor fueron tambi¨¦n castigadas a 14 a?os.
Alphonse calla y sigue haciendo dibujitos en el suelo. El ambiente se relaja un poco, todos parecen volver a respirar, los ni?os empiezan a hablar y a moverse. Algunos se acercan a Alphonse, le hablan con cari?o, intentan animarlo, hacen bromas, a veces consiguen arrancarle una leve sonrisa.
James Warnyang, otro funcionario ocupado de los menores, musita en voz baja: "?l ya no cree que le vayan a liberar, cree que va a ser ejecutado". Y entonces le cuenta lo que Fabian y ¨¦l est¨¢n haciendo para demostrar que es un ni?o, que fue condenado con 14 a?os, y le aseguran que no va a ser ahorcado. Pero Alphonse no reacciona, no alza los ojos para mirar a James y simplemente sigue jugando con la arenilla y haciendo dibujitos y monta?itas con ella.
Tras conseguir el documento de la comisi¨®n m¨¦dica que certifica que Alphonse tiene 15 a?os, el funcionario Fabian elabor¨® un informe completo sobre el caso, que primero tuvo que ser aprobado por el director de la prisi¨®n, despu¨¦s por un tribunal en primera instancia y ahora est¨¢ pendiente de resoluci¨®n en el Tribunal Supremo.
Si se acepta que Alphonse fue condenado a muerte cuando ten¨ªa 14 a?os, entonces la sentencia ser¨ªa invalidada y el tribunal tendr¨ªa que fijarle una pena de c¨¢rcel que, por tratarse de un menor de edad, podr¨ªa ser de hasta cinco a?os, adem¨¢s del pago del dinero de sangre a las familias de las v¨ªctimas. "E inmediatamente tras la resoluci¨®n lo sacar¨ªamos del corredor de la muerte y lo traer¨ªamos aqu¨ª con los otros ni?os", recalca Fabian.
Alphonse lleva puesta una camiseta del Liverpool, pero no responde sobre si le gustan el f¨²tbol y el Liverpool. Los dem¨¢s ni?os le insisten, le hablan de f¨²tbol, hacen peque?as bromas, intentan hacerle re¨ªr y entonces s¨ª reacciona y habla un poco con los otros muchachos; la atm¨®sfera parece un poco m¨¢s ligera durante algunos instantes.
Pasa las noches en el ala de los condenados a muerte, pero los dem¨¢s menores duermen en una estancia junto a este peque?o patio cubierto por un tejadillo de metal. Se trata de una sola habitaci¨®n de unos cuatro metros de ancho por unos 15 de largo. Junto a las paredes se aprietan unos 15 colchones de espuma. Son muy finos y est¨¢n ra¨ªdos y cubiertos por s¨¢banas viejas y sucias. En cada uno de ellos duermen tres ni?os. Algunas redes mosquiteras penden del techo sobre los colchones, aunque no hay suficientes y est¨¢n llenas de agujeros.
La visita a la prisi¨®n Central de Juba llega a su fin. Alphonse sigue sentado en el suelo, de nuevo con la mirada baja y triste. Los dem¨¢s ni?os se levantan, empiezan a andar, se empujan unos a otros y se pelean en broma, r¨ªen y empiezan a jugar. De vuelta a la oficina, y tras interrogarlo acerca de la tortura, Fabian cuenta: "En los cuarteles de polic¨ªa te pegan, utilizan fuego u otros objetos para que digas la verdad. De hecho, los arrestados quieren que los traigan a la c¨¢rcel lo antes posible porque saben que aqu¨ª no torturamos a nadie".
Fuera, el sol sigue inundando el patio de tierra entre el zumbido de las moscas y las conversaciones de los guardias. Los polic¨ªas pasean lentamente o se dejan caer junto a sus rifles en los sillones quemados por el calor. -
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