C¨®mo tachar un libro con la mano de Borges
Los propietarios de legados literarios pueden ejercer durante largo tiempo una censura sin l¨ªmites. Vuelve a ponerlo en evidencia la actuaci¨®n de Mar¨ªa Kodama ante un libro que recreaba la obra 'El hacedor'
La pol¨¦mica que acaba de enfrentar a los herederos de Jorge Luis Borges con el escritor Agust¨ªn Fern¨¢ndez Mallo, al que han forzado a retirar del mercado un libro, El hacedor (de Borges), Remake, en el que recreaba el c¨¦lebre relato en prosa y verso del autor de El Aleph, pone de nuevo sobre la mesa una pregunta antigua: ?d¨®nde acaba en estos casos el homenaje y empieza la apropiaci¨®n indebida?
Los abogados de Mar¨ªa Kodama, la viuda de Borges, ten¨ªan tan clara la respuesta que tras una llamada suya, la editorial Alfaguara ha retirado de la circulaci¨®n la obra de Fern¨¢ndez Mallo, pero mientras las puertas de las librer¨ªas se cierran, las interrogaciones vuelven a abrirse: ?hasta qu¨¦ punto se pueden retomar los personajes o las historias de otros para crear las propias? Bertolt Brecht hizo una secuela de El buen soldado vejk, de Jaroslav Haek, titulada vejk en la II Guerra Mundial. Ezra Pound public¨® docenas de poemas en los que parafrasea a Dante, Propercio, James Joyce, Baudelaire, Yeats, Lope de Vega o Confucio. Y a Cervantes le salieron disc¨ªpulos e imitadores de toda clase, desde el impostor que firmaba como Alonso Fern¨¢ndez de Avellaneda y que public¨® en 1614 un falso Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, hasta el propio Borges, autor de Pierre Menard, autor del Quijote; pasando por Andr¨¦s Trapiello, que imagin¨® en Al morir don Quijote la vida de algunos personajes de la novela tras la desaparici¨®n de su protagonista, y hasta es posible que por el mismo William Shakespeare, que seg¨²n algunos investigadores escribi¨® junto a su amigo John Fletcher un drama titulado Cardenio que se inspirada en uno de los secundarios de la obra maestra de Cervantes, cuya primera parte hab¨ªa le¨ªdo porque fue muy pronto traducida al ingl¨¦s, y que se lleg¨® a representar dos veces en Londres, poco antes de que el manuscrito desapareciera en un incendio. ?Si hubieran existido los tel¨¦fonos en 1613, los abogados de Cervantes habr¨ªan llamado a los de Shakespeare para exigirle que el tel¨®n del teatro Globe cayera como una guillotina sobre aquella farsa?
La reproducci¨®n de historias o personajes de otros es una v¨ªa cl¨¢sica de la literatura universal
Al gran escritor argentino no le hubiera gustado tener un l¨¢piz rojo entre las manos
El ejemplo de Cervantes explica que no es lo mismo que te sigan Shakespeare o Borges a que lo haga el oportunista Avellaneda. William Thackeray escribi¨®, adem¨¢s de La feria de las vanidades y Barry Lyndon, una secuela del Ivanhoe de Walter Scott, titulada Rebeca y Rowena, y un autor portugu¨¦s llamado Alfredo Possolo Hogan, que era contempor¨¢neo de Alejandro Dumas, una continuaci¨®n barata de El conde de Montecristo llamada La mano del muerto. Dos notables narradores como Peter Ackroyd y Brian Aldiss se atrevieron a seguir el Frankenstein de Mary Shelley en Diario de Victor Frankenstein y Frankenstein encadenado, pero otros tres mucho menos de fiar, Alexandra Ripley, Katherine Pinotti y Donald McCaig, tuvieron el valor de seguir Lo que el viento se llev¨®, de Margaret Mitchell, en Scarlett, Los vientos de Tara y Rhett Butler. Y un nieto de Bram Stoker quiso emular a su abuelo en Dr¨¢cula: el no-muerto.
Son solo unos cuantos ejemplos que demuestran que todo tiene sus matices. En Espa?a, la editorial 451 promueve una serie de vol¨²menes colectivos en los que autores como ?ngela Vallvey, Isaac Rosa, Lorenzo Silva, Luis Sep¨²lveda, Antonio Orejudo, Juan Bonilla, Jos¨¦ Ovejero, Alicia Gim¨¦nez Bartlett, Juan Madrid, Jos¨¦ Carlos Somoza o Jes¨²s Ferrero, entre otros muchos, han recreado desde Las mil y una noches y los Art¨ªculos de Larra hasta el Poema de mio Cid. Y, en Gran Breta?a y en el otro extremo de esta cuesti¨®n, el sello Quirk Classics se dedica a transformar los cl¨¢sicos en literatura-basura. Entre sus vol¨²menes de m¨¢s ¨¦xito, algunos de los cuales han sido traducidos a nuestro idioma en la editorial Umbriel, se cuentan Sentido y sensibilidad y monstruos marinos y Orgullo y prejuicio y zombis, en las que los personajes de Jane Austen son devorados a la orilla de los lagos por pulpos asesinos o se dedican a cazar seres de ultratumba. Incluso se han atrevido a convertir en robot a la Ana Karenina de Tolst¨®i, transformada en Andoide Karenina, y a alterar La metamorfosis de Kafka en The Meowmorphosis, algo as¨ª como La miaumorfosis, en la que se cuenta c¨®mo Gregorio Samsa despierta una ma?ana convertido en un adorable gato dom¨¦stico. Los autores de esa colecci¨®n usan seud¨®nimos, pero se rumorea que uno de ellos, el que firma como Coleridge Cook -el cocinero de Coleridge- es un escritor muy famoso.
Fern¨¢ndez Mallo escribi¨® El hacedor (de Borges), Remake a partir de las ideas que le suger¨ªa la lectura de El hacedor, e incluy¨® en su texto algunos fragmentos literales del original, algo que sin duda puede ser tan discutible como cuando Leon Garfield acab¨® El misterio de Edwin Drood, la famosa novela de misterio que hab¨ªa dejado a medias Dickens, o Robert B. Parquer escribi¨® el final que le faltaba a La historia de Poodle Springs, de Raymond Chandler, o un hijo de Hemingway edit¨® la novela inconclusa de su padre, True at First Light, reduciendo sus casi 900 p¨¢ginas a poco m¨¢s de 300. Pero una cosa es que se comparta o no su manera de agasajar a Borges, o que lo hiciese con m¨¢s o menos fortuna, y otra que se le pueda impedir hacerlo y, de esa forma, dar a entender que el tributo es un plagio, cosa que podr¨¢ ver que no es cualquiera que lea los dos libros.
En el fondo del problema hay un conflicto que va m¨¢s all¨¢ de Fern¨¢ndez Mallo y los propietarios de los derechos de Borges: ?hasta d¨®nde tiene que llegar el poder de los due?os de un legado literario? Por una parte, en Espa?a, como en casi toda Europa, los descendientes de un escritor pierden los derechos de sus obras pasados 70 a?os de su muerte, cosa que no le ocurre a los de un banquero o una duquesa, por ejemplo, cuyos bienes nunca van a pasar al dominio p¨²blico aunque se trate de un cuadro de Goya, de Vel¨¢zquez o de El Greco, o de un palacio neocl¨¢sico. Y eso, sin duda, es un agravio comparativo.
En la otra orilla del asunto, mientras los propietarios de los derechos de un escritor poseen el control de su obra, pueden ejercer la censura sin l¨ªmites y, entre otras cosas, evitar que se publiquen ediciones cr¨ªticas de sus libros, que se haga p¨²blica su correspondencia o que se representen sus obras en un teatro si el montaje no es de su gusto, algo que aqu¨ª ha ocurrido, por una u otra raz¨®n, con autores del nivel de Valle-Incl¨¢n, Alberti, Garc¨ªa Lorca o Pedro Salinas. En este caso concreto, los l¨ªmites est¨¢n claros: los due?os de la obra de Borges han ido mucho m¨¢s lejos que ¨¦l, que no hizo nada contra Guillermo Cabrera Infante ni contra el narrador argentino Fogwill cuando uno y otro publicaron, respectivamente, una imitaci¨®n del ep¨ªlogo de El hacedor, en su libro Exorcismos de esti(l)o, y una parodia er¨®tica de El Aleph, convertido en Help a ¨¦l.
Sin duda, Mar¨ªa Kodama, quien por otra parte defiende y propaga desde hace tanto tiempo y con una perseverancia tan admirable la obra de su marido, tendr¨¢ sus razones y sus argumentos para actuar del modo en que lo han hecho sus abogados, pero seguro que le habr¨¢ inquietado hacer que se ponga la palabra prohibido en la portada premonitoriamente negra del libro de Agust¨ªn Fern¨¢ndez Mallo. A Borges no le hubiera gustado tener ese l¨¢piz rojo entre los dedos.
Benjam¨ªn Prado es escritor.
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