La funci¨®n y la forma
El arte no posee l¨ªmites precisos y es un concepto que, en su recorrido hist¨®rico, ha ido ampliando el territorio de su significado. Es habitual en el mundo del f¨²tbol escuchar sentencias del tipo "eres un artista" o "ese gol fue una obra de arte" para expresar la belleza de tal o cual acci¨®n o las cualidades de determinado futbolista o equipo. Si bien estas son solo expresiones y no pretenden trazar una comparaci¨®n entre el f¨²tbol y las manifestaciones art¨ªsticas, la amplitud de lo que hoy entendemos, o creemos entender, por arte nos permite echar en esa bolsa casi cualquier cosa que se nos ocurra.
Pero este es un enfoque permitido desde el expansivo universo del arte. El f¨²tbol profesional, en cambio, es un territorio acotado. El f¨²tbol no es arte porque ser arte no es su fin. Tampoco lo es ser hermoso. En todo caso, esto puede ser un resultado o una de las consecuencias de otra b¨²squeda, m¨¢s compleja y sutil. Por eso sorprende, a estas alturas del partido, encontrar aficionados y protagonistas que se empe?an en avivar el fuego de un viejo debate: ?se juega para gustar o se juega para ganar?, ?se debe pensar en el juego o se debe pensar en el resultado?
Lo importante es ganar respetando el reglamento. Entonces, ?es irrelevante la forma de conseguirlo?
Cuando nos enroscamos en este tipo de preguntas, partimos de un lugar equivocado al intentar oponer conceptos que no son antag¨®nicos. Es dif¨ªcil llegar as¨ª a respuestas convincentes.
No intentar¨¦ definir aqu¨ª lo que entendemos por est¨¦tica o si este es un concepto que debe o no debe incluir un prop¨®sito funcional. Un tema demasiado amplio y fuera de mi alcance que es todav¨ªa motivo de discusiones filos¨®ficas. Lo que s¨ª podemos asegurar es que el f¨²tbol profesional es un juego competitivo, delimitado por un conjunto de reglas, en el que el objetivo es ganar. O, a lo sumo, no perder.
A diferencia de lo que sucede en algunas disciplinas art¨ªsticas, el f¨²tbol no permite una b¨²squeda exclusivamente est¨¦tica. No es posible perseguir la belleza por la belleza en s¨ª ni mirar un partido solo desde un punto de vista est¨¦tico. La exploraci¨®n de soluciones es obligadamente funcional. El objetivo y la forma son, entonces, elementos inseparables a la hora de juzgar su belleza.
Lo que existe es una b¨²squeda de la armon¨ªa que permita a un equipo lograr sus objetivos y es esa b¨²squeda la que ofrece m¨²ltiples acercamientos, distintas formas de expresi¨®n, para intentar llegar al mismo sitio. Por eso carecen de sentido frases tan opuestas como "me gusta el f¨²tbol lindo" o "yo soy resultadista". Es una frivolidad dar a un partido de f¨²tbol tratamiento de pintura flamenca. No es m¨¢s que un grito redundante y vac¨ªo proclamar como filosof¨ªa el simple deseo de ganar en una actividad en la que el objetivo es ganar y todos quieren hacerlo.
Podr¨ªamos, entonces, centrar el debate en la pregunta siguiente: siendo lo importante conseguir el objetivo, que es ganar respetando el reglamento, ?se torna irrelevante la forma de conseguirlo?
He aqu¨ª donde se produce una gran bifurcaci¨®n ideol¨®gica. Por un lado estar¨ªan aquellos a los que no les interesa qu¨¦ medios utiliza su equipo para intentar conseguir el objetivo. Por otro, aquellos a los cuales no les convence una victoria si se llega a ella sin cumplir con ciertos requisitos formales.
Pero esta gran divisi¨®n esconde, a su vez, una trampa. Dado que ning¨²n medio garantiza de antemano la obtenci¨®n del resultado, no es posible desinteresarse por las distintas formas que se pueden utilizar para intentar conseguirlo sin admitir una enorme dolencia: la falta de identidad, algo que solo puede permitirse quien no tiene preferencias ni posee caracter¨ªsticas propias.
La construcci¨®n de la identidad es un trabajo arduo, sutil y que requiere tiempo. La belleza primera en el f¨²tbol la encontramos precisamente en los equipos que poseen un estilo reconocible. Si ese estilo es m¨¢s o menos aburrido, m¨¢s o menos emocionante, m¨¢s o menos bello, depende de otros muchos factores. Entre ellos se encuentra uno ineludiblemente subjetivo: el ojo del que mira.
Aqu¨ª se abre otra antigua e interesante discusi¨®n, que es la de las preferencias sobre los distintos estilos y los gustos de cada cual. Pero eso ya es parte de otra historia.
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