El aer¨®dromo de la constancia
El 7 de septiembre de 2010 un Tupolev 154, con 81 pasajeros a bordo, que cubr¨ªa la ruta regular entre Yakutia, en Siberia oriental, y Mosc¨² sufri¨® un colapso total de sus mecanismos el¨¦ctricos. El avi¨®n sobrevolaba la Rep¨²blica de Komi, cerca del c¨ªrculo polar. Tras los primeros fallos, y antes del apag¨®n completo, los pilotos recabaron informaci¨®n a la torre de control sobre la posible existencia de alg¨²n aeropuerto cercano donde realizar un aterrizaje de emergencia. Les informaron de que no hab¨ªa ninguno. Solo se ten¨ªa conocimiento de un viejo aer¨®dromo abandonado hac¨ªa m¨¢s de 30 a?os, y que en su momento hab¨ªa servido para dar cobertura a una expedici¨®n de ge¨®logos. Era una pista peque?a, de unos 1.000 metros, la mitad de lo necesario a un aparato de las caracter¨ªsticas del Tupolev 154. Probablemente era inservible.
No hubo d¨ªa en que no limpiara la pista, incluso durante el crudo invierno
Pero no hab¨ªa otra alternativa. Los pilotos, tras descender a 3.000 metros de altitud, se encaminaron hacia las coordenadas indicadas, en plena taiga del Gran Norte. Durante varios minutos no divisaron nada en la espesura de colores casi oto?ales. Debido a la aver¨ªa las operaciones eran manuales, de manera que cualquier error implicaba la p¨¦rdida de toda opci¨®n. Despu¨¦s de un largo y angustioso intervalo divisaron un min¨²sculo rect¨¢ngulo en el seno de la taiga. Era el viejo aer¨®dromo. La primera impresi¨®n fue muy negativa pues, en efecto, aquella explanada parec¨ªa terriblemente peque?a como para tener alguna garant¨ªa en el aterrizaje. Pero, de pronto, los dos pilotos tuvieron al un¨ªsono la misma pincelada de esperanza: aquel rect¨¢ngulo estaba curiosamente bien recortado en medio de la vegetaci¨®n. Era sorprendente que la taiga no se hubiera tragado el aer¨®dromo tras 30 a?os de abandono humano. Aunque la extra?a pulcritud de la pista no aseguraba, ni de lejos, el ¨¦xito, s¨ª, al menos, invitaba a la tentativa. En cualquier caso, las cartas estaban echadas.
El Tupolev empez¨® a dar vueltas alrededor del rect¨¢ngulo, y a cada vuelta descend¨ªa un par de centenares de metros. Era una danza extravagante, no exenta de majestuosidad, a trav¨¦s de la cual los pilotos trataban de averiguar el flanco m¨¢s aconsejable para lanzar el aparato hacia tierra. Decidido el lugar y la orientaci¨®n lleg¨® el delicado momento de informar al pasaje. No es que los pasajeros fueran ajenos a lo que suced¨ªa pero, hasta entonces, junto a la noticia de la aver¨ªa se hab¨ªa prometido un aeropuerto en condiciones para realizar el aterrizaje de emergencia. Ahora hab¨ªa llegado el momento de decir la verdad: no era un fiable aeropuerto, sino un pobre aer¨®dromo olvidado el que ten¨ªa que recibirles para acoger la prueba m¨¢s dram¨¢tica. Como los dos pilotos estaban enteramente concentrados en las maniobras fue una azafata la que explic¨® la situaci¨®n a los pasajeros. Nadie replic¨®. Un silencio abrumador se apoder¨® de una atm¨®sfera que hab¨ªa estado cargada de susurros y de alg¨²n llanto. Con poco tiempo a su disposici¨®n, la azafata solo dio dos consejos: uno concerniente a la posici¨®n del cuerpo para paliar el choque que supondr¨ªa el brusco frenado, y el otro dirigido a asegurar la rapidez de evacuaci¨®n. La azafata que hab¨ªa dado la informaci¨®n y sus compa?eros de tripulaci¨®n se quedaron junto al pasaje. Los pilotos descendieron a menos de 50 metros. Las cartas estaban echadas.
Todo fue muy r¨¢pido e infinitamente lento. El aparato salt¨® varias veces sobre el rect¨¢ngulo, con violentas sacudidas debido a la acci¨®n de los frenos. En cualquier momento se pod¨ªa producir un giro catastr¨®fico. Y sin embargo, el firme del aer¨®dromo, milagrosamente bien conservado, actu¨® como un colch¨®n que amortiguaba el golpe. A media carrera por la pista los pilotos ya sab¨ªan que conseguir¨ªan frenar el avi¨®n lo suficiente como para llegar muy lentamente a la emboscada de ¨¢rboles que aguardaba en el l¨ªmite de la pista. Y en efecto as¨ª sucedi¨®: el Tupolev meti¨® su cabeza en la arboleda como un p¨¢jaro que alcanza el nido tras su vuelo laborioso. Qued¨® detenido, con las alas reposando en las copas verdes y amarillas de los ¨¢rboles del Gran Norte. La evacuaci¨®n fue veloz y precisa, de modo que se salvaron los 81 pasajeros, adem¨¢s de la tripulaci¨®n. Cuando ya se hab¨ªan alejado del aparato, agrupados en el centro del rect¨¢ngulo, todos, al expresar la alegr¨ªa por la salvaci¨®n, manifestaron su extra?eza por el perfecto estado de la pista de un aer¨®dromo perdido de la mano de Dios.
Y entonces ocurri¨® algo ins¨®lito. Desde el margen contrario apareci¨® un anciano que caminaba muy lentamente. Cuando se acerc¨® al grupo de supervivientes advirtieron que llevaba en su mano derecha un barrilito de vodka y que cantaba con gozo indisimulado. Pronto les cont¨® el secreto: tras la marcha de los ge¨®logos y durante 30 a?os ¨¦l continu¨® preservando el aer¨®dromo, tal como le hab¨ªan encargado. No hubo d¨ªa en que no limpiara la pista, incluso durante el crudo invierno. A menudo, so?aba que alg¨²n avi¨®n necesitar¨ªa el aer¨®dromo en un aterrizaje de emergencia. El sue?o se hab¨ªa cumplido y el vodka era para celebrarlo.
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